Este texto es un fragmento de

El postigo del aceite

Jesús Delgado Morales

Capítulo 1

Miguel es poco agraciado físicamente, un rostro cetrino, ojeroso y con una gran nariz tipo judaica. Si se contempla el resto de su persona no sale mejor parado que se pueda decir, es tirando a alto, un metro setenta y nueve, brazos flácidos y vientre demasiado pronunciado. Él no es ajeno a estos inconvenientes a la hora de contactar con el sexo contrario, pero no por ello va a dejar de intentar seducir a la que se le ponga delante con su oratoria trasnochada cargada de sentimentalismo añejo, y su camisa a cuadros color granate. Aquella tarde se encontraba acodado a la barra de ese bar sucio y maloliente que tanta atracción ejercía en la juventud menos sólida en lo tocante al suelto en los bolsillos. Paco a su lado no perdía de vista a ninguna de las que se contoneaban, o simplemente se dejaban sostener por la misma barra donde ellos dos estaban tomando una cerveza.
— No veas que culo tiene esa del vaquero.
Miguel absorto en sus pensamientos pseudo proletarios, no le presta atención ni al comentario de su amigo, ni a la anatomía de la enfundada en los pantalones vaqueros. La cerveza se está calentando y no por eso la suelta, aferrada con ambas manos como si fuera una valiosa posesión, le transmite el sudor acumulado en sus palmas grandes de estibador que solo ha pisado un muelle, para contemplar las gaviotas revoloteando en busca de algún descuido afortunado que facilite el alimento, que no son estas aves muy aficionadas al trabajo honrado cuando la piratería se encuentra tan cercana y provocativa. Paco acaba de silbar en tono bajo, pero no lo suficiente para no ser oído por la causante de su admiración que se vuelve a medias con una sonrisa de concordancia entre el silbido y la estructura de su propio cuerpo. Por un momento parece que se va a arrojar sobre la lava del volcán, pero su cobardía con las mujeres no le permite más que esa sensación de impotencia al ver alejarse a la muchacha para acabar con sus intenciones, y también con sus miradas. La admirada, que no ha recibido el acometimiento que debiera haber seguido al silbido, se cuelga del cuello de un mocetón más joven que ellos dos, y le besa con la determinación que le ha faltado a Paco. Con fruición, regodeando sus labios en la boca barbada del que con una media sonrisa, deja escapar una mirada traviesa.
— Está cañón la tía.
— ¿Quién? Pregunta de pasada Miguel.
— Esa de ahí. ¡Mira cómo se come al tío ese!
— No sé de qué me hablas, estaba en otra cosa. Paco le mira con cara de estar viendo un ectoplasma, aunque desconozca por completo el significado de esta palabra. Retoma el vaso casi vacío y absorbe con cierto sonido el último trago de cerveza.
— Me pone otra. Sin mirar a Miguel se deja decir: ¿Quieres otra?
—Bueno, ¡ya que invitas!
Aún se tomaron una tercera antes de abandonar el bar. La música chillona y a veces estridente, les acompañó durante los cuarenta minutos que permanecieron allí, el uno absorto en sus pensamientos, el otro deleitándose en la contemplación de tanta belleza tan cercana a sus manos, y tan extraña a sus posibilidades.
La bodega asemeja un coso taurino con sus gradas brillantes, los asientos ocupados por parejas que se divierten arrullándose, de grupos mixtos donde las gracias de los jóvenes aspirantes a hombres buscan arrancar la carcajada femenina, o acaso una tímida sonrisa de aceptación. Grupos de mujeres solas, sonrientes, coquetas y con las órbitas de los ojos ajenas a cualquier regla matemática. Acechantes los célibes, los no emparejados tras haber sonado los clarines que dan comienzo a la fiesta. Paco que descaradamente se encuentra ubicado en ésta hermandad, mira impotente como toda su capacidad de captación ha quedado inutilizada por su falta de confianza, por no creer en sus posibilidades que si bien puedan resultar remotas, no dejarán de ser imposibles.



Comprar

Recompensa
+ XP
Acumulas XP y estás en nivel
¡Gracias!