Este texto es un fragmento de

Érase una vez... el bosque

Lucía Triviño Guerrero

CONSIDERACIONES GENERALES DE LA NATURALEZA IMAGINADA

La Naturaleza ha jugado, y juega, un papel muy significativo en la historia del ser humano. Gracias a ella se nutre, se viste, construye, cura. Su practicidad es evidente, siendo sus recursos indispensables para el devenir de la vida cotidiana, tanto en nuestros días como en la antigüedad. Y si esta afirmación es totalmente evidente, hay otro sistema de concepciones al que no se lo considera tanto en nuestros días: el amplio espectro que abarca la mentalidad. Actualmente se dice que vivimos en la era digital, que parece que nuestra dependencia hacia el mundo natural es cada vez menor, pero nada más alejado de la realidad. El ser humano necesita la naturaleza para subsistir; pero, por el contrario, esta puede desarrollarse libremente sin ayuda externa. Es precisamente este sentimiento de sometimiento, de respeto hacia unas fuerzas que no podemos controlar de forma integral, el que en muchas ocasiones motiva la creación de las diversas maneras que el ser humano tiene de imaginar, de pensar el medio que le rodea.

Y es que, por muchas fantasías que se añadan a una idea concebida dentro del espectro imaginario, siempre va a haber un poso de realidad. Esto es lo que ocurre con la naturaleza imaginada. En un primer momento se describe o representa algo conocido, que es tangible a través de los sentidos. La naturaleza que se trabaja, de la que se extraen recursos es auténtica, tiene un carácter positivo porque ofrece un beneficio pero, al igual que da puede destruir. Este carácter dual va a ser un elemento común para la concepción de los paisajes imaginados. Las descripciones representativas de la naturaleza imaginaria son las siguientes:

Locus Amoenus
Se entienden como locus amoenus todos aquellos lugares con unas características positivas. Son espacios muy luminosos, sosegados, apacibles, que nos imbuyen en un estado de calma. De igual modo, son lugares ordenados, de colores vivos y sus habitantes son de naturaleza benévola. La vida y acciones en estos lugares son pausadas y afables, llenos de vida. Representan un estado de ánimo positivo y tranquilo. Pueden ejemplificarlo mares en calma, cielos despejados, jardines ordenados, calveros del bosque, oasis en los desiertos…

Un ejemplo característico, muy conocido por todos, es la idea de Paraíso. Un vergel repleto de vegetación, de seres vivos, donde la luz alcanza hasta el más pequeño rincón. Pero no todos los paraísos son celestiales, ya que muchas arboleadas terráqueas serán renombradas bajo esta terminología.

Locus horridus
Si el locus amoenus era el orden y la perfección, el locus horridus es su antagonista. Son, por definición, lugares oscuros, donde reina el desorden y el caos. Son temidos y terribles, puesto que las acciones que se producen en ellos tienen un tinte negativo y sus condiciones muchas veces son extremas. Si acogen vida en su interior, su carácter suele ser hostil. Pueden ejemplificarlo mares embravecidos, tormentas, desiertos, vegetación espinosa…
Si el paraíso era uno de los paisajes representativos del locus amoenus, las distintas concepciones de infierno serían las abanderadas de esta tipología. Lugares yermos, oscuros, confusos, plenos de carga negativa.

Y aunque locus amoenus y locus horridus parezcan términos incompatibles, su relación está pintada en tonos grises. Dentro de la narrativa imaginaria es muy habitual encontrar transiciones continuas de uno a otro, ya que no se perciben simplemente como lugares físicos, sino que están muy ligados a estado de ánimo de los personajes que protagonizan la acción en ellos, y vamos a ejemplificarlo a través de una de las películas más icónicas de nuestra infancia, la versión de Blancanieves de Walt Disney (1937). La escena a la que nos referimos comienza con la muchacha recogiendo flores al margen del bosque, en un día soleado. Su estado despreocupado dota al paisaje un aura tranquila, pero su acompañante entra en acción. Al enterarse de que su destino si se queda en el reino será la muerte, la niña huye al bosque, y este ya no es el lugar que visualizamos al comenzar la escena. Es oscuro, las siluetas de los árboles son sinuosas e intimidantes, incluso se refuerza esta imagen al convertir los troncos flotantes del río en una especie de reptiles. Los sentidos no son fiables puesto que el terror nubla su percepción, imaginando ojos vigilantes. El idílico bosque es ahora una pesadilla.

Ante estos datos os podréis preguntar, ¿qué ocurre con los paisajes románticos? Ya que la naturaleza desbocada, salvaje, es la preferida de la literatura romántica. Si por definición estos paisajes deberían pertenecer a la tipología horribilis, el sentir humano de evocación, inspiración y respeto convertirían estos parajes en una especie de híbrido.

Si la naturaleza lleva implícito este carácter dual, no podemos olvidarnos de su desarrollo cíclico, muy asociado al devenir de las estaciones y el rebrote de la vida. Encontraremos, también, épocas del año más asociadas a una tipología que a otra, siendo así la primavera el icono del locus amoenus y el invierno el del locus horridus.



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