El sobre
Nueva York, 1922.
Apago el cigarrillo en un cenicero ya rebosante de colillas y me recuesto en la silla.
Con los ojos entrecerrados, dejo que el repicar de la lluvia en el exterior y el tintineo del hielo en mi vaso me arrullen.
Es el último trago de una botella de puro whisky irlandés de contrabando que he aceptado como pago por un caso y estoy decidido a disfrutarlo.
Pero mis pensamientos se han puesto de acuerdo para no darme tregua.
El trabajo no va bien. Nunca lo ha ido. Maridos celosos, compañías de seguros que no se tragan supuestas lesiones… Todos pagan mal y todo son aburridos de cojones.
Y por debajo de todo eso, siempre al acecho, “el remolino”: los recuerdos de esa funesta noche, la carretera llena de curvas…
Agito la cabeza en un intento de mantenerme a flote.
Para distraerme, echo un vistazo a la placa de detective privado que hay sobre mi mesa. Evito mirar el estuche metálico que hay junto a ella. La dentellada de la necesidad es apremiante, pero consigo dominar la urgencia. «Más tarde —pienso—, de momento es suficiente con el alcohol».
Cojo la placa y la sopeso en la mano.
El humo se arremolina en mi despacho creando caprichosos tirabuzones que dan vueltas sin parar como mis pensamientos.
—¡A la mierda! —me digo—. Quizás ya es hora de aceptar ese puesto de guardia de seguridad que me ofrecieron.
Un ruido procedente del pasillo interrumpe mis devaneos. Me giro hacia la puerta justo a tiempo de ver una sombra deslizarse bajo ella.
Me levanto y me asomo al pasillo. El corredor está vacío, pero capto en el aire un sutil aroma a perfume de lilas.
Me encojo de hombros y es entonces, antes de volver a entrar en mi despacho, cuando lo veo: alguien ha deslizado un sobre lacrado bajo la puerta.
«Williams Manor —silbo reconociendo el sello—, una familia de auténticos pastudos».
Dentro del sobre me sorprenden una generosa suma de dinero, un recorte de periódico y una nota sin firmar: «Por favor, encuentre a este hombre y hágalo con discreción. Correremos con todos los gastos, considere esto un adelanto».
Me centro en el recorte y leo los párrafos con rapidez: habla sobre la desaparición de un aristócrata en una exploración arqueológica en Arabia.
El famoso Lord Edward, cabeza de familia de Williams Manor. Un hombre poderoso que se codea con el mismísimo Rockefeller… o se codeaba.