Nunca ha sido un lugar que captara mi atención. Y si soy sincero nunca hubiera entrado por mi propia cuenta, pero sé que le hacía ilusión. Ella está ahí tan feliz, con su pelo alborotado, mostrándome un ejemplar tras otro. Ha merecido la pena por verla feliz.
Ya que estoy aquí buscaré algún libro que pueda interesarme. Quién sabe, puede que acabe siendo un lector audaz. No creo.
Hay miles y miles de libros. No conozco ninguno. Leo uno a uno los títulos, no recuerdo el del anterior cuando paso al siguiente. Me siento aturdido. Cambio de plan, me dejo llevar por sus colores, sus bellas portadas (lo reconozco), su tamaño, su textura, simplemente un físico. Hay uno que llama especialmente mi atención: totalmente negro como la noche con una letras doradas con exorbitado tamaño. “Cuentos para no dormir”. Tiene pinta de ser cuentos para niños asustadizos. Rio para mí. Toqué su lomo, tan suave, parecía de terciopelo. Es absurdo.
Miro a mi alrededor para buscar a mi acompañante. No hay nadie, ni ella, ni el dependiente, ni siquiera más clientes. Me empiezo a asustar. No sé qué está ocurriendo. Salgo despavorido del local. La calle está completamente vacía. El suelo empieza a temblar. Se está empezando a romper. La temperatura sube como si estuviera dentro de una llama. Grito. Grito como nunca antes lo había hecho. Pido ayuda.
No hay nadie.
No sé dónde estoy.
No estoy en la Tierra.
Saludos Insurgentes