Este texto es un fragmento de

Abro comijazz

Javier Fraiz

Sarah McKenzie ilumina

(10 de mayo de 2016)

Solo digo que la noche era lluviosa y desabrida, fuera. Pero las canciones desfilaron con ese poder evocador que remite a un atardecer en un lugar idílico, que resta gravidez. Sonaba Moon River y el carillón de vasos y copas cesó su soniquete mientras la voz grácil de Sarah McKenzie, que no se quiebra cuando coge el ascensor, recordaba su "película favorita". Se giró sobre la balaustrada del escenario de madera del café, fundiéndose con ese plano de Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes.

En el tema definitivo, Embreceable You, un estándar del jazz que grabaron Sinatra, Chet Baker, Ella Fitzgerald o Nat King Cole, la fórmula funcionó de nuevo: la australiana, dulce y decidida, asida al micrófono, y el guitarrista Jo Caleb construyendo un fondo líquido y ondulante. A la hora del bis, Tom Farmer (contrabajo) y Marco Valeri (batería), muy competentes en llevar la manija, habían ganado el fondo del local para acodarse, a continuación, sobre la barra, donde el espectáculo continuó otro rato, ya sin partituras.

Era la primera vez que la pianista y compositora australiana recalaba en España, y se autoinvitó para la próxima edición del Festival de Jazz de Primavera. Eduardo Rodríguez, responsable de la programación, asentía desde detrás de la barra, que es la fila cero de los conciertos. Poco antes dijo con un resoplido todo lo que se podía decir, a lo sumo, tras un solo maravilloso del guitarrista.

Es la "futura Diana Krall", introdujo el productor a Rodríguez para que no se lo pensara. Sarah Mckenzie, por ahora, se concentra en ser ella misma. "We could be lovers", con un buscado equilibrio entre temas populares y canciones propias, es su tercer y último disco, el primero en el prestigioso sello Impulse! El club ourensano dio la aprobación a su propuesta de jazz clásico, con pasajes de bossa nova (para muestra, su original "Quoi, quoi, quoi"), melódicas baladas y un swing radiante como el que subrayó otro clásico, "Come Rain or Come Shine". Lleno el local como de costumbre, el lunes dejó de ser lunes, nadie recordará la noche inclemente.



Wayne Shorter, leyenda y renovación

(8 de noviembre de 2012)

Shorter se agachó pesadamente a silbar al micrófono y el fino sonido inquietaba como los ladridos amargos que emergen en el Bitches Brew, el espeluznante álbum de Miles Davis de 1970 que tocó la cumbre de la fusión, que abrió la caja de Pandora entubando al jazz melodías eléctricas. Allí estaba Shorter. Ya entonces afilaba pentagramas con el poder incandescente de su saxo soprano, lírico y evocador, ácido como el veneno que te carcome por dentro. Durante 56 minutos se manifestaron al menos las dos últimas generaciones del universo del jazz, este miércoles, 42 años más tarde del hito fraguado con Davis, en una apabullante puesta en escena del cuarteto que envuelve la creatividad y el misticismo de Wayne Shorter, una leyenda viviente, casi una religión para auditorios ávidos.

En A Coruña, enclave del festival de primeras figuras JazzAtlántica, todo sucedió con calculada improvisación desde que el saxo recaló sin aspavientos en un Teatro Rosalía con la guardia baja, sin tan siquiera un momento para aplaudir hasta el cabo de una hora. Un corte evolutivo, cambiante, de compases en estampida y un concepto extensísimo, conducido desde un inicio inquietante a una explosión volumétrica en el arreón final, anticipó en 56 minutos de viaje panorámico la línea del resto del concierto: temas experimentales empastados a la perfección. El cuarteto ejecutó tres composiciones sin resuello y concedió un bis por la vía rápida ajustando el metrónomo a la hora y media de concierto. Prácticamente los aplausos de antes y después del añadido duraron más. La mente y las bocas abiertas, ni te digo.

Desde los clubs al teatro. De los géneros que prorrumpían a la infinita improvisación. Más de cuatro décadas de carrera y seis premios Grammy consolidan el mito. Shorter formó parte de la escuela del bop que supusieron los Jazz Messengers, asumió el relevo del indomable John Coltrane en la superbanda de Miles Davis que se asomaba al futuro y salvó bajo su batuta el desfiladero del jazz de fusión. Entremedias encontró la excelencia creativa en dos obras antológicas: el disco cinco estrellas Speak No Evil (1964) y Adam’s Apple (1966), ambos cobijados por el sello Blue Note -ahora EMI- con el que lanzará nuevo disco en 2013. En la recta final al lado de Miles Davis, In A Silent Way (1969) marcó el camino rupturista que nadie vislumbró igual que el privilegiado Príncipe de las Tinieblas. Wayne Shorter participaría después junto al teclista Joe Zawinul en la fundación de la banda que abrigó todos los estilos, Weather Report, cuna posterior de Jaco Pastorius. En los 80 convergió incluso con Santana.

