Este texto es un fragmento de

Cuentos para despertar

Gema López Sánchez

1. La sección de Literatura

Día 1

 

— ¡Corre, María, o me echarán la bronca!

Llegar tarde al primer día de clase es algo estúpido pero que a todo el mundo le ha pasado alguna vez en la vida. Llegar tarde a una actividad extraescolar es casi peor, ya que se supone que vas porque te gusta y además lo pagas de tu bolsillo. Pero llegar tarde a una actividad extraescolar que tú mismo vas a impartir, es sencillamente penoso.

Justo cuando iba a abrir la puerta del Salón de Actos, María me cogió por la parte de atrás del abrigo y me paró.

— ¿Estás tonta o qué? ¡No puedes entrar con esas pintas! ¿Qué impresión le vas a dar a todos? —Estaba completamente mojada a causa de la lluvia, mi cabello estaba empapado, la camisa se me salía de la falda por un lado y mi corbata parecía el nudo de una horca. Estaba tan terriblemente nerviosa que ni siquiera me había fijado en esos detalles de mi propia imagen. Por suerte María —mi mejor amiga desde cuarto de primaria— se ofreció a arreglar un poco mi ropa y a cambiar su chaqueta de cuero, que estaba mucho más seca, con mi abrigo. Como mi pelo no tenía remedio, sencillamente me dejó un coletero para que me lo recogiera.

— ¿Estás nerviosa? –me preguntó. Asentí levemente. –Venga, -continuó- no tienes nada de qué preocuparte. ¡Ahora entra ahí y déjales pasmados! –No era tan fácil, pero su motivación se me contagió y le sonreí. Inspiré profundamente y entré sin pensármelo dos veces, ya que de lo contrario no habría entrado…

El salón de actos en realidad no era más que otra aula un poco más grande donde solo había dos mesas altas, un reproductor de cine para las presentaciones y un montón de sillas. Todas las sillas estaban perfectamente ordenadas y los alumnos estaban sentados en ellas observando con atención a los tres jóvenes que se situaban frente a una de las mesas altas al fondo de la sala presidiendo la reunión. Cuando entré todo el mundo se quedó en silencio. Tener todas esas miradas puestas en mí… ¡Parecía que mis nervios no se iban a acabar nunca!

Tomé asiento tras la mesa alta. Todos seguían callados… Pero, ¿y la profesora?

-¡Buenas tardes, alumnos!

La profesora Rosa, que impartía lengua y literatura y que además había fundado la revista del instituto, entró de forma enérgica por la puerta del Salón de Actos. Al contrario que yo, parecía disfrutar siendo el centro de atención, y su engreída sonrisa me lo confirmaba. Sin embargo, aunque no fuera de las profesoras que mejor me caían —ya que me había bajado la nota de la evaluación anterior por no haber entregado un trabajo a tiempo—, me acababa de sacar del centro de las miradas de mis compañeros.

— ¡Oh! Parece ser que los coordinadores de la revista del año pasado ya os han dado todos los datos para este curso. Bien, pues poco más hay que decir —su mirada de repente se clavó en la mía—. -¡Por poco lo olvido, Chicos! —dijo dando una sonora palmada al aire para lograr que le prestaran aún más atención, y entonces me señaló—. A partir de este año, Julie Sánchez Newman será la nueva jefa de la sección de Literatura en la revista. Los que queráis escribir algún cuento, o alguna poesía, o queráis hacerle una crítica a un libro, poneos en contacto con ella.

Debería estar contenta con mi ascenso, pero suspiré. Llevaba desde primero de la ESO en la revista del instituto y en cinco años había hecho más de veinticinco artículos, sin duda me merecía el puesto… Sin embargo, la sección en la que yo había estado era la de ciencias.

La noche anterior había recibido la noticia de mi ascenso gracias a un e-mail de Rosa, así que ni siquiera había podido rechazar el puesto. Pensé que tal vez podría aclarar las cosas con el jefe de la sección de Ciencias para hacer un intercambio pero el llegar tarde lo hizo imposible… La única opción que me quedaba era hablar con la profesora cuando acabara la reunión y esperar que me favoreciera.

— Adelante, Julie… —escuchar mi nombre de los labios de Rosa me sacó de mis pensamientos; por desgracia había perdido el hilo de la conversación y me había quedado en blanco—. ¿Sí? —pregunté tímidamente, y Rosa soltó una risita nerviosa.

