1. Por qué Pedro Sánchez no fue presidente: de la vicepresidencia y el CNI a la cal viva
Mariano Rajoy concluye el Comite de Dirección del Partido Popular del 21 de diciembre de 2015. Han pasado apenas catorce horas desde que se conociera el resultado electoral. Pide un teléfono y marca el 660xxxxxx.
— Pedro, buenos días, soy Mariano Rajoy.
— Buenos días, Mariano, ¿cómo estás? —responde Pedro Sánchez, que estaba a esa hora en la sede del PSOE de Ferraz.
— Verás, creo que lo más sensato es que nos veamos cuanto antes. España no puede esperar. Voy a abrir una ronda de contactos con los cuatro líderes principales. ¿Quieres que tomemos mañana un café en Moncloa a las 11?.
— Por supuesto —responde Sánchez—. Allí estaré.
Solo unas horas antes de esta conversación telefónica se habían celebrado en España las elecciones más interesantes de la historia democrática. Por primera vez cuatro partidos entraron con fuerza suficiente en el Congreso de los Diputados para que la prensa de aquellos días publicara titulares señalando el final del bipartidismo. PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos se repartieron la mayoría del codiciado pastel del arco parlamentario. Los días posteriores a las elecciones fueron jornadas de nervios y movimientos públicos y privados encaminados a la formación de Gobierno.
Mariano Rajoy fue el primero en mover ficha. El líder del PP pasó unos días de mucha tensión y preocupación. Había perdido 63 escaños y 3,6 millones de votos, lo que disparó las alarmas en el partido. Durante aquellas jornadas, y a pesar de haber ganado las elecciones, Rajoy llegó a verse fuera de La Moncloa y así se lo comentó a algunos de sus asesores.
La situación fue extrema para él: el secretario general del PSOE, a quien necesitaba para formar Gobierno, le odiaba ("no es no", repetía hasta la saciedad), Podemos le repudiaba y Ciudadanos día sí y día también su cabeza.
Pero volvamos a La Moncloa. Rajoy sabía que su mayoría absoluta se había terminado y estaba dispuesto a escuchar a Sánchez. Quería conocer de primera mano si el socialista quería sentarse a negociar la llamada gran coalición. Pero el cara a cara duró apenas quince minutos. Cuando los fotógrafos de los diferentes periódicos y agencias se marcharon y les dejaron solos, Sánchez tomó asiento y le dijo a Rajoy que se marchaba, que había ido allí por educación pero que no tenía nada que hablar con él. Ni siquiera llegó a tomar el café que le ofreció un camarero de Presidencia del Gobierno.
Al día siguiente, Iglesias fue el invitado por Rajoy. Contrariamente a lo que pueda parecer, Rajoy tiene cierto respeto por el secretario general de Podemos. En la intimidad, Rajoy suele contar que un líder que ha conseguido 5 millones de votos no es un don-nadie. En Moncloa, sentados en los sofás, Rajoy le hizo una inquietante confesión a Iglesias. Le dijo que los grandes empresarios del Ibex35, propietarios algunos de ellos de importantes medios de comunicación, no querían que gobernaran ninguno de los dos. Ni Rajoy, ni Iglesias.
El líder de Podemos se quedó ojiplático, tal y como él mismo ha confesado más tarde a periodistas. Pero Rajoy va más allá y le cuenta a Iglesias que el plan de estos “poderes fácticos” es que el Gobierno sea presidido por Pedro Sánchez, en coalición con Albert Rivera. Para ello hacía falta el concurso del PP, en forma de abstención, y, claro está, sobraba Rajoy. La operación de la que habló Rajoy a Iglesias pasaba porque el líder del PP diera un paso a un lado por el bien de España, se sacrificara y cediera el liderazgo del partido a otra persona. Los poderosos del Ibex quería que la sucesión de Rajoy la pilotara su número dos en el Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Iglesias no salía de su asombro ante esta confesión. El líder de Podemos era conocedor de que no despertaba sintonía alguna entre las principales empresas del país y determinados medios de comunicación, pero escuchar eso del presidente del Gobierno en funciones era, cuanto menos, sorprendente.
Ese Gobierno alternativo que Rajoy relató a Iglesias en Moncloa tomó forma con el pacto que Pedro Sánchez firmó con Albert Rivera el llamado ‘Acuerdo para un Gobierno reformista y de progreso’. Para completar el plan trazado hacía falta la abstención del PP, pero Rajoy se negó en redondo argumentando que el partido que había ganado las elecciones no podía dejar gobernar al que había quedado segundo y cuarto. Se inició, entonces, el cortejo a Podemos.
La formación morada se dejó querer, aunque unos y otros sabían que era literalmente imposible poner de acuerdo a Podemos y a Ciudadanos, dos partidos que son la noche y el día. Llegó a haber una reunión a tres, pero fue hubo un día en el que todo cambió.
Fue el 15 de febrero de 2016. Pablo Iglesias entró en la sala de prensa del Congreso para explicar cuáles eran sus condiciones para que su partido apoyara a Sánchez: Vicepresidencia del Gobierno, control del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y del Boletín Oficial del Estado (BOE), entre otras cuestiones.
Rajoy siguió con mucho interés esa comparecencia por televisión rodeado de un grupo de colaboradores. Cuando escuchó aquellas peticiones, respiró aliviado. Había salvado, gracias a Pablo Iglesias, su cabeza. Podía ya estar tranquilo ya que el PSOE podría aceptar nunca esas exigencias de Podemos. Iglesias, sin quererlo había dado alas a Rajoy. El Gobierno de izquierdas había quedado descartado y sus miedos desaparecieron.
En el PSOE tampoco daban crédito a las peticiones de Iglesias. Así era imposible llegar a un acuerdo. En Ferraz se hablaba de una rendición, más que de un acuerdo de Gobierno. Pedro Sánchez se encerró con sus fieles colaboradores. Por aquel entonces, el líder de los socialistas se había rodeado de José Enrique Serrano, que fue jefe de gabinete de Felipe González y Zapatero en Moncloa, de Juan Manuel Serrano, jefe de gabinete, Óscar López, Antonio Hernando, Rodolfo Ares y Rodolgo Irago, su jefe de prensa. La decisión que tomaron fue la de intentar la investidura, sabedores de que Podemos debía cambiar de opinión y que la presión de unos segundos comicios acabaría por ablandar a Iglesias.
Cuando Iglesias se descuelga con esas peticiones, Rajoy se encontraba en Moncloa. Estaba a punto de salir para Zarzuela para la ronda de consultas del rey, ronda que el líder del PP cerraba. Antes de subir a su coche decidió con su equipo qué es lo que iba a hablar con el monarca. Rajoy le dijo aquel viernes a don Felipe que no contaba con los apoyos necesarios para presentarse a la investidura y que, por tanto, prefería dejar pasar la oportunidad.
Rajoy tomó esa decisión histórica (nunca antes se había producido) después de escuchar la ambición que había desmotrado Pablo Iglesias proponiendo a Sánchez desde el Congreso convertirse en su vicepresidente y pidiéndole, además, algunas carteras como Defensa o Interior. Sabedor de ese órdago, dijo ‘no’ al rey y puso ya en su horizonte las segundas elecciones que se celebrarían el 26 de junio.
Sánchez, en cambio, sí que aceptó más tarde la propuesta de investidura. Llegó al Congreso de la mano de Ciudadanos, pero se estrelló. El debate de investidura estuvo protagonizado por la “cal viva” y los GAL que salieron de la boca de Pablo Iglesias hacía el PSOE, comentarios que indignaron a la bancada del PSOE. Pero esa es otra historia que se contará en este libro.