Shorter, legatario del primer jazz frenético de los clubs y la noche, pionero de la fusión propulsada a partir de los 70, se acompaña en su otoño vital por el pianista Danilo Pérez, timón de la sección rítmica; Brian Blade, un batería inconmensurable; y el contrabajista John Patitucci. Yendo y viniendo como el leitmotiv de una música en común, en A Coruña construyeron dimensiones múltiples, continuas capas de sonido superpuestas como la sucesión de anfiteatros que el público abarrotó en el Rosalía. Firme en las escalas del saxofón -recurrió mayoritariamente al poder lírico del soprano-, la leyenda se humanizaba al despegar la boquilla. Shorter se movía encorvado entre el péndulo escénico de luces y oscuridad. Su cuerpo de anciano apoyado en el piano, o dando pasos renqueante, transmitía una imagen falaz. Pocos octogenarios entienden tan bien la renovación imparable. Pocos como Shorter conciben la música como onda expansiva.


La elocuencia de un saxo

(11 de noviembre de 2015)

El músico errante que Julio Cortázar captura en El Perseguidor se bajó del escenario para vivir para siempre en los muros (Bird Lives!, rezaron varios grafitis en Nueva York a título póstumo) y en la eternidad de los discos y bibliotecas, donde cada matiz por sucio que parezca contradice el diagnóstico forense de aquel hombre de 34 años que dejó un cadáver anciano: úlcera de estómago, neumonía, cirrosis hepática y un definitivo ataque al corazón pusieron fin al mayor talento de la música del siglo XX . Nadie amplió nunca los márgenes del pentagrama como Charlie Parker. Nadie amplió de tal manera los márgenes de la vida. La profunda «devoción» por Bird, de cuya muerte se cumplen ya 60 años, inspira el último trabajo de uno de los nombres principales del jazz en la actualidad, situado entre la reinvención y la pleitesía del genio. Rudresh Mahanthappa, el mejor saxofonista del momento para la Asociación de Periodistas de Jazz de Estados Unidos, exhibió en el Festival de Jazz de Lugo un muestrario de canciones propias que evocan la impulsividad del genio Charlie Parker.

«Bird Calls», su último trabajo, recoge esa filosofía; actualizando el legado de la leyenda. La publicación de cabecera Downbeat distingue la composición como el mejor álbum de 2015 y a su creador, como el saxofonista alto de referencia. La ciudad gallega disfrutaba este martes de uno de los grandes conciertos del programa. El día en que subió al parnaso Alain Toussaint (sin menciones expresas del artista porque, tal vez, como dijo Woody Allen, es mejor pasar a la posteridad por no morirse que por dejar un legado), estaba lleno el Círculo das Artes, un recinto con un decorado clásico donde despuntaron los fraseos boperos del quinteto de Rudresh.

Vibraba el público con el intercambio de solos y el juego de contrapuntos entre el líder, con chaqueta de tweed y casi una obsesión por ajustar la boquilla cada poco, y el trompetista Adam O’Farrill, un prodigio de solo 21 años. Ya lo dejó claro Ornette Coleman al asentar que “las mejores declaraciones sobre el alma se expresaron con el saxofón”. Habló con elocuencia el saxo alto de Rudresh, un indio nacido en la ciudad italiana de Treste que se crió en Colorado, se formó en Berklee y sabe enhebrar el jazz progresivo con el sonido asiático que lleva en el genoma.

Tienen presencia y volumen los tres acompañantes de la sección rítmica. El pianista comenzó solo una balada en unos de los bises del final, mientras que François Moutin al contrabajo percutió durante toda la noche las cuatro cuerdas, en el preciso momento, como si restallara un látigo para ordenar el ritmo de trabajo. Su pelo rebelde se movía como la brisa que agita las briznas sin arrancar ni una. Dictó la pauta el batería, encargado además de cerrar las frases de confluencia con grandes estallidos de caja y charles.
 «Pasé mi primera semana en Nueva York gastando el primer sueldo del mes en buscar a Charlie Parker», declaró Miles Davis para la posterioridad. Años lleva Mahanthappa puliendo su «feliz devoción» por Bird. Con una revisión de tal calibre, el legado está garantizado. Efectivamente, aún vive.



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