— Parece que nuestra nueva jefa de sección está algo nerviosa. Julie, querida, te preguntaba si querías darle algún consejo a los novatos de este año.

Oh, no… Lo que peor se me daba en el mundo era hablar en público. A veces hablaba muy rápido y no me entendían; otras, demasiado lento y la gente empezaba a bostezar a las dos frases. Además, ¡no tenía nada preparado! ¡Ni siquiera conocía mi propia sección! Con el corazón en un puño y las piernas temblorosas me levanté del asiento y me dirigí a la masa inmóvil y callada. Por eso no soportaba los colegios privados, era todo tan… perfecto… ¡No! Debía de centrarme en el tema y olvidar esas minucias.

— Eh… Hola… —Demasiado tímido, se suponía que era la jefa, debía mostrarme más segura de mí misma—. ¡Buenas tardes! —Oh, mierda… había subido el tono de voz demasiado. Conté hasta diez y proseguí—. A los nuevos solo quiero decirles que… que… que el año pasado se nos acumulaban los artículos al final de cada evaluación y teníamos… teníamos… problemas para… corregir y eso… —Vi a Rosa por el rabillo del ojo bostezar. Mejor acabar cuanto antes—. Así que, por favor… a ser posible… enviad los artículos antes para… ya sabéis… para que sea todo más fácil y eso… —Horrible, sencillamente horrible—. Mucha suerte este año —y me senté otra vez a la velocidad del rayo. Nadie aplaudió. Rosa volvió a su monólogo otros diez minutos hasta que por fin acabó:

—Bueno, chicos, esto es todo por hoy. Esforzaos mucho. La próxima reunión es en dos semanas, ¡que no se os olvide! Por favor, recoged esto antes de marcharos.

Yo no tenía ninguna intención de ponerme a recoger con los demás y sentir más vergüenza, así que sencillamente, al mismo tiempo que la profesora se levantó lo hice yo, y en menos de tres segundos llegué a la puerta y me fui.

— ¡Espera, Julie! —Me di la vuelta alegre, convencida de que se trataba de María, pero en su lugar me encontré a Rosa.

— Oh… profesora… —El mal rato que había pasado en la reunión había hecho que olvidara que quería hablar con ella al salir—. Verá, hay algo que quiero decirle…

— Yo también —me interrumpió—. Verás, Julie, quiero pedirte perdón por haberte puesto en la sección de Literatura, ¡te aseguro que no tenía mala intención!

-¿Mala intención? —Hablaba casi como una adolescente de mi edad—. No, profesora. Estoy muy contenta siendo jefa de sección es solo que no entiendo su decisión de ponerme en Literatura, ¡usted sabe que soy muy buena escribiendo para Ciencias! —Rosa me miró con el entrecejo fruncido, otra vez había hablado muy rápido y no había entendido ni papa de lo que le había dicho—. ¿Por qué… me puso en Literatura?

— El jefe de la sección de Literatura ya ha superado su bachillerato y este año va a la universidad, sin embargo la jefa de Ciencias aún no ha terminado su grado superior de Informática. Necesitaba a alguien que se ocupara de literatura y tú tenías el potencial necesario para ser jefa de sección… —me miró apenada—. Tal vez debí haberte dado la opción de no ser jefa de sección… Aún estás a tiempo de retirarte.

¿Qué estaba a tiempo de retirarme? ¿Después de haber hecho el ridículo delante de toda la revista tenía que renunciar? ¡Podría haberme avisado antes! Ahora… no tenía otra opción más que seguir adelante; así que negué con la cabeza.

— Me encargaré de literatura —una sonrisilla apareció en el rostro de Rosa, pero por alguna razón, no me quedé tranquila—. Sin embargo…

— Necesitas ayuda —volvió a interrumpirme y esta vez sonrió de forma resplandeciente—. Yo puedo ayudarte. Tengo algunos documentos de revistas anteriores que podrían servirte de ayuda.

— Eso sería fantástico… —susurré aún no convencida.

— ¡Entonces genial! Tengo esos papeles en mi casa. ¿Quieres que te lleve? — Dudé. Rosa era mi vecina desde que nos habíamos mudado a las afueras de Madrid, sin embargo no la conocía tan bien… Eché un vistazo por la ventana contemplando el aguacero que caía gracias a la luz de una farola, ya que estaba terriblemente oscuro. Recordé que había quedado con María a la salida y que tenía su chaqueta.

