Este texto es un fragmento de

Cumbres improbables

Alexander Pereda

Suena el despertador, por mala suerte a la hora que lo puse ayer, y me viene a la cabeza la misma pregunta de siempre: «¿Quién me manda hacer planes tan pronto?». Sé que es la pereza hablándome e intentando que no me mueva de la cama, pero conozco ambos resultados de la decisión y por experiencia debe ganar el levantarme.
Menos mal que tengo la buena costumbre de dejar todo preparado el día anterior y la rutina ya adquirida. Me visto con torpeza porque todavía no estoy totalmente despierto y voy a por la primera recompensa del día.

Desde la habitación ya huelo el intenso aroma a café que inunda toda la casa y que posiblemente mi cerebro tenga tan mimetizado que el simple hecho de olerlo me haga despertar.

Quedan quince minutos para salir de casa según los horarios que he previsto y doy un último vistazo a ver si llevo todo. Y mentalmente reviso la ruta de hoy: subiré al Colina desde Collados de Asón. «Qué zona más bonita, siempre que vuelvo pienso lo mismo».


Tras un viaje por las carreteras orientales de Cantabria llego a Collados de Asón y me asomo al mirador donde se percibe el pasado glaciar de este entorno. Un glaciar a pocos kilómetros de la costa, ¡1uién lo viera! Una pena que todavía no se pueda viajar en el tiempo.

Tras ese pensamiento ilógico y un último vistazo a la cascada más famosa de Cantabria, Cailagua, retorno al aparcamiento para iniciar la ruta.

Con las botas calzadas, palo en ristre, comienzo a andar para internarme en este reino kárstico. El día acompaña a la misión de hoy; aunque hace calor, buena parte de la ruta transita bajo el hayedo.

El primer camino parece que me va a abrir el apetito del entorno, pero antes de poder disfrutar de los puntos fuertes que he visto al revisar en casa la ruta, me topo con los Castros de Horneo. «Si tuviese tiempo me internaba entre esos bloques de piedra».

Antes de desviarme para comenzar a subir, diviso a lo lejos a un paisano al que saludo con la mano, y me devuelve el saludo aunque le noto algo distriado.

La pendiente con el calor se comienza a notar, pero el hayedo me salva, como en otras tantas ocasiones, y me acompaña dándome cobijo. Es curioso ya que el fresco te da un chute de energía y puedes acelerar, pero a su vez no quieres que se acabe la sombra y es mejor mantener el ritmo.

Pocos metros más adelante comienzo a ver la luz al final del hayedo, y ya voy concienciandome del calor otra vez. 



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