Este texto es un fragmento de

El monodrilofante

Cristina Rodríguez Aguilar

De cómo el monodrilofante apareció en la selva



Nadie sabe de dónde salió el monodrilofante. Un día apareció en la orilla del río y se quedó. Ninguno de los otros animales había visto nunca antes algo semejante.

—Parece un elefante sin orejas —gritó una cebra que se había acercado a beber agua y veía al animal solo por delante.

—No, es un cocodrilo —contestó un hipopótamo, que solo lo veía por detrás.

Pero entonces los cocodrilos que se calentaban al sol en la otra orilla, abrieron los ojos a la vez.

—Cómo va a ser eso un cocodrilo —dijo el cocodrilo más viejo muy enfadado—. Nosotros somos verdes y elegantes. Que su cola sea como la nuestra no quiere decir que sea uno de los nuestros. ¡Ni hablar!

—Pues si no es un cocodrilo, ¿qué es? —gruñó una hiena que pasaba por allí siguiendo un rastro—. Tiene el cuerpo oscuro y peludo de un mono.

—¿De un mono? —preguntó una joven jirafa estirando el cuello.

—Sí, eso he dicho, el cuerpo peludo de un mono de los árboles —contestó la hiena.

—Pues si no es un elefante ni un cocodrilo y tampoco un mono, pero es las tres cosas a la vez, entonces será un monodrilofante —exclamó feliz un avestruz, como si acabara de solucionar un gran enigma, mientras bailaba unos pasitos de charlestón y luego giraba sobre sí mismo.

Todos se quedaron callados un momento y entonces oyeron un ruido diferente. El pobre monodrilofante estaba llorando.

Los animales se miraron unos a otros sin saber qué hacer.

El llanto del monodrilofante era tan melodioso que parecía que estuviera cantando una canción de cuna.

—Rápido, hay que hacer algo —exclamó el avestruz muy preocupado.

Una familia de monos que jugaba en un árbol se acercó y rodeó al monodrilofante. Los monos comenzaron a hacer una torre colocándose unos encima de otros, mientras le cantaban una canción:

—¡Monodrilofante glotón, monodrilofante glotón, si sonríes ahora, te regalo un bombón! ¡Monodrilofante glotón, monodrilofante glotón, si sonríes ahora, te doy un achuchón!

Y cuando el mono más pequeño estaba a punto de ponerse encima de todos los demás, la torre se deshizo y todos los monos cayeron al suelo. El monodrilofante empezó a reírse en ese momento y entonces todo su cuerpo se puso del color del arcoíris

—¿Qué pasa aquí? —rugió una voz desde detrás de unos arbustos—. ¿Es que no voy a poder echar una cabezadita? —dijo un enorme león abriendo su bocaza y soltando un bostezo que hizo temblar al pobre monodrilofante. 

—¡Tenemos un nuevo miembro en la familia! —exclamó el avestruz agitando las alas—. ¡Un monodrilofante!

—¿Qué? —rugió el león. 

—¡Un monodrilofante! —repitieron los cocodrilos.

—¿QUÉ? —insistió el león, que estaba un poco sordo.

—¡¡¡MONO-DRILO-FANTE!!! —gritaron todos los animales a coro. Y entonces se giraron y el monodrilofante había desaparecido.



Lo buscaron por todas partes, pero el monodrilofante no estaba en ningún lado. El sol fue cayendo lentamente y la luna empezó a brillar en el río. En aquel momento los animales dejaron de buscar y se sentaron en círculo alrededor del león, al que no habían dejado moverse del sitio para que no asustara de nuevo al tímido monodrilofante.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el avestruz.

—¡Nada! —exclamó el león—. Es hora de dormir.

—Mañana seguiremos buscando —añadió uno de los monos.

Cada uno se buscó un lugar cálido para pasar la noche, y pronto el silencio se extendió por toda la selva.



A la mañana siguiente los animales se despertaron con un canto diferente al de los pájaros. Nadie había oído antes algo así. Pero al oírlo daban ganas de ponerse a bailar.

Todos los animales se acercaron atraídos por aquel sonido melodioso, y de pronto descubrieron al monodrilofante bajo las largas ramas de una acacia gigante, cantando ensimismado. El avestruz se puso loco de contento.

—¡Está aquí! ¡Está aquí! —gritó saltando.

—Que el león no abra la boca —ordenó el elefante.

Y como no sabían qué hacer ni cómo dirigirse a aquella extraña criatura, decidieron que serían el elefante, el mono y el cocodrilo más ancianos, los encargados de hablar con él y presentarle al resto de los animales.

El cocodrilo-jefe se subió sobre el elefante, y sobre el lomo del cocodrilo-jefe se sentó el mono. De esta forma al menos tenían un poco el aspecto del monodrilofante. Pensaban que así el animal se sentiría más en familia y no se asustaría otra vez.

Las hienas no podían dejar de reírse al verlos, pero ya se sabe que las hienas siempre se ríen.

—¡Hola! No te asustes. Yo soy Flora, el elefante guía de la manada.

—Y yo soy Yiyi, el cocodrilo-jefe.

—¡Y yo Molón, el mono de los árboles! ¿Y tú, quién eres?

—No sé quién soy —contestó el monodrilofante tímidamente.

—¿Cómo que no sabes quién eres? ¡Todo el mundo sabe quién es! —replicó el mono Molón.

—Pues yo no sé quién soy —insistió el monodrilofante.

—¿Y tus padres? —preguntó el cocodrilo.

—No sé.

—¡Pero tendrás amigos, hermanos, un lugar, habrás nacido en alguna parte! —continuó impaciente el mono Molón.

—No lo sé —dijo el monodrilofante cada vez más apesadumbrado.

De repente la voz del león rugió por segunda vez. Todos los animales pensaron que otra vez iba a meter la pata y asustaría al pobre monodrilofante.

—¡Dejadle en paz! —rugió—. ¿Es que no se puede vivir en paz en esta selva? ¿Desde cuándo es importante saber aquí quién es uno?

El león se acercó lentamente al monodrilofante.

—Bienvenido a nuestra selva —rugió el león con suavidad mientras agitaba su melena—. Si no sabes quién eres, a partir de ahora serás para todos el monodrilofante. Ya no necesitas esconderte ni tener miedo —añadió el león, dando un golpe de cola amistoso en la espalda del monodrilofante.

—¡Tres hurras por el león! —gritó el avestruz.

—¡Hurra, hurra, hurra! —dijeron todos los animales a coro.

—¡Hurra, hurra, hurra! —repitió el monodrilofante al final, y todos se rieron. 




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