Este texto es un fragmento de

Refugeat

Laura Alfaya, Manasés Perales, Miguel Ángel Salcedo e Ivan Mhamed

En Refugeat encontrarás historias que acompañan a las ilustraciones y las recetas que reflejan algunas de las historias humanas que los autores conocieron en el campo de refugiados.

2.538 kilómetros

“Es mi gemelo pero no somos exactamente iguales, él está más gordo”, puntualiza Ivan entre risas. A pocos meses de cumplir la mayoría de edad, Ivan es uno de los que más tiempo lleva en Ritsona, cerca de dos años. Cuando abandonó Kobane junto a su madre y sus hermanos, uno de ellos Mustafa, su gemelo, tenía 14 años. Fue el 1 de octubre de 2014, una fecha que nunca se le olvidará. Desde entonces ha cruzado unas cuantas fronteras, pero la última, la que le llevó a reunirse con él, ha sido la más difícil de todas.
 
“Vivíamos en Kobane, en Siria, pero cuando las cosas se pusieron feas, toda la familia cruzamos a Turquía. Al ser menores, Mustafa y yo no podíamos trabajar allí, pero yo siempre he aparentado ser mayor y conseguí trabajo recogiendo fruta por el día y lavando camiones por la noche”, nos cuenta orgulloso de la ventaja que le da su físico.  “Él parecía más pequeño y no le dejaban”, añade con una sonrisa.
 
A partir de ahí, sus caminos se separaron. Mustafa decidió probar suerte en Europa. Pagó el billete a las mafias y se subió a un bote que le llevaría hasta Grecia. Llegó a Lesbos y se unió a un grupo de sirios junto a los que cruzó medio continente hasta llegar a Bremen, en Alemania. Lleva allí más de tres años y hoy ya tiene sus papeles en regla.

“Espero poder abrazarle pronto”, dice Ivan, sentado en un banco hecho con palets en Ritsona, mientras le da un bocado a uno de los kebab de cordero que hacen en el campo. Un abrazo separado por 2.538 kilómetros de burocracia con final feliz. Hace pocos meses Ivan y el resto de su familia consiguió el permiso para llegar a Alemania y reunirse con él. Muchos hermanos como ellos tendrán que seguir esperando.





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