«Negro sobre blanco»

Me vi como Chester Himes en el trullo y llorando por mi pasado en la misma ciudad a la que no quería volver porque allí vivía mi peor enemigo, un psicópata que no tardaría en encontrarme y que no tenía más remedio que convertir en personaje graciosillo y secundario de mi próxima novela.
Todavía no tenía el título, pero imaginaba mi futuro tormentoso. Yo fui su negro literario para un sello popular que terminó desapareciendo debido a lo mucho que se publicaba. Fui tan sumamente idiota que acepté los últimos royalties de la empresa en cuestión, dejándole a él sin un chavo.
A menudo sueño con que nos damos la mano y nos perdonamos, que dejamos atrás nuestras diferencias de clase —ahora el rico es el pobre, y no sé si viceversa— y continuamos riéndonos y brindando con champagne por nuestra amistad rota...
Y es que además éramos amigos. Si se pudiera cambiar de destino cuál funcionario en excedencia, no duden que lo haría. Sin embargo, sólo me quedaba dormir, esperar y llorar. Con suerte, aparecería con una recortada y acabaría pronto con mis desvelos...
El día X llegó e hicimos el vis a vis que seguramente me mantendría en mi celda de por vida.
Tras estornudar tres veces, me dijo que le dolió lo que le hice, pero que lo había pensado mucho, y decidió pagar mi fianza, pues me quería ver muerto, pero en vida, es decir, en la calle.