Este texto es un fragmento de

La niebla

Carlos Recamán Arcay

—Y ahí fuera hablan constantemente de la luz eléctrica, pero es lo que yo digo: si nuestros padres y nuestros abuelos no la necesitaban, entonces.  

 

Se diría que incluso el fuego ha dejado de crepitar para escuchar la perorata del Filósofo. Es lo que yo digo: se habla demasiado del progreso pero sólo quieren quitarnos lo que ha sido nuestro ab ovo, nuestra identidad, nuestra forma de ser. Pero como dijo el poeta, Patria est, ubicum que est bene. Te intentas unir a la sonrisa comunal, a la complacencia de la Taberna que escucha a quien se ha ganado la fama de ser hombre más sabio de La Isla, pero no comprendes qué significa esa expresión, patria est, y el discurso en general, el mismo que repite siempre, se te antoja reaccionario. A diferencia de sus oyentes, a diferencia de ti, el Filósofo sabe bien que el temor a la pérdida de la identidad es uno de los males más arraigados en la mentalidad humana y uno de los argumentos más utilizados por los charlatanes para justificar los abusos de poder, el estancamiento cultural y el oscurantismo.

 

Hace unas cuantas décadas alguien escribió contra la «acefalia que supone el deseo de definir en el pasado la hora de hoy»; si conocieras esta frase quizás la habrías citado para refutar al Filósofo. Ya basta de engaños podrías decir, deje de confundir a esta pobre gente. No existe gloria alguna en aferrarse al pasado. Podemos mantener las tradiciones, pero necesitamos los avances, las medicinas, las nuevas formas de pero basta de tonterías, esto es mera especulación. No sabrías decir nada de esto, no podrías hablar de la gloria ni de las medicinas, y mucho menos entenderías el significado de la palabra acefalia. Ni siquiera te sonaría remotamente el nombre del autor de aquella frase; cómo va a sonarte si hace ya muchos años que la librería de La Isla fue abandonada y que el hijo del Librero se marchó a vivir a La Granja con el resto de los jornaleros, o al menos eso es lo que te han contado. Quizás también haya muerto entre la niebla.

 

Nuestros padres y nuestros abuelos sabían que y callas y escuchas, y por tu cabeza revolotea un puñado de ideas vagas que no logras aprehender. Intuyes que hay algo erróneo en este fervor por la tradición, que todo esto es una gran falacia, pero no eres capaz de dar forma verbal a estas sospechas. No eres capaz de preguntarte qué es la tradición sino un desfile público de sentimientos llenos de polvo; una o dos veces al año, una cofradía los saca de un armario para que el Pueblo se crea que no podría ser nada sin ellos, que su idiosincrasia depende de un costumbrismo obsoleto. Por supuesto nadie ha pensado nunca en actualizar estos valores, en desacralizarlos, sería tan simple como preguntar un ¿por qué?; y así, si nuestros padres y nuestros abuelos vivían bien con esta niebla y los bebedores que circundan al Filósofo vuelven a sonreír con aprobación. La Taberna entera, amodorrada por el licor, brinda por unas palabras que no ha entendido y vacía de nuevo sus copas, esperando que llegue pronto la próxima ronda.

 

Sentado en una esquina, el Acordeonista toca una pieza semejante a uno de esos tangos que, por una esporulación musical difícilmente explicable, han sido reinterpretados por algunos compositores finlandeses. Te sorprende no haber oído nunca esta melodía, con lo limitado que es el repertorio del Acordeonista; suena diferente, suena foránea, y ya sabes que no es fácil encontrar algo extranjero en esta Isla. Querrías levantarte y preguntarle de dónde ha sacado esta música, cómo la aprendió, por qué encaja tan bien con la decadencia de la tarde; pero permaneces sentada, quizás por timidez, quizás por simple hastío. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que entraste aquí? Miras por la ventana y ves que el exterior sigue siendo una masa algodonosa y blanca.

 

Sucede cada pocos días, el intervalo no se ha determinado con exactitud: una espesa capa de niebla repta desde el mar y envuelve El Pueblo, las viviendas, los animales, los campos de cultivo. Algunas leyendas afirman que la niebla es el aliento de un demonio de la nieve que habita bajo el océano y pretende atormentar a La Isla con milenios de pálida oscuridad, y que algún día llegará un héroe armado con un sable de oro y de luz y pondrá fin a su acoso. Mamá también solía contarte una historia de terror en la que un tentáculo secuestraba a un niño que estaba paseando solo bajo la niebla, y le amenazaba con terribles torturas en los sótanos de su palacio de hielo. Cuando en El Pueblo ya se había perdido la esperanza, en el cielo comenzaba a brillar un arcoíris, y de él descendía un justiciero enmascarado que proponía salvar al muchacho a cambio de que los isleños se comprometiesen a otorgar a las aves la condición de animales sagrados y a no volver a cazar pájaros nunca más. Cuando los vecinos aceptaban, el aventurero se desembozaba y revelaba ser el dios del viento, y con su poder aventaba la bruma y espantaba al monstruo, incapaz de defenderse bajo un cielo despejado. Al final el niño se salvaba y El Pueblo se convertía en una zona de paz para las aves; quizás por eso el bosque ahora esté tan lleno de camachuelos y de escribanos.