— Lo lamento, no puedo… He quedado con una amiga y…

— Puedes enviarle un mensaje a tu amiga para decirle que te vas ya.

Tampoco era una mala opción… María iba a voleibol mientras yo estaba en la revista, pero como había sido una reunión relativamente corta, pensé que a María aún le quedaba al menos una hora de clase.

— Si no es mucha molestia…

— ¡Para nada mujer!

Salimos del instituto en un abrir y cerrar de ojos y nos metimos en su Mercedes plateado rápidamente para mojarnos lo menos posible.

Durante el camino de vuelta no nos dijimos nada. Tenía la sensación de que era Rosa la que estaba esperando que hablara yo; pero por el momento, ya había hablado bastante. Al principio me hizo un montón de preguntas sobre literatura: si me gustaba leer, si se me había ocurrido algo para la revista, si tenía algún relato corto en mi casa… lo típico. Llegamos al cabo de unos minutos a su chalet, sin embargo, no me ofreció entrar. Salió rápidamente, entró y a los cinco minutos salió con un archivador de color azul marino en la mano; lo dejó en el asiento de atrás y se dirigió calle arriba hacia mi casa, que debía de estar a menos de una manzana de allí.

— Profesora, creí que iba a prestarme revistas de los años anteriores.

— No, Julie, he pensado que tal vez había algo que podía gustarte más.

— ¿A qué se refiere? —Ella solo sonrió–. Verás… Voy a prestarte las redacciones de algunos alumnos.

— ¿Eso se puede hacer, no es un delito? —Rosa se echó a reír tan fuerte que pensé que en el ínfimo trayecto que nos quedaba aún podría estampar su coche.

— ¡Julie, no me hagas reír! ¿Me ves haciendo algo ilegal? Son redacciones de unos concursos literarios que se hicieron hace años. He pensado que podrían inspirarte mejor que las revistas del año pasado o anterior porque si sacas tus ideas de allí todo el mundo se dará cuenta en seguida de que no estás haciendo nada original.

— Pero si me inspiro en algo aún más antiguo, seguirá sin cambiar nada… Seguirá sin ser original…

— Es posible, pero nadie se dará cuenta.

Aparcó frente a mi puerta y me entregó el archivador en la mano antes de que abriera la puerta del coche.

— Espero… que te sea de utilidad —dijo mirándome directamente con esos impenetrables ojos de color café que tenía. No me parecía mala persona en absoluto, era realmente amable; pero a esa mujer la envolvía un aura de misterio que me desconcertaba—. Buenas noches —dijo sacándome de mis pensamientos.

-Buenas noches, profesora —dije mientras salía del coche—. Y muchas gracias por traerme.

A los pocos segundos su coche desaparecía entre la lluvia y la oscuridad.

Aunque apenas había estado un momento bajo la lluvia ya estaba empapada. Abrazaba el archivador con fuerza para que su contenido no quedara destrozado. Al entrar en casa traté de no hacer mucho ruido para no despertar a mi madre. Ella era piloto, y la mayor parte del tiempo que pasaba en casa lo pasaba durmiendo. Tras deshacerme de las ropas mojadas tomé una cena fría y pastosa que mi madre debía haberme preparado hacía horas. Pasé por enfrente de su dormitorio y abrí la puerta para comprobar que, efectivamente, se había quedado dormida y estaba hecha un ovillo entre las mantas. Mi padre era auxiliar de vuelo —aunque prefería llamarlo azafato— en una compañía de vuelo distinta, y se habían conocido durante una conferencia sobre los nuevos sistemas de seguridad aérea en Londres cinco años antes de que yo naciera. Mi madre buscó trabajo en España y no tardó en encontrar el que ahora tenía, que sin embargo le quitaba muchas horas de sueño.

Decidí dejar de preocuparme, y a los dos minutos ya estaba tumbada en la cama con el archivador en las manos; por suerte no se había mojado. Lo abrí y al instante vi en letra Times New Roman un título: «Cuentos para despertar». Desde luego el nombre era curioso. Hojeé las páginas del archivador y pude comprobar que se mezclaban folios con plásticos clasificadores. ¿Eso era lo que le hacían a los trabajos de los alumnos una vez los entregaban?

Pasé de página y comencé a leer, sin saber lo que conllevaría leer ese libro…




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