«La luz del abuelo y su nieta»

Siempre me anonadaba la capacidad que tenía el abuelo de imaginarse los mundos que se escondían tras esas pinceladas que para mí carecían de sentido, era tan sorprendente que podía quedarme horas con él, escuchándolo, y nunca me aburría. ¡Un día hasta mamá me echó la bronca! Pero mereció totalmente la pena. Ese día el abuelo me enseñó su secreto, el más preciado y el cual escondía.En una zona lejana del pueblo, el abuelo había comprado una casa. A pesar de que parecía a punto de derrumbarse, al menos por fuera, una vez pasabas por la puerta principal era como si entraras en un mundo nuevo, un mundo de colores, de luz y de vida. Pero eso no era todo, me llevó al sótano y, a pesar de esperar un sótano mohoso y de color gris tristón, lo que apareció en mis ojos fue una galería. Una galería repleta de cuadros totalmente desconocidos, pero que en todos había algo en común: aparecía una niña similar a mí, de cabello rubio trenzado, con los ojos entrecerrados y sonriendo a quien estaba pintando. Recuerdo los ojos vidriosos del abuelo mientras me mostraba su favorito, la niña rubia descansaba estirada sobre un banco en las montañas, con un cielo oscuro que solo se abría para iluminar la zona donde la niña estaba. “Mi luz” lo llamó.  A pesar de lo feliz que estaba, no pude evitar fijarme en un montón de lienzos apilados en el suelo, con trazos sin sentido.Años después, el Alzheimer se llevó a mi abuelo para siempre y los cuadros desaparecieron sin dejar rastro, culpa de mi familia, claro. No fue hasta meses atrás que los volví a ver, transportándolos a un museo privado de puertas doradas y estúpidas figuradas bañadas en oro.Me puse los guantes de ventosas y me bajé el pasamontañas, lista para recuperarlos. Todos.