Este texto es un fragmento de

Hacia un mundo feliz

Hilario Blasco Fontecilla

Introducción

“[…] Permaneció obstinadamente sombrío toda la tarde; no quiso hablar con los amigos de Lenina (de los cuales se encontraron a docenas en el bar de helados de soma, en los descansos); y a pesar de su mal humor se negó rotundamente a aceptar el medio gramo de helado de fresa que Lenina le ofrecía con insistencia.
—Prefiero ser yo mismo —dijo Bernard—. Yo y desdichado, antes que cualquier otro y jocundo. […]”

Un mundo feliz, Aldoux Huxley

El concepto de qué entendemos por salud y enfermedad está cada vez más desdibujado. Dicho de otra manera, el campo de actuación de la Medicina es cada vez más amplio, y con ello, sus límites de actuación se han expandido. Aldous Huxley, un literato indispensable del siglo XX, predijo la medicalización de la vