Me gustaría, antes de adentrarnos en el centro neurálgico de este libro, mencionar brevemente las tres etapas que han marcado este camino en su gran mayoría: sentir, amar, avanzar.
SENTIR
Siento miedo. Siento respeto. Siento amor. Siento felicidad...
He querido que lo primero que notéis al empezar este libro sea que comenzáis a sentir, no importa qué sea lo que os rasgue la armadura que todos llevamos puesta. Lo importante es sentir, seguir notando que estamos vivos, que somos capaces de experimentar vaivenes emocionales con tan solo unas líneas.
Yo he dicho que siento miedo, respeto, amor y felicidad.
Miedo es más bien un sentimiento pasado, no he sido del todo sincero. Miedo es lo que sentí al empezar a reunir escritos que tenía perdidos en mi memoria, en el teléfono, en multitud de papeles desordenados...
Miedo es lo que sentí al pensar que, quizá, esas palabras que me habían ido sirviendo como desahogo pudieran tener algún sentido y verse plasmadas todas juntas.
Miedo es lo que sentí al dar forma a todo esto y miedo es lo que sentí al enviarlo y entregar un trozo de mi vida, como el que entrega su corazón a otra persona.
También he dicho que siento respeto. Y sí, lo habéis adivinado. Es otro sentimiento pasado, como el miedo. Sentí respeto cuando di a conocer a mis allegados (esa palabra que tanto hemos escuchado en los últimos tiempos) que escribo desde hace mucho y que juntar letras me ha servido para no separarme de mi camino en muchas ocasiones. Y tuve aún más respeto cuando comencé a publicar algunos de mis textos en las redes sociales. Esas que tanto te pueden dar, pero también quitar.
Siento amor. Y esto no lo he dejado de sentir. Amor por mi familia; amor por mis amigos; amor por este pedazo de mi alma que hoy os entrego para que lo guardéis bajo llave; amor por mi vida, imperfecta, con grietas, pero con una línea muy marcada de la que me siento orgulloso; amor por mi(s) equipo(s) de fútbol -si no lo digo reviento-; amor por ese alguien que un día tuve cerca y ya no, pero que me inspiró y me dio momentos de lucidez aun en los días más oscuros; y amor por ti, abuela, la que me cuidó durante toda mi vida y el virus se la llevó para pasar a ser la estrella que guía mis pasos.
Y, por último, siento felicidad por haber emprendido esta aventura y porque estéis a punto de embarcaros en un viaje hacia mis sentimientos.
Y, casualmente, sus manos se encontraron.
Y ambos, cada uno por su lado, sin saberlo,
sintieron una llamada muda, un latido,
la ráfaga de electricidad que dejan las
tormentas en la atmósfera.
Y sonrieron, siguiendo su camino,
cada uno a su ritmo…
Pero más felices.