Otro pobre mercader que no consigue vender su mercancía y por consiguiente, exponerla en el palacio. Ellos buscan reconocimiento por su trabajo; en cambio, él busca alguien que sepa negociar para parar la guerra de forma pacífica y sin más muertes.
-Por favor, siguiente.- anuncié. Un joven apuesto y por sus facciones, extranjero, era el siguiente. Acompañado de un séquito de personas. Tras dar un paso al frente y mirar desafiante hacia el sultán, sus acompañantes comenzaron a llevar la sala de alfombras. Es más, consiguieron colocar una a los pies del sultán.
-Precioso. ¿No lo cree?- su prepotencia me hizo temblar. No podía evitar mirar la cara del monarca. Temía su reacción frente a esa arrogancia.
-¿Quién se cree para llenar mi palacio de sus sucios trapos?- gritó autoritario.
-Solo un simple mercader.- realizó una reverencia.- Desde mi humilde respeto- aunque no era una cosa ni otra- solo quería exponer mis fantásticas obras y amuletos.
-¿Amuletos?- preguntó el monarca confundido.
-Sí, es solo un viejo cuento. Pero si está interesado, se lo contaré. Vengo de tierras lejanas donde la luz es escasa, el frío reina en las calles y las lluvias siempre están presentes. Una vez intentaron atacar a mi reino, pero este ejército no contaba con nuestra ventaja.- hizo una breve pausa para crear más intriga de la que ya había conseguido. El sultán era incapaz de apartar la vista.- Infiltramos a un soldado, conseguimos que fuera irreconocible para el enemigo. Se hizo pasar por un vendedor de alfombras para entretener al capitán. Consiguió captar la atención de todos ellos. Eso nos dio una ventaja y mientras estaban distraídos, atacamos. No fueron conscientes de ello hasta que el capitán tuvo un cuchillo a milímetros del cuello.
Entonces, el miedo reinó en el palacio. El sultán había sido decapitado.