Este texto es un fragmento de

El espía que burló a Moscú

Claudio Reig

Capítulo 15. El Festival de Montreux




La vuelta de Moscú conlleva el retorno a zona segura. Nunca del todo, pero en España Madolell cuenta con el marcaje y protección de los hombres del Alto Estado Mayor. Nunca antes un agente español había penetrado en las entrañas del servicio secreto más temido del mundo. Hasta la fecha, los maestros del doblaje habían sido los rusos. Desde los famosos «cinco de Cambridge», que filtraron información del Gobierno británico al KGB durante años, hasta la obtención de los secretos de fabricación de la bomba atómica, las agencias secretas soviéticas mantenían la supremacía en inteligencia gracias a la infiltración masiva de agentes en las estructuras a espiar. Ahora era al revés. El espionaje español había metido un topo en el corazón del GRU, el impenetrable cuerpo de la inteligencia militar soviética. Los responsables directos de la operación, el comandante Víctor Portillo y el capitán Francisco Ferrer, no tardaron en interrogar al subteniente español. No podía dejarse nada en el tintero. Cualquier dato, detalle, observación de su paso por la capital del comunismo podía valer su peso en oro.


Con el agente soviético Madolell, de nombre clave ‘Manolo’, en territorio español, comienza una nueva etapa dentro de la operación Mari. Un nuevo ciclo en donde el tiempo juega en contra. Madolell superó la prueba más difícil, burlar a los espías del GRU a domicilio, pero lleva año y medio doblado. Comienza a ser demasiado. Situaciones como esta, según los manuales, no deben estirarse mucho más allá de dos años. Además, los rusos no paran de elevar sus exigencias, por lo que cada vez resulta más difícil satisfacer el voraz apetito de los soviéticos con material de calidad no sensible.


Sin embargo, a estas alturas de la operación, a caballo entre los años de 1965 y 1966, el papel del agente Manolo toma más y más protagonismo. Tras la exigente instrucción recibida en Moscú, Madolell alcanza mayor autonomía de movimientos. Los rusos quieren desgajarle de la red de Rinaldi por dos razones: primero por seguridad, pues quieren proteger al resto de la red que opera en España; segundo porque si finalmente las dudas que suscita Madolell son infundadas debe operar independientemente o subir en el escalafón: ser jefe de su propia red.


Con Giorgio Rinaldi apartado del escenario principal, entre Italia y Suiza, la persona de contacto habitual con la red del italiano es Armand Girard, conductor de Rinaldi en Turín, pero cuya función principal es la de correo de la red de espionaje encargado de la carga y descarga de buzones. Girard, mecánico fresador de profesión, depende económicamente de Rinaldi, por lo que ejerce de fiel escudero del turinés. Desde que la cúpula del GRU advirtió a Rinaldi de que debía dejar de circular con la extravagante furgoneta Volkswagen que pasea por media Europa, Armand Girard pisa cada vez más el territorio español. Mientras tanto, Madolell progresa en el uso de los buzones, así como en la recepción y envío de mensajes radiofónicos. Para ello, el subteniente cuenta en el piso alquilado en el madrileño barrio de El Pilar con un voluminoso aparato radiotransmisor de la marca Telefunken.


La pauta de trabajo entre las tres agencias conocedoras de la operación —CIA, Sección Tercera del Alto Estado Mayor y SIFAR— continúa por la misma senda. El SIFAR (Servizio Informazioni Forze Armate) cambia de nombre en noviembre de 1965. A partir de entonces, los servicios secretos italianos pasan a denominarse SID (Servizio Informazioni Difesa). Los hombres de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana preparan la documentación que regularmente el Alto suministra a Madolell. Este la deposita en los buzones de las cercanías de Madrid convenidos previamente siguiendo órdenes precisas de Moscú que recibe por radio. Además, gracias al seguimiento que realizan a los tres italianos, Rinaldi, Zarina y Giscard, los hombres de las tres agencias implicadas van atando cabos sobre los componentes de la red de espionaje. Una trama que extiende sus tentáculos por todo el sur de Europa, y más allá.


Si la vida militar del subteniente del Ejército del Aire Joaquín Jesús Madolell Estévez relativa a 1965 cabía en siete renglones, la documentación oficial concerniente al año siguiente amplía hasta 15 las líneas dedicadas. Y lo hace por un hecho en concreto: la participación en dos festivales aéreos suizos. Esta es la hoja de servicios del melillense de 1966:


Comienza el año en la misma situación y destino que finalizó la anterior, en la 5ª Sección del Estado Mayor del Mando de la Defensa Aérea. Por O. M. nº 1.517/66 de 5 de Agosto (B.O.A. nº 96) le son concedidos siete trienios acumulables por veintiún años de servicios computables a percibir desde el primero de agosto del presente año. Autorizado por la superioridad, el día 23 de septiembre marcha vía aérea a Italia y Suiza, a fin de participar en este último país en dos festivales aéreos efectuando el 25 del mismo mes en el aeródromo de Montreux dos lanzamientos de apertura manual, con un tiempo de caída libre de treinta y cinco y cuarenta segundos, respectivamente. El día 2 de Octubre y en el aeródromo de Yverdon, realiza otros dos lanzamientos de apertura manual con un descenso de caída libre de treinta y uno y treinta y ocho segundos, respectivamente. Y sin más vicisitudes finaliza el año, prestando los servicios propios de su especialidad y empleo en la 5ª Sección del Estado Mayor del Mando de la Defensa Aérea.




