«Unas deportivas y una gata»

Cuando se despertó una noche de un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en unas zapatillas. Aturdido, el joven se revolvió y cayó de bruces contra el suelo.

― ¿En serio? ¿De todos los objetos del mundo me he transformado en unos zapatos feos y arrugados? ¡Maldita sea! ¡El hechizo no ha funcionado! ―gruñía Thomas. 

El joven aprendiz se concentró. Poco a poco, el cuero desgastado resbaló de su nueva forma igual que la piel de una fruta recién pelada, revelando un color blanco desgastado junto a unos cordones desatados.

― ¡Tenía que ser una rata! ¡No una alpargata! ¿En qué he fallado?

― Cambiaste las letras ae por iu en la última frase. Eso te pasa por quedarte dormido en todas las clases de transmutación, querido ―le respondió Felisa, su elegante gata negra, mientras se lamía una pata.

―¡La letra de la tita Genoveva es MUY difícil de leer! ¡Y mamá nunca necesitó aprenderse tantos textos! ―se lamentaba el chiquillo. Los dos agujeros del cordón de la zapatilla parpadeaban, imitando unos ojos confusos y llorosos, al mismo tiempo la línea de la suela se torcía hacia abajo simulando así su boca.

―Porque tu madre es un prodigio, pequeño saltamontes. Agatha es la mejor cambia formas de toda nuestra comunidad y tú solo su dulce benjamín, aún te queda mucho por aprender. Je je je. Alégrate de no ser un ratón si no te convertirías en mi tentempié para esta noche de luna nueva ―rumiaba la felina, relamiéndose.

―¡Basta de cháchara y ayúdame a volver a mi cuerpo humano! ―exigió Thomas.

― A cambio de un plato de leche y de dos semanas de pescado gratis.

― Un plato de leche y una semana de pescado.

― Leche y 9 días de pescado.

El niño suspiró.

― Trato hecho.

― Puede que ahora seas más rápido que antes. ¿Hacemos la prueba?

―¡Ca-cállate Felisa!