«La rosa y el cordero»

El cordero era el amigo que traiciona o traicionado. La rosa, su sempiterno motivo de suicidio, algo además que había ido marchitándose con el paso del tiempo.
El Principito no podía esperar que su planeta fuese más grande de lo que era, y por un momento su autor se rebeló ante ello. Habían pasado demasiados acontecimientos desde su resurrección, pero tres fueron los definitivos.
El primero, cuando Jean Claude Lauzon, director de cine franco-canadiense que filmó entre otras «Léolo» y popularizó la frase «Porque sueño, yo no estoy loco», murió por abuso de drogas en su avioneta particular en un accidente por el que una roca montañosa le quiso hacer más popular que Antoine Saint-Exupery durante una temporada.
El segundo, cuando Howard Hughes, también aviador y cineasta, desarrolló un TOC real, nada glamouroso y mortal, que le hacía retrotraerse en el tiempo aún más.
Todavía le quedaba pensar en términos literarios un poco más y Antoine fue a una librería y encontró un libro que le llamó la atención: «Libertad» de Jonathan Franzen. En él, reprochaba a su gran amigo Foster Wallace su propia muerte por suicidio debido a una depresión mayor.
Fue cuando terminó de leer a Franzen cuando se dio cuenta de que El Principito había cometido los mismos errores que el cordero y que la rosa, como un cigarro de esos que no prendían nunca, quedaría en nada bien pronto. Es decir, dejó de creer en fábulas inmortales de un plumazo y de darse cuenta de que su vida o resurrección también eran finitas.