La elfa Aguda le dio una patada al último regalo que quedaba sobre el carro. En la calle principal de Mavidad, adornada por miles de luces navideñas, no quedaba ni un hueco más por cubrir de regalos. Los elfos estaban en huelga. No habían llegado a ningún acuerdo con el odioso Santa Claus y sus intensas jornadas laborales.
—¡No hay regalos! —exclamó y los renos salieron espantados, alzando el vuelo hacia las tierras del jefe que seguramente estaría muy enfadado.
Castigar a quién no tenía culpa no parecía una gran idea, pero de alguna manera debía aprender la lección.
Todos los elfos gritaron con gran fervor, pensando que esa insurgencia sería recordada y replicada en años venideros. Sin embargo, sí que había regalos. Miles de ellos. Millones. Billones. Los regalos de todos los niños y niñas del mundo estaban en la calle.Los elfos más jóvenes y juguetones mordisqueaban los envoltorios en un acto de máxima rebeldía. Reían y saltaban al compás de una música invisible que solo ellos podían escuchar.
Aguda se coló por una de las chimeneas de la casa más cercana, justo de la que emanaba un olor a galletas recién horneadas. El cómo podía entrar por allí el dichoso Santa, resultaba un misterio.
—Ahora comprendo porqué hace tiempo que no necesita cinturón. —Aguda dio un salto ágil y cayó sobre las cenizas aún calientes.
Su pequeño cuerpo apenas ocupaba espacio y aún así levantó una gran polvareda. Los estornudos se sucedieron uno tras otro y los ojos le lagrimearon hasta no ver nada delante.
Cuando recuperó la compostura, un niño, de no más de cinco años terrestres, la agarró sin ningún cuidado.
—¡Mi regalo! —exclamó con alegría.
—¡No! ¡No hay regalos!
Me ha encantado.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes