Este texto es un fragmento de

El saqueo de los ERE

Sebastián Torres y Antonio Salvador

EL REY DE LOS PERSAS



—¿Quién es? —pregunta una voz inconfundible al otro lado del teléfono. El ruido de fondo indica que nuestro interlocutor va conduciendo.

—¿Cómo está el Rey de los Persas?

—Hombre, Sebastián, ¿qué tal estás? Cuánto tiempo sin hablar contigo.

El Rey de los Persas es un nombre en clave, una fuente conectada con altas instancias de la Junta de Andalucía que a finales de 2010 colaboró con el diario El Mundo en su investigación periodística de algo que después se denominó el Caso ERE. Su aportación fue determinante y su verdadera identidad sólo la conocen los autores de este libro.



Ahora, casi cinco años después, conduce por algún lugar de Andalucía un caluroso sábado de julio y le cansa recordar aquellos días apasionantes y que nunca hasta ahora se han contado. Apasionantes para un periódico que seguía una pista de un asunto que intuía importante sin poder imaginar la trascendencia que tendría en el futuro. Apasionantes para dos abogados, Luis García Navarro y Lourdes Fuster, que vieron antes que nadie por dónde asomaba el hilo del que había que tirar para ir destejiendo muy poco a poco una extensa y compleja red de influencias, amiguismo y favores. Apasionantes para El Contacto, otra de las fuentes claves de El Mundo que tenía acceso directo a los entresijos de la investigación judicial, y podría deducirse también que apasionantes para la juez Mercedes Alaya, que preparaba desde la soledad de su despacho un gran e inesperado golpe al «clientelismo» del PSOE en Andalucía durante al menos una década. Es posible, y hay conexiones sorprendentes que apuntan a ello, que la red se estuviera tejiendo al menos desde principios de los años noventa del pasado siglo.



No se puede decir, en cambio, que para El Rey de los Persas aquellos días fueran precisamente apasionantes. De hecho ahora confiesa por teléfono que ha hecho todo lo posible por olvidar, por no recordar lo que pasó cuando, ante la insistencia de un periodista, intentó colaborar con él. Ni siquiera recuerda cuál era la dirección de correo electrónico que un día de otoño de 2010 decidió crear en Gmail para ponerse discretamente en contacto con el periodista.



El Rey de los Persas tuvo una importancia fundamental en la investigación de El Mundo sobre el fraude de las prejubilaciones masivas, meses antes de que la juez Mercedes Alaya abriera las diligencias previas 174/2011, conocidas como el Caso ERE. La fuente estaba dentro del sistema, tenía acceso a la documentación más interesante y a los entresijos de la Consejería de Empleo, el centro de operaciones de una trama corrupta dedicada a regar de ayudas ilegales empresas bien conectadas con el Poder, a beneficiar a unas comarcas de Andalucía por encima de otras y que prejubiló a 6.471 trabajadores de empresas supuestamente en crisis sin que el resto de los más de 80.000 empleados que se vieron afectados en esa época por expedientes de regulación de empleo en Andalucía tuvieran si quiera conocimiento de la existencia de esas ayudas.

—No me digas que soy Garganta Profunda, que eso impone y asusta —solía comentar en ocasiones, en las citas furtivas de noche o de día para verificar datos o aportar alguna pista interesante, siempre a escondidas y en sitios inhóspitos, al menos para el Poder, para no ser descubiertos.



Sería a principios de noviembre de 2010 cuando se conocieron. Sebastián Torres tiraba del hilo que un par de meses antes le apuntaron los abogados Luis García Navarro y Lourdes Fuster, y llegó un momento en el que se vio bloqueado. No avanzaba en su investigación.

El Mundo trabajaba en el convencimiento de que el ERE de Mercasevilla, que entonces parecía el centro de una gran trama de corrupción, no era más que una simple anécdota, la punta de un iceberg mucho mayor que contenía grandes corrupciones en el seno de la Junta de Andalucía. A principios de noviembre de 2010, el periódico manejaba ya la hipótesis de una década de ayudas irregulares y una cifra en torno a 700 millones de euros utilizada ilegalmente.



Era habitual que las preguntas del periódico a los gabinetes de prensa de las consejerías de la Junta de Andalucía no obtuvieran respuesta. No hacía mucho tiempo que el presidente Manuel Chaves y su hombre de confianza en el PSOE andaluz, Luis Pizarro, habían sentado en el banquillo al director de la edición regional de El Mundo, Francisco Rosell, y al redactor jefe Javier Caraballo, que fueron absueltos por la Audiencia de Sevilla en aquel intento de dos intocables señores por lograr una condena ejemplarizante contra la prensa crítica.

La Consejería de Empleo esquivaba las preguntas del periódico sobre las prejubilaciones de Mercasevilla; las fuentes que se prestaban a colaborar desde dentro de la Junta de Andalucía no daban más de sí y la investigación se encontraba atascada. La existencia de un sistema ilegal de prejubilaciones masivas era una hipótesis. Faltaba verificar datos para poder considerarla un hecho.

Antonio Salvador era el redactor especializado en economía y turismo en el periódico por aquel tiempo.



—Yo tengo un contacto que te puede servir para eso. Te paso su teléfono. Llámalo, no pierdes nada por ello —y ahí apareció El Rey de los Persas, primero desconfiado, temeroso de hablar por teléfono y con la sospecha permanente de estar vigilado. Al final, a duras penas y después de mucho insistir, asegurándole absoluta confidencialidad, accedió a tomar un café.



El Rey de los Persas resultó estar al tanto de alguna forma de las llamadas sin respuesta que El Mundo había realizado al gabinete de prensa de la Consejería de Empleo sobre las prejubilaciones de Mercasevilla, y conocía gran parte de las respuestas que el Poder estaba escatimando al periódico.



En ese momento, ante un café cortado en un bar cualquiera, El Rey de los Persas se vio ante un gran dilema: cerrar los ojos y contribuir a tapar una década de ilegalidades en el reparto de cientos de millones de euros de dinero público o dar salida a la indignación que sentía en su interior por la instauración de un sistema de favoritismos en «su» Junta de Andalucía, accediendo a ser la fuente —secreta, eso quedó claro desde un principio— de un periodista al que acababa de conocer.

—¿Y qué ganamos nosotros con esto? No lo tengo muy claro —fue su respuesta más inmediata mientras jugueteaba entre sus manos con una tarjeta de visita que le acabábamos de entregar. Con ese «nosotros» se refería, evidentemente, a la Junta de Andalucía.



Fue unos días después cuando saltó una alerta en el escritorio del ordenador del periodista. «Mensaje de El Rey de los Persas», decía el globo en la parte inferior derecha de la pantalla. Pinchó inmediatamente sobre él. Desde una dirección extraña creada en Gmail enviaban el siguiente mensaje: «Nos vemos mañana en el sitio del otro día, a la misma hora». Sólo un colega puede comprender cómo latía en aquellos momentos el corazón de Sebastián Torres.




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