Este texto es un fragmento de

En los ojos de mi fe

Antonio Osuna. B

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La vida es similar a un día de lluvia dentro de un atasco en una carretera secundaria, sin música, sin teléfono, sin nadie con quien hablar; caminar por la calle más oscura del barrio más inapropiado de toda la ciudad con el sueldo del mes trabajado en el bolsillo trasero del pantalón. La religión sin embargo es algo maravilloso; es la farola que delata las sombras en esa calle oscura, es la luz al final del túnel, es el fin del atasco. Dios actúa así. Con pequeños detalles en momentos que no esperamos. Con ayuda prestada en ocasiones de necesidad. Esa es la verdadera esencia de Dios. Y claro está, cada sacrificio tiene su recompensa y cada acto su consecuencia pero igualmente todo depende del momento adecuado.

Hay muchísimos tipos de enfocar la religión. Diferentes formas de llamar a Dios pero al fin y al cabo todas las religiones enfocan el mismo objetivo: La ayuda al necesitado, el sacrificio por la esperanza, la voluntad de hacer el bien en todo momento. Eso es la religión y ese es el trabajo que estoy dispuesto a desempeñar en mi existencia, el trabajo de hacer la voluntad de la palabra del señor.

No soy sacerdote, eso quiero dejarlo claro desde el principio; ni un monje, tampoco un "maestro" de la iluminación y de la espiritualidad. No hago los actos de caridad que se ven en la televisión, no dono dinero al cepillo de la iglesia y tampoco voy los domingos a escuchar las sagradas escrituras. Yo tengo mi propia forma de ver la fe. Mi punto de vista sobre la creación y la redención. Y ningún mortal vestido de negro con un alzacuello puede perdonar mis pecados.

Yo perdonaré los suyos si lo merece.

Mi historia comienza en un pequeño pueblo al este de Lublín, en Polonia. Corría en año mil novecientos setenta y cinco y aquel invierno fue el más duro que recuerdo en toda mi vida. Vivíamos cuatro en casa sin contar conmigo: Mi abuela, que ya rondaba los noventa y al igual que a los recién nacidos había que darla de comer y cambiarla de ropa interior tres veces al día. Mi padre, hombre de ley y grandes aspiraciones. Jamás llegó a cursar política pero era un gran aficionado de la misma. Mi madre, siempre afligida por las injusticias del mundo pero sin coraje suficiente para actuar en consecuencia y mi hermana; dos años mayor que yo y apenas dos centímetros más alta.

Si os hablase de mi infancia y de las tardes que pasé con mis amigos en el río del pueblo más de uno pensaría que mi vida ha sido un ejemplo de película, una típica fotografía de oferta vacacional para los países del norte. Ojalá… y menos en mil novecientos setenta y cinco. Por aquella fecha yo tenía los veinte años más que cumplidos y la guerra fría estaba en su momento más delicado. Demasiado delicado para las aspiraciones políticas de mi padre en casa, al igual que para las rebeldías de mi joven hermana. Los mítines en el pueblo por la paz y la libertad cada vez eran más frecuentes en la familia, fue curioso como pasamos de una charla a la hora de la comida a un levantamiento en la plaza del pueblo por el régimen comunista del cual éramos rehenes. Pero todo lo que se levanta acaba cayendo. Aquel invierno por la noche un grupo de soldados asaltó nuestra casa, y no precisamente para escuchar la opinión de mi padre.

La primera patada a la puerta nos despertó a todos. A todos menos a mi abuela que cayó fulminada por un disparó en la cabeza. Se quedó dormida en el salón… un blanco sencillo e innecesario. Pocos segundos después estaban en el piso superior. Mi hermana intentó cerrar la puerta y bloquearla con la silla, no tuvo tiempo. Nos bajaron al salón casi rodando por las escaleras. Allí estaban mis padres. Con las rodillas clavadas en el suelo y la cara descompuesta.

El primer disparo fue en la cabeza de mi padre, y acto seguido otra bala entró en el pecho de mi madre. ¿Cuál sería nuestro destino? Pensaba en el río, nuestro río helado y en cómo corríamos por la nieve cuando éramos unos críos, no podía pensar en la muerte, no pensaba en nada en particular. Sólo en el río, en la felicidad, en las risas a media tarde. Un golpe en la nuca me hizo volver a la realidad.

Nos sacaron de la casa apenas con algo de ropa. Los soldados miraban a mi hermana y sonreían; eran evidentes sus aspiraciones ¿pero qué pasaría conmigo? La noche era oscura, cuarto menguante lunar, cuatro soldados y una joven de veintidós años… lo siento hermana pero tu pena será mi libertad. Mis pensamientos no tardaron mucho en hacer efecto, apenas diez minutos después uno de los soldados detuvo en paso y propinó un golpe atroz a su cabeza haciéndola caer al frío suelo cubierto de nieve.

—Ahora vamos a cobrar un poco de sueldo extra contigo.

Mi momento. La oscuridad de la noche me servirá y la desesperación de los soldados será un gran aliado para que su puntería no sea tan efectiva como unos minutos atrás. Espere mientras le quitaban la ropa, ella me miraba con vergüenza, me pedía ayuda con los ojos pero sabía que no tenía escapatoria. Seguí esperando, el primer soldado se desnudo de cintura para abajo… yo esperé, empezó a violarla, esperé… el segundo soldado se unió a la humillación, esperé… y entonces el soldado que me custodiaba con sus duras manos agarrando mi brazo aflojo un poco, lo suficiente como para poder zafarme con facilidad y en ese instante mis piernas corrieron cómo nunca lo habían hecho. Uno de ellos creo que intentó seguirme, pero con los pantalones a la altura del tobillo no debió ser fácil correr por la nieve. Mi guardia creo que se quedó atónito ante mi escapada, no lo sé con certeza, lo cierto es que no me paré a comprobarlo.

Sólo puedo decir que corrí toda la noche y ya no pesaba en el río. No era momento de hacerlo.




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