Este texto es un fragmento de

El monstruo que hay en ti

Luis Urgell

Introducción



« el bueno es bueno y el malo es malo depende del bando en el que estés. Los creyentes creen mientras todo va bien y los ateos no lo hacen hasta que nada puede ir peor. Los racistas lo son hasta que un negro hace ganar a su equipo de fútbol, y los multiculturales hasta que los roba un gitano. El clasismo es el racismo de los ricos y el racismo el clasismo de los pobres. Somos hipócritas hasta con nosotros mismos. Matar es malo hasta que la víctima es otro asesino. Todos somos infieles, perturbados sexuales, egoístas, asesinos en potencia, mentirosos, interesados… porque el monstruo está allí, acechando dentro de cada uno de nosotros, encerrado en esa cárcel interna que pasamos toda la vida intentando mantener cerrada, pero es imposible, en algún momento, conscientes o no de lo que estamos haciendo, le otorgamos la libertad, y es en ese momento en el cual nos encontramos con nuestro verdadero yo»



 

PRIMERA PARTE

Conócete a ti mismo





1

 

            Mientras limpiaba el pincel en el pequeño recipiente de agua que estaba sobre la mesa, Manuel intentaba recordar qué era lo que su novia Aurora le había dicho unos minutos antes de salir de casa camino al gimnasio. Tenía la sensación de que le había comentado algo acerca de lo que harían por la noche, algún plan, pero por más que lo intentase no lograba recordarlo.

            Solía ocurrirle mientras pintaba un cuadro o escribía una novela. Se abstraía completamente del mundo; se encerraba en una burbuja impenetrable donde el único que existía era él y su única preocupación era pintar o escribir de la mejor forma posible. No era la primera vez que le pasaba aquello; entraba en una especie de trance, hacía caso omiso a cualquier comentario de su novia, y luego unas horas después, esta llegaba a casa enfadada reprochándole el no estar listo para ir a cenar a casa del amigo o amiga de turno.

            Manuel tenía veintiocho años; era moreno y medía unos ciento ochenta centímetros aproximadamente; su naríz era recta y masculina y sus ojos de tono claro transmitían bondad y tranquilidad. Era un chico tímido. A veces tan callado que podía llegar a caer mal. Sus respuestas eran secas; normalmente monosilábicas, cosa que a mucha gente le resultaba irritante, intimidante o un claro indicador de que no tenía el más mínimo interés en mantener una conversación. Estuvo tres años estudiando leyes en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, pero se terminó dando cuenta de que aquello no era lo suyo. Lo único que le apasionaba y le hacía sentirse útil era el arte; pintar cuadros, escribir libros... Una pasión que su mejor amigo le había contagiado. Nunca se había planteado estudiar la carrera de Bellas Artes, Humanidades o Lengua y literatura porque aquello le parecía una pérdida de tiempo. Lo que más le atraía era escribir y eso no se aprendía en ninguna carrera. «El escritor nace, no se hace» argumentaba cuando le preguntaban el porqué de que no estudiase algo relacionado con su pasión.

            Después de abandonar la universidad a los veintiuno, valiéndose del dinero que ganaba entonces ayudando a su padre en su asesoría, se escapó con su novia Aurora a Nueva York a un pequeño estudio al lado de Central Park. Le encantaba la ubicación. Aprovechaba la cercanía entre su casa y el parque para ir a despejarse, hacer ejercicio o incluso inspirarse para una nueva novela. El trabajo que hacía en la empresa de su padre le permitía trabajar desde su casa el día entero y no tener que cumplir ningún tipo de horario; cosa que aprovechaba para hacer lo que le viniese en gana.

En un principio, se tomaba aquello del arte como un hobby. El mejor de sus libros había llegado a ser leído por poco más de diez personas, y sus cuadros se los quedaba para él o se los regalaba a sus amigos más cercanos. Fue una noche que Aurora invitó a una de sus amigas a cenar a casa cuando el novio de esta, un joven de mucho dinero, quedó impresionado con una de las pinturas de Manuel y le ofreció dos mil dólares por ella. Aquello le llevó a plantearse su hobby como algo un poco más serio.

