«Podría haber sido un robo imposible»

Y allí estaba yo, en el museo más prestigioso de Londres, intentando cometer un robo imposible. Las gotas de sudor frías como el hielo me resbalaban por la frente, mis cejas estaban alzadas y mi boca entreabierta. Supe que lo que estaba haciendo estaba mal cuando un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Miré a un lado y a otro, esperando no tener a nadie a mi alrededor. Mi compañero hackeó las cámaras, para así dejarme vía libre. Tenía ciento veinte segundos antes de que se percataran de mi presencia. Me tuve que mentalizar, porque yo era consciente de que estaba mal, pero también sabía que necesitaba el dinero. Así que sin pensarlo más procedí con mi objetivo.
Hicimos el cambiazo lo más rápido que pudimos y por suerte, de momento nada pareció salir mal. Pero la intención de celebrar se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos.
—La alarma empezará a sonar en trece segundos— pensé.
El pánico se apoderó de mí. Trece segundos para dejarlo todo como estaba, trece segundos para dejarlo todo tan impoluto como para que ni tan solo la prominente policía británica se diera cuenta de la ausencia de la obra de arte de valor inalcanzable hasta que ya nos hubiera dado tiempo de salir del país. Trece segundos que dependían prácticamente de la vida o la muerte.
Salimos de allí lo más rápido que pudimos, y cuando ya estábamos alejándonos del lugar con la furgoneta, oímos la alarma de fondo. Dos, tres, cuatro furgones de la policía británica pasaban a toda velocidad en dirección contraria.
Entonces paramos en una gasolinera. No podía ser real. No nos lo podíamos creer. Nos habíamos equivocado y habíamos vuelto con el cuadro falso. Este despiste nos costó millones de libras esterlinas y una bronca demasiado exagerada.