Como miembro destacado de la Escuela Militar de Paracaidismo de Alcantarilla, Madolell había participado en múltiples exhibiciones paracaidistas. Incluso le reclaman en festivales años después de abandonar el puesto de instructor en la base murciana. Por ejemplo, en septiembre de 1963 acude a la base aérea de Matacán (Salamanca) invitado por la Escuela Básica de Pilotos para participar en el festival aeronáutico celebrado al cumplirse las 1.000 horas de vuelo del centro. Sin embargo, en 1966 las prioridades del osado paracaidista transmutado en avezado espía están más cerca del suelo que del cielo.


Las localidades alpinas de Montreux e Yverdon, situadas ambas en el cantón de Vaud, al oeste del país confederal, son enclaves privilegiados por la naturaleza. Mientras el primero de ellos queda en la ribera noreste del lago Lemán, el mayor de Europa Occidental, el segundo está a orillas del lago de Neuchâtel. Este entorno convierte a ambas poblaciones en reclamo turístico de primer nivel. De hecho, Montreux celebra desde 1967 un festival de jazz todos los veranos de renombrada fama mundial. Aún queda un año para que la música sincopada inunde de acordes el municipio suizo cuando Madolell acude a otro festival, según el apunte de su hoja de servicios. En teoría, el subteniente paracaidista español realiza dos saltos de apertura manual en el aeródromo de Montreux el 25 de septiembre de 1966; y otros dos lanzamientos más en Yverdon una semana después, el 2 de octubre. Dos días festivos, dos domingos. Lógico si se trata de concitar la mayor atención posible de niños y mayores a un espectáculo aéreo abierto a la ciudadanía.


Lo que la lógica no aclara es el porqué de la presencia de Madolell. La hoja de servicios, el documento que recoge toda la vida profesional de un militar, certifica que estuvo allí. Madolell conservaba, incluso, en su vivienda de Madrid de la calle de la Argentina, un trofeo conmemorativo del festival helvético. Muchos años después, cuando observaba el trofeo suizo expuesto en su casa, Madolell seguía esbozando una leve sonrisa, un mínimo gesto para indicar que él nunca estuvo allí. ¿Dónde estuvo entonces? ¿Con quién? ¿Con Rinaldi? ¿Si no estuvo él, quién le sustituyó? ¿Por qué en este caso sí quedó reflejado en su hoja de servicios oficial? Las variables se disparan y sólo hay un dato seguro; no estuvo allí. Su hijo Alberto lo confirma. Ha sido él quien me ha contado la historia del trofeo tapadera, que todavía conserva la familia.


Las hipótesis más plausibles indican que si Madolell estuvo en Suiza contaría con un permiso oficial. De ahí la cobertura oficial perpetrada. El país helvético, sede de importantes organismos de la ONU y bancos opacos, contaba con más agujeros en su seguridad que un queso gruyère. Suiza era pieza importante en la red de espionaje de Rinaldi. En el país alpino pasó largas temporadas hasta que viró hacia España, pero siempre regresaba. Además, contaba con cierto prestigio en los ambientes aeronáuticos del país al demostrar técnica y experiencia con saltos de hasta 9.000 metros desde los cielos de Locarno. Rinaldi conocía al detalle esta ciudad, entre otras razones porque era punto habitual de intercambio de material mediante buzones. La proximidad con la frontera italiana, así como la neutralidad del país helvético, convertían a Locarno en lugar seguro para operar. La autobiografía de Giorgio Rinaldi, ‘Tainik’, refleja el paso del agente turinés por la población helvética durante el transcurso de la operación Rinaldi. ¿Pudo estar acompañado por Madolell? Él no lo indica.


En una semblanza sobre Giorgio Rinaldi publicada en el diario italiano La Reppublica el 5 de noviembre de 1988, especulan sobre cómo pudo quedar al descubierto, sobre quién lo vendió:


Un escritor de Asti, amigo de Rinaldi, trabajaba en Helsinki. Ese día, en la capital finlandesa estaba anunciada una exhibición del famoso paracaidista italiano Giorgio Rinaldi Ghislieri. Pero el agente secreto tenía otros planes concertados con Andropov. Rinaldi regresaba de Marruecos, de realizar un trabajo para la KGB. Durante esas horas el espía está en Moscú. En Helsinki, de hecho, está un doble. En Rusia el premier le felicita en la Lubianka por los buenos resultados de la red.


Del cielo finés baja un hombre que parecía Rinaldi. El escritor amigo vio perfectamente su caída y oyó los aplausos de la gente. Entonces fue a felicitarlo, a abrazarlo. Pero cuando divisa al paracaidista comprueba con sorpresa que está frente a un joven ruso. Quizá fue el principio del fin de Giorgio Rinaldi.




En el caso de los espías, las conjeturas tienden a cubrir con su manto la falta de pruebas fidedignas. A falta de un relato veraz, las especulaciones crecen, y con ellas la dimensión del espía. Para el redactor de La Reppublica que firma la pieza de Rinaldi, el italiano fue «en los años cincuenta, en plena guerra fría, seguramente uno de los 007 más inteligentes del espionaje soviético. Uno de los hombres más importantes del KGB en Italia». La realidad desdice en multitud de ocasiones los relatos mitificados que mezclan verdad y ficción. Porque es verdad que Rinaldi utilizó la técnica del cambiazo en Helsinki, pero no es verdad todo lo demás. No es cierto que un viejo amigo de Asti descubriera el pastel, ni es verdad que se citara con Andropov, pues el líder comunista no accedió a la dirección del KGB hasta mayo de 1967, cuando Rinaldi ya estaba entre rejas. Quizá Madolell también fuera sustituido por otro paracaidista en Montreux e Yverdon. Él contó a quien quiso escucharle que nunca estuvo allí, pero no quién estuvo. Quizá, ni él lo supo nunca.


 






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