Ahora pintaba un cuadro para el salón de un amigo. Le había ofrecido quinientos euros por una pintura semi-abstracta de la Gran Manzana. La idea de pintar cosas que no le inspirasen en lo absoluto no le resultaba para nada atractiva, pero lo hacía para ganar algo de dinero extra.

            Mientras hacía bailar las cerdas del pincel contra el lienzo, escuchó sonar la puerta a sus espaldas y supuso que su novia había llegado. Se quedó en silencio, esperando el enfado de la joven por lo que fuese que le hubiese dicho y se le hubiera olvidado. Ya era algo habitual, al menos una vez a la semana tenían discusiones por el mismo tema.

            ‒Hola ‒escuchó a sus espaldas; fue incapaz de girarse. Su novia tenía un carácter muy fuerte, y sentía que darse la vuelta para mirarla a la cara daría pie al inicio de una nueva discusión.

            ‒Hola ‒respondió sin apartar la vista de la pintura.

            ‒Cariño ¿Has pensado algo acerca de lo que te comenté? ‒preguntó Aurora. Sus nervios afloraron, aquella pregunta le obligaba a formular una respuesta convincente.

            ‒Sí, pero no sabría decirte nada concreto aún ¿Tu qué piensas? ‒preguntó de vuelta el joven astutamente, girándose ahora para ver a su novia a la cara. Con un poco de suerte lograría averiguar de qué se trataba todo aquello sin tener que evidenciar que no había hecho caso a nada de lo que ella le había dicho horas antes.

            ‒Bueno, a mí me parece una idea estupenda. No sé si podrías vivir de ello, pero todo dinero extra está muy bien. Además, harías lo que te gusta sin horarios, sin jefe, desde la comodidad de tu casa, con tus plazos…

            ‒Ya lo sé, suena bien, pero aún así tengo que pensarlo mejor ‒respondió Manuel. Luego, volvió a centrar su atención en el anuncio de Coca-Cola de su Gran Manzana semiabstracta.

            ‒Cariño ‒dijo Aurora haciendo una leve pausa para luego continuar ‒Te entiendo, pero tienes que tomar la decisión pronto, si no luego tendrás muy poco tiempo para escribir el libro, y ya te digo que mi amigo Frank es sumamente exigente. Me dijo que te enviaría los datos tan pronto como aceptases, estaba sumamente ansioso por hablar contigo y que comenzases a escribir el libro ya.

Manuel ya había intuido de qué podría tratar todo aquello, y de hecho le parecía una muy buena idea, pero se limitaba a dar respuestas neutrales por miedo a ser descubierto una vez más. No era la primera vez que le pasaba. Normalmente, cuando ella se enteraba de que había estado hablando a la pared, perdía los nervios, se iba a la cama enfadada y podía pasar así unos cuantos días; suficientes para hacer sentir mal a Manuel que acababa disculpándose con ayuda de algún regalo.

            Aurora era una mujer imponente, alta, de facciones faciales muy provocativas que acompañaba con unos labios carnosos y sensuales. Su larga cabellera marrón oscura le llegaba casi a la cadera, y sus penetrantes ojos de un tono entre verde y azul terminaban haciendo de ella una musa derrochadora de sensualidad.

            A diferencia de Manuel, ella era una chica extrovertida, con muchos amigos y de esas que «buscan vivir la vida intensamente». Eran el ying y el yang, el agua y el fuego, el blanco y el negro, caracteres totalmente opuestos, pero aun así, su convivencia era excelente con excepción de alguna que otra discusión que no llegaba a mucho más.

            ‒Mi vida, dile a Frank que he aceptado, tienes toda la razón ‒dijo Manuel repentinamente sin apartar la vista de su pintura y sorprendiendo a su novia, que ya para aquel entonces estaba en la cocina preparando espaguetis para cenar.

            ‒¿Qué te ha hecho decidirte tan de repente?

