«Extinción»

Odio que me digan que no hace calor cuando lo hace. Lo mismo me pasa con el frío. Últimamente tengo que hacer un sobreesfuerzo en lo social para poder sobrevivir. El único empleo que quedaba libre y por el que ni la COVID ni la inflación, aún no me habían convertido en un teleñeco televisivo de un canal que tendría que abrirme y me costaría dinero, era el de babysitter de los amigos de mis sobrinos, especialmente de los más frustrados niños de cristal por los que ya pasé el verano pasado un par de insolaciones y millares de dolores de espalda.
Tras vivir estas penurias y la protesta de personas mayores ante los que no tenía margen de maniobra, decidí tomarme un día de merecido descanso: una Filomena —o algo así— convirtió lo poco que quedaba de sur de un país, aún más, en un erial inhóspito y ante el que cualquier vicio —ya sea el del tabaco o el de la Coca-Cola— fuera vetado debido a una sequía convertida en inundación, que duró poco a pesar de muchos.
La extinción del ser humano dio lugar al predominio de hienas en los consejos de administración de las empresas, algo que a nadie extrañó, pues la actitud de los últimos mandatarios mercantiles se parecía mucho a la de los nuevos.