Este texto es un fragmento de

El enigma Pessoa

Joaquín Pereira

Un chorro de luz y lluvia entran por la abertura, allá arriba, como la garganta de un dragón que devora una tormenta. Alrededor me circundan piedras verdosas resguardando una escalera de caracol sostenida por columnas.

Estoy a medio camino del fondo. Me siento como si descendiera al estómago del dragón. Siento frío, como nunca había sentido. Debe ser el aliento de la muerte. No se siente miedo, el miedo ocurre cuando todavía hay esperanza de sortear lo inevitable.

¿Pero cómo es posible? ¿De dónde salió ese perro? Es un galgo. Me observa. No es una mirada de amenaza. Más bien es como si me esperara. Lo sé, desea que lo siga. Cuando lo comprendo sale corriendo hacia abajo como si hubiera leído en mi mirada que lo había entendido. Ya voy.

Uno, dos, tres, cuatro… Quince peldaños. Una plataforma. Uno, dos, tres, cuatro… Quince peldaños. Otra plataforma. El pozo tiene nueve plataformas. ¿Cuántos círculos tenía el infierno? Sí, esto es un pozo, no es un dragón. He salido por un momento del delirio. Reconozco este lugar, una torre invertida. Estoy en el pozo de la Quinta da Regaleira en Sintra.

Los escalones están empapados. Corro. El chorro de agua y luz que cae produce unos brillos que se parecen a ángeles que suben y bajan en una especie de danza.

Casi llego al final. Temo resbalarme. Y es como si hubiera dictado una orden: termino en el piso. Me paro más apenado que adolorido y lo veo: el galgo está en el centro del foso, esperándome. Una rosa de los vientos lo rodea en el adoquinado que cubre el piso bajo sus patas.

Ya voy. Ya estoy cerca. No… Otra vez huyes. ¿Acaso este no era el final? ¿Acaso nunca hay final? Ahora lo veo. Hay una gruta que inicia en la pared del frente. Cuando estaba en medio de la garganta era imposible que viera esa salida. ¿Es una salida? Siento como si una esperanza hace tiempo perdida hubiera retornado. Veo la silueta del perro alejándose por la gruta. Una luz sinuosa ilumina el piso. Al fondo oigo una cascada. Mientras la atravieso, rozo las paredes y noto que tienen la forma de un coral.

Salgo de la gruta y llego a un estanque en el que se asoman algunas piedras formando un tramo que lo atraviesa. ¿Adónde fue el galgo? Una voz me llama: «Sebastián… Sebastián…». Es Irene. ¿Qué hace aquí? ¿Dónde está?
Volteo y a mis espaldas una niebla va borrándolo todo. No puedo volver atrás. Salto de piedra en piedra y atravieso el estanque. Enfrente se abre la boca de una cueva. Es inevitable. Debo entrar.

Todo está oscuro. Camino en un infinito espacio oscuro. Un punto blanco aparece al fondo. Mientras me acerco va aumentando y veo que es una estatua. Es una mujer con un cisne. ¿De dónde sale la luz que la ilumina? Me acerco y noto que su rostro es el de Irene. Esta abre los ojos y me grita: «¡Despierta!».


Capítulo I

Pelourinho

– Acorda rapaz. Wake up… Despierta…

– ¿Dón…de es..toy? –sangre, sabe a sangre.

– Está en la plaza del Pelourinho. ¿Recuerda cómo llegó aquí? ¿Es español?

– Ve…nezolano, soy venezolano… Pero también periodista.

Me cuesta abrir los ojos. La claridad me lastima. No entiendo muy bien lo que veo: una especie de pedestal se eleva al cielo como una petrificada espiral de crema batida. ¿Sigo soñando?

Pelourinho… Recuerdo que me trajo aquí Irene mientras me mostraba la ciudad. Se trata de la picota de Lisboa, el lugar donde antaño llevaban a los delincuentes a pagar sus culpas frente a los pobladores honorables. Pero, ¿qué hago aquí? Estoy golpeado… ¿Dónde está Irene?

Lo último que recuerdo fue una discusión que tuve con ella mientras recorríamos los locales de Barrio Alto. Ella estaba feliz de conocer la ciudad donde nació el personaje motivo de su tesis de grado: Fernando Pessoa. Yo no podía evitar seguir deprimido después de ser despedido del periódico donde trabajaba.

– Le usó como un pincel humano y pintó esa espiral con su sangre –me dice el policía, y por primera vez siento miedo–. Vamos a llevarle al hospital.

– Se llevaron a Irene. La secuestraron –¿Cómo puedo saberlo?

Mientras me ayudan a levantarme suena mi celular en el bolsillo de mi pantalón. Logro tomarlo a tiempo. En la pantalla leo el nombre de mi amigo My-K. No puedo contestarle ahora. Todo me da vueltas. Me dejo conducir por los policías. Espero aún estar soñando, pero ya debería de haber despertado.



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