 

El Filósofo ha dejado de parlamentar y algunas parejas bailan con desgana siguiendo al acordeón, a ese tango demoníaco que se mezcla con el mar. Los contemplas con pesadumbre y vuelves a pensar en qué pasaría si tuvierais eso que llaman electricidad, aunque no puedes profundizar más en la idea. Ignoras de qué se trata, sólo sabes que es algo capaz de dar luz, una luz que podría verse incluso a través de la niebla más cerrada. Algunos dicen que la imaginación no tiene límites, que el cerebro del ser humano es una fuente inalienable de libertad; pero tú sabes que se equivocan, que la imaginación tiene confines, que no se puede soñar con personas desconocidas y que, cuando duermes, a tu sueño regresan siempre los mismos rostros: los ojos de la Maestra, el vozarrón apocalíptico del Pastor que amenazaba tu infancia con promesas de un infierno que se acercaba cada vez que te acariciabas los senos; las caderas de la Puta cuando esperaba en el portal a su próximo cliente y tú deseabas sentir sobre tus manos la tibieza de su piel.

 

Es ella, la Puta, quien aparece con más frecuencia en tus sueños; ahora está por allí, al fondo de la Taberna, ¿la ves?, bebiendo sola. Cuando hay niebla nadie puede trabajar; la labranza, el pastoreo, la pesca, la prostitución en una calle opaca, son tareas censuradas. Algún antepasado del Alcalde decretó que la aparición de la niebla supondría el cese de todas las actividades y la dedicación exclusiva a la vida familiar, en el caso de los hogares donde habitan niños pequeños, o a momentos de ocio comunitario, es decir, a recluirse en la Taberna y beber hasta que se despeja el cielo. Se dice que antes de esa ley el índice de mortalidad se disparaba cuando aparecía la niebla, tanto por accidentes laborales como por asesinatos cometidos con total impunidad. Con homicidios o sin ellos, la niebla es hoy una tradición, un descanso y un toque de queda. Piensas en la Puta y en los labios de la Puta, en su gesto cuando rechaza a algún cliente, Hoy es día de niebla parece decir, y sonríe. Nunca has visto esa sonrisa en los días despejados.

 

Haces memoria. Hará dos o tres años que la deseaste por primera vez. Ella estaba enfrente de su casa, y hasta entonces no habías visto más pieles de mujer que la de tu madre cuando se desnudaba para bañarte en tu primera infancia. ¿Sabes que la Puta nació el mismo año que tú? Tienes la boca seca, el licor que sirven aquí es intragable, imaginas a la Puta bañándose a tu lado, su escasa ropa tirada en el suelo y ella desnuda, sumergida en el agua del manantial cercano. El acordeón está tocando una danza popular cuya letra trata el mito de un dragón que se alimenta de la raíz de la Tierra, y la Puta tararea entre dientes la melodía. La has oído hablar algunas veces, y aunque nunca has escuchado el timbre de tu propia voz, quieres imaginar que es muy similar al suyo, aunque estará menos gastado por maltrato y por el sexo. La Puta, eso es, tiene voz de pianola rota.

 

Haces memoria. Hará dos o tres años que la deseaste por primera vez. Sucedió frente a tu casa, siempre habéis sido vecinas pero tu familia nunca te ha permitido que te relacionaras con ella. Aquella tarde tú mirabas desde tu ventana cómo el Boticario sujetaba a la Puta por la cadera y cómo desabrochó los primeros botones de su camisa, y aún no puedes entender la fascinación que sentiste en aquel momento por la piel que se iba quedando al descubierto. Poco después el Boticario le mordió el cuello y ella le apartó de un empujón, pero a ti ya no te importaba porque hacía tiempo que habías dejado de mirar, habías corrido el cerrojo de la puerta y estabas acercándote un poco más al infierno. La puta nació el mismo año que tú. Si vivierais en un país con otras leyes, hace dos o tres años aún habría sido menor de edad.

 



El dragón sin nombre, continúa la canción, anida entre las raíces de un árbol sin nombre que sostiene la Isla. Quizás los nombres y la narración primigenia se hayan perdido, pero las leyendas son eso, historias que un hombre narra para que sean de todos, para que se olviden las palabras, lo concreto, los primeros significados; las leyendas son cuentos que nacen para la permanencia y el olvido.

 

El árbol comunica el paraíso y el inframundo con el reino de los hombres, y el héroe trepa por sus ramas hasta alcanzar la tierra de los gigantes; en palabras del Filósofo, las leyendas enlazan lo pretérito y el futuro y la inasible condición de lo presente cual, si me lo permiten, un broche que permanece a través de los tiempos, bellamente uniendo a los hombres de hoy con sus ancestros. Respira y se toma un descanso para hilar sus argumentos: Cuando incluso las leyendas sean olvidadas no quedará nada en La Isla que nos recuerde de dónde venimos, por eso tenemos que preservarlas pone un tono dramático. ¡Maestra! ¡Eduque a nuestros hijos en la leyenda! ¡Eduque a nuestros hijos en la misma esencia de lo que somos, en el áurea misma de el fuego, los alientos de licor; el aire es denso como una gota de sudor. Te estás ahogando pero no hay nadie que se fije en ti, ocupados como están en contemplar al Filósofo con admiración. La Puta te mira con su tristeza acostumbrada y un vestigio de piedad, pero ni siquiera ella parece dispuesta a abrir la ventana y dejar que la Taberna se refresque con un soplo de la niebla.




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