Pero si me dan a elegir
entre todas las vidas yo escojo
la del pirata cojo con pata de palo,
con parche en el ojo,
con cara de malo.
El viejo truhán, capitán
de un barco que tuviera
por bandera
un par de tibias y una calavera.
Joaquín Sabina
Querido amigo:
Te escribo estas palabras desde un oscuro despacho ministerial ahora que me he quedado solo y los teléfonos, las aplicaciones de mensajería y el correo electrónico han dejado de dar la lata y quieren irse a dormir también. Hay silencio, pero es pesado. Hay calma, pero hiere con su insondable quietud. Me cuesta concentrarme en estas últimas tareas. Tengo mucho que contarte y lo haré tranquilamente, cuando me haya recuperado, paseando y tomando esos mates que tanto nos debemos.
He vivido una última semana explosiva y excesiva. He viajado durante jornadas interminables en una cruel y caprichosa montaña rusa de emociones, agitaciones, inquietudes y desafíos sin igual. He llegado a querer acabar con todo de una vez, y a desear salir corriendo hasta desaparecer del mapa. Este oficio de la política acaba con cualquiera. Todavía hay quien cree en su regeneración, como si sus reglas no estuvieran talladas en piedra desde los albores de la vida en comunidad. Son unos ingenuos. ¿Cuántas veces te dije que la política es irreformable? La política lleva funcionando tres milenios con unos códigos perpetuos, y seguirá haciéndolo de la misma forma hasta que nos extingamos como especie. No hay nada que hacer.
Necesito volver a pasear por aquellas cumbres coloreadas de Purmamarca cagados de frío, aunque sea subido a aquel auto trucho que escupía humo y se bebía todas nuestras existencias de agua potable. Necesito tomar un helado casero de dulce de leche en cualquier vereda de Caballito, mientras hablamos de todo y de nada, como hacen los verdaderos amigos. Necesito volver a pasear por el Tigre remando en una lanchita por uno de aquellos cauces, aunque ahora me dicen que las barcazas de turistas desaprensivos lo han invadido todo. Necesito volver a compartir esos cortes de asado en aquel restaurante de Palermo donde una vez casi nos agarra la cana por querer ayudar a aquel viejito. Y necesito volver a respirar el aire sublime y aristocrático del cementerio de la Recoleta, espero que no lo hayan terminado de nacionalizar los del pobrismo militante. Necesito vagabundear como los viejos piratas por esos mares recónditos, pero dentro de la OCDE, ya sabes, aventuras las justas, y más ahora que voy teniendo una edad. Me tienes que contar cómo consiguieron engañarles de esa forma con las deudas que arrastran y con esa moneda que ustedes se gastan.
No sé bien donde leí alguna vez que la tristeza se hereda. Al parecer nuestros genes son capaces de reproducir no solo información química y biológica sino también la genuina materia del alma. Desde que nacemos tenemos una predisposición a la tragedia o a la alegría que arrastramos como un pesado -o liviano- fardo a lo largo de nuestra existencia. Y eso, definitivamente, es más importante que la herencia patrimonial, el capital simbólico que puedan dejarte tu familia o la actitud a lo largo de tu existencia.
Sé que lo hemos hablado alguna vez y que tú me quieres bien cuando me aconsejas ir a terapia, pero escúchame bien, olvídate de todo tipo de asesores de la felicidad, vendedores de crecepelo en una época turbia en la que proliferan este tipo de charlatanes. La cosa es más trivial y severa. Lo tengo meridianamente claro: el principio supone más de la mitad del éxito de cualquier empresa, y la empresa de la vida arranca ya el día que nacemos con una marca indeleble asociada a la tristeza o a la alegría. Una marca de nacimiento que no se borra con ningún disolvente vital. Y puede que algunos hayamos empleado demasiado tiempo en tratar de suprimirla, sólo conseguimos provocar escozor y picor interior. No removamos más la mierda, déjese de joder.
Y ahora que lo pienso, ya he olvidado por qué te estaba contando esto de la herencia de los estados de ánimo. Bueno, ya me conoces, me pongo a hablar al pedo y solo me salen pelotudeces. Y si me junto con vos, hacemos masa crítica y la acabamos montando bien gorda.
En un rato parto para el aeropuerto. En apenas 15 horas nos encontramos, viejo amigo. Reserva la mejor botella de Malbec que tengas a mano. Tengo mucho que contarte.
Joshua.