- Cauac, ¿cuál es tu debilidad? –preguntó Quetzalli-.
- ¿Qué? ¿Ya estás con tus preguntas raras, Ami? ¿No has tomado más de la cuenta, verdad? – contestó mientras intentaba agacharse sin caerse.
- No, es algo que llevo pensando unos días, sólo veo dones en ti, cosas buenas, pero todavía no descubro tu debilidad.
- ¿A qué te refieres con mi debilidad? –contestó extrañada Cauac-.
- Sí, a tu punto débil, eso que te hace sentir frágil y vulnerable, eso que no puedes controlar conscientemente porque su poder te domina de una forma salvaje e irracional, y desearías en la misma medida poder deshacerte de ello antes que tenerlo para siempre.
- ¿Y por qué crees que debería tenerla?
- Bueno, supongo que todos tenemos alguna, ¿verdad? –insistió Quetzalli-.
- Sí, bueno, supongo que sí, pero no puedo decírtelo. Es lo único que no puedo compartir contigo, pero es mejor así, créeme. No todo el plomo puede convertirse en oro –Cauac contestó tajante a la última pregunta de Quetzalli-.
Quetzalli se quedó pensando en las palabras de Cauac. Se acordó de una frase que había leído en algún libro hace tiempo de un filósofo llamado Schopenhauer: «Uno puede hacer lo que quiere pero no puede elegir lo que quiere». No recordaba si eran así las palabras exactas pero la idea que le transmitió en ese momento le servía.
«Quizá esas debilidades son esas cosas que uno no puede elegir quererlas, aunque sí pueda decidir qué hacer con ellas», reflexionó Quetzalli.
Entonces, ¿qué sería eso que Cauac no podía evitar querer pero que había elegido no compartir? ¿Formaría parte también de su historia personal? ¿Acaso querría olvidarlo? A veces, cuando uno no comparte algo, parece como si existiese de otra manera, en un lugar lejano en el que no hay materia, ni intención, solo la idea como tal, y una idea sola no puede llegar a nada, necesita ser compartida, sentida, activada. Cauac no pretendía hacer ninguna de esas tres cosas, así que Quetzalli respetó su decisión.
Así era como las debilidades se encontraban a salvo, actuando desde un lugar secreto, aunque esperando el mínimo resquicio para sacar la cabeza. Sin embargo, también deberían ser experimentadas. En el fondo obedecen a un deseo o necesidad personal que nos agrada en mayor o menor medida, y quizá por eso se desean en la misma medida que se niegan, y ya se sabe, a mayor negación, mayor deseo. Quetzalli no consideraba que las debilidades fuesen algo negativo que le afectan a uno, como una característica menos desarrollada en la persona que genera un desequilibrio cuando se la incluye en la balanza, sino que aquellos puntos débiles eran, en realidad, una oportunidad de aprender a sentirse segura de ella misma.
«Ocultar la debilidad te hace sentir poderoso, pero no es un poder real, la verdadera fuerza surge de la misma debilidad mostrándose al mundo, desnuda, entera, agrietada y sedienta, pero auténtica. Y sólo así es cuando la fragilidad se convierte en autenticidad, el arma más poderosa para salir al mundo. Quizá no tengamos miedo a nuestras debilidades, sino a nuestra autenticidad», pensó Quetzalli.