Este texto es un fragmento de

El inquisidor de Barcelona

Jordi Martínez Latorre y Josep Mateu Martínez

Introducción





Barcelona, domingo 9 de marzo de 1572

 

El inquisidor de Barcelona estaba satisfecho, y sonrió complacido mientras se acariciaba la barba canosa y cuidada... Sin embargo, por un instante casi imperceptible, con una mueca de dolor se frotó la pierna derecha. La humedad de las mazmorras donde se encontraba le estaba perjudicando, pero no quería dejar de gozar del momento que tanto tiempo había esperado. Llevaba casi veinticinco años con ese dolor, fruto un suceso desafortunado que le dejó casi inválido y con otras secuelas para el resto de su vida. Ignoró sus padecimientos, porque su venganza estaba a punto de consumarse y nada ni nadie podría borrar la sensación de bienestar que sentía.

 

—Es la hora, reúnelos a todos —ordenó con voz monocorde al alcaide de la cárcel. Bartomeu Pastor, un hombre bajo y algo rechoncho, asintió con un leve gesto y se dirigió a una de las mazmorras más lóbregas, mientras el resto de condenados esperaba en las restantes. La puerta crujió al abrirse con un ruido desagradable.

 

—Margarida, ha llegado la hora, dijo el alcaide, dirigiéndose a una mujer, que parecía un despojo humano.

 

La rea orientó una mirada extraviada hacia la persona que le hablaba. Se encontraba tan mal, que parecía que ese cuerpo maltratado por el paso de los meses en la cárcel había llegado a su límite. Marcada por las múltiples contusiones de las torturas a las que la habían sometido, su voluntad se había resquebrajado y le costaba razonar, menos aún podía comprender el porqué de toda esa locura. Cualquier movimiento por mínimo que fuese, le causaba un dolor tan atroz, que al intentar ponerse en pie, las piernas no le respondían y las llagas dejadas por el suplicio volvían a abrirse. Con el pelo enmarañado y casi blanco, y unos harapos repugnantes, parecía una anciana, aunque en realidad tenía algo más de cuarenta años.

 

Durante el tiempo que estuvo en la cárcel del Palacio Real sopesó diferentes hipótesis sobre los motivos de su encierro. A causa del duro castigo físico al que fue sometida, le costaba comprender por qué la había detenido el Santo Oficio, así como todas las preguntas que le hacían sobre su compañero Bertrán. Evocaba el tiempo tan reciente en que era feliz a su lado, cuando, a pesar de su madurez, aún se sentía atractiva, y orgullosa de su cabellera lacia y de color castaño, que enmarcaba una cara delicada y unos profundos ojos negros.

 

El alcaide también la miró satisfecho. Bartomeu Pastor, digno hijo de una familia de alcaides, pensó que había realizado un excelente trabajo, sin duda alguna su progenitor estaría orgulloso de él. No tenía ningún tipo de remordimiento por el trato infligido a la cautiva, ya que sabía que la única manera de velar por el bien de todos y no dejar que se corrompieran con ideas herejes, era actuar del modo en que lo había hecho. Bien sabía él, que los herejes eran debían ser perseguidos, castigados y si era necesario, exterminados. Esta mujer lo era, y además estaba mezclada en un turbio asunto de asesinato. Ahora iba a recibir su merecido castigo, por eso la miró con desprecio y volvió a llamarla.

 

— ¡Barenys, en pie!

 

El amasijo de carne que tiempo atrás había sido una hermosa mujer y ahora no era más que un espectro andante, lo miró ausente.

 

—Señor, casi no puedo moverme y yo…

 

—Esto debías haberlo pensado antes de mezclarte con según qué tipo de gente, atajó el alcaide de manera feroz.

 

—Yo no… —Margarida interrumpió lo que estaba por decir, ya que sabía que de nada le serviría. Se quedó en silencio y volvió a sumirse en los recuerdos de cuando llevaba una vida tranquila en casa de los señores de Cordelles, una familia muy influyente... Le había costado lo suyo conseguir el puesto de criada, tuvo que viajar desde Valencia, pasar por Tortosa hasta llegar a Barcelona y después de muchas idas y vueltas, consiguió por fin establecerse. Trabajaba de criada en la casa de un miembro de la Real Audiencia, con unas condiciones muy satisfactorias. Tenía comida, techo y había conseguido unos pequeños ahorros. La vida empezaba a sonreírle y cuando más tarde conoció a Bertrán, todo parecía perfecto. Lo que no podía ni tan solo imaginar, era que conocer un oscuro secreto sobre el inquisidor Diego García de Saldaña, iba a llevarla a su situación actual, y que su amado Bertrán iba a ser la triste espoleta que la precipitaría en al dantesco horror en que se encontraba. Todo había empezado un día ya lejano cuando…

 




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