            ‒No sé, tienes razón, lo he estado pensando ahora mismo y lo mejor es no dejar pasar esta oportunidad; ya veremos luego qué hacer en caso de que resulte un éxito o un fracaso. Dile a tu amigo que me envíe los datos y ya me pondré de acuerdo con él  ‒respondió arriesgándose a echarlo todo a perder. No se podía quitar la idea de su cabeza, quería saber exactamente de qué se trataba todo aquello. Si era lo que él estaba pensando, estaría finalmente ante la posibilidad de vivir de sus novelas, algo que hace unas horas lo consideraba un sueño sumamente difícil de conseguir.

            ‒Se lo comentaré entonces ‒respondió Aurora, dejando notar con cierta mueca facial lo mucho que le extrañaba que su novio hubiese cambiado de parecer tan rápidamente. Confusa, decidió no continuar preguntando el porqué de aquel arrebato y se giró de nuevo hacia la cocina para seguir preparando la cena.

 

 *

 

Al abrir los ojos por la mañana, Manuel recordó inmediatamente la cuestión discutida con su novia la noche anterior. Se sentía muy motivado al respecto; si todo se correspondía con lo que había intuido, aquella idea se basaba en escribir libros por encargo. Su primer cliente, Frank, un amigo alemán de ella, le enviaría ciertos datos y pautas por correo y él se basaría en ellos para escribir una novela que posteriormente le vendería en exclusiva. No tenía idea de más nada, no sabía de qué forma ni cuánto cobraría, cuánto tiempo tendría para escribirla o qué había llevado a este hombre a encargar que le escribiesen un libro personalizado. Aquella incertidumbre le motivaba aún más, quería saber todo acerca de tan interesante oportunidad. Movido por tal curiosidad, se levantó de la cama de un salto, se puso sus sandalias de andar por casa y sin perder un segundo más de tiempo, fue directamente a buscar su ordenador portátil para revisar el correo.

            Mientras se iniciaba el sistema, aprovechó para llamar a Aurora y saber de ella. Para ese momento debía estar en su consultorio atendiendo a algún paciente.

Su novia llevaba dos años ejerciendo como psiquiatra; había terminado la carrera de psicología a los veintidós años y luego se había especializado en psiquiatría. La gente de su gremio solía ser un poco diferente a ella, por no decir demasiado. Cuando los pacientes entraban en su consultorio y se encontraban con ella quedaban un poco contrariados. «Vaya, esperaba encontrarme con el típico viejo que intenta ganarse mi confianza a base de chistes antiguos y malos» dijo una vez un paciente nada más pasar la puerta. Manuel se refería a sus pacientes como «los locos a los que tratas», y a pesar de que la joven se molestaba considerablemente cuando los llamaba así, él lo seguía haciendo con mucha frecuencia. «Es verdad que muchos de ellos no están especialmente cuerdos, pero ¿quién lo está totalmente como para permitirse llamarlos locos?» argumentaba Aurora cuando discutían al respecto.

            ‒Hola, cariño ‒dijo ella al contestar la llamada. Tenía un tono de voz tan dulce e inocente que cualquiera dudaría de si era la voz original de aquella mujer tan agresivamente sensual.

            ‒Buenos días ¿qué tal estás?

            ‒Bien, ahora a punto de tener una consulta.

            ‒Yo estoy abriendo el correo para ver si Frank me ha enviado algo- dijo Manuel.

            ‒Me imagino que ya lo habrá hecho, tenía mucha prisa ‒respondió ella. -Por cierto, tengo que atender al paciente ahora, hablamos más tarde.

            ‒Vale, mi vida. Hasta luego.

Justo después, se giró y una intensa ola de nervios y emoción invadió su cuerpo cuando vio que efectivamente había recibido un correo de parte de Frank:

 

Hola Manuel:

                        Sé quién eres, quién has sido y qué has hecho.

                        Tú me ayudaste a encontrar a mi verdadero yo.

Ahora te necesito para plasmarlo en un libro.

Mañana a las 12:00 te espero en el «Van Gogh Café» de una calle que sé          que conoces bien.

Un saludo y hasta entonces.

Frank.

 

Leyó el mensaje un par de veces más, con sus manos temblando e infinitamente más ansioso que antes por saber cuáles eran las intenciones de su nuevo cliente. Aquel correo le había puesto la piel de gallina. ¿Qué podía saber ese viejo acerca de su pasado? Cualquier secreto oscuro acerca de su vida había sido lo suficientemente escondido como para que un amigo de su novia –a la cual había un par de cosas que nunca le había contado‒ se hubiera enterado de algo. Nadie sabía absolutamente nada de aquello; eran de esas cosas que se deciden llevar a la tumba. No era posible que un casi desconocido supiera algo, por mínimo que fuese, acerca de uno de esos secretos. «Me estoy preocupando por una tontería» pensó a la vez que cerraba su ordenador portátil de un manotazo y se levantaba de la silla sin rumbo alguno.

Se quedó de pie ante la ventana, intentando descifrar aquel mensaje. Era esa frase que iniciaba el correo la que no se podía quitar de la cabeza: «Sé quién eres, quién has sido y qué has hecho”. ¿Cómo era posible? Pensó en contestar el correo exigiendo algún tipo de explicación, pero sentía que eso le haría parecer nervioso por algo por lo que supuestamente no debía estarlo.

De repente una llamada interrumpió su reflexión. Manuel cogió el móvil y vio la pantalla con la esperanza de que fuese Frank, pero por suerte o por desgracia, no era él quién llamaba, sino su novia Aurora.

‒¿Sí? ‒respondió el joven a secas. Recordaba la última conversación telefónica con su novia como una discusión, cosa que le hizo contestar como si estuviese enfadado.

‒Al final el chico ha decidido cambiar la cita para otro día ‒dijo ella intentando hacer una gracia. ‒¿Has sabido algo de Frank?

Manuel se quedó pensando qué responder. Por un lado tenía unas ganas incontrolables de contárselo a alguien, pero por otro no sabía si su novia era la persona indicada; le preguntaría sin parar acerca del contenido del mensaje e intentaría por todos los medios averiguar de cualquier forma si existía ese supuesto «pasado escondido»; así que finalmente se decantó por la opción de mentir.

‒¡Ah! Sí, llamó a casa y hablamos. Quedamos en vernos mañana al mediodía y hablarlo todo tranquilamente.

‒¿No te comentó más nada? ‒preguntó ella extrañada. Frank llevaba varios días  empecinado con la idea de que Manuel le escribiese un libro. La última vez que habían hablado, su amigo había insistido tanto que la joven se había llegado a sentir incómoda. El viejo le había dejado muy claro lo importante que era reunirse con su novio lo más pronto posible. «Le pagaré lo que me pida» repetía una y otra vez.

‒No, solo hablamos de lo típico, que si yo estaba bien contigo, que si me iba bien con los cuadros… Me dijo que lo de los datos y tal era muy extenso y que era preferible hablarlo mañana en persona.

-‒Ah, bueno, entonces nos vemos en un rato ¿Vale? ‒el tono de voz Aurora dejaba notar cierta decepción.

‒Oye, por cierto… No hemos discutido ¿verdad?

‒No sé. Cuando has cogido mi llamada has respondido como si tuvieses algún problema, pero la verdad es que no, no hemos discutido, así que no sé qué es lo que te pasa.

Después de explicarse y pedir disculpas, Manuel colgó la llamada y se fue directamente a terminar el cuadro de la Gran Manzana que debía entregar en unos días. Tenía una sensación rara, era una especie de mezcla entre nervios, curiosidad y miedo. Más que miedo, estaba realmente aterrado. La verdadera razón por la que no tenía muchos amigos y no le gustaba relacionarse con gente era su intimidad; detestaba que cualquier persona se inmiscuyese en lo más mínimo en su vida privada, era muy celoso consigo mismo, no quería que nadie lo conociese más de lo normal. Ahora había aparecido un desconocido que se jactaba de saber más de él de lo que probablemente supiese su propia novia.

Decidió apartar, en la medida de lo posible, aquella idea de su cabeza, y concentrarse totalmente en su pintura. Al día siguiente ya tendría motivos verdaderos por los cuales preocuparse o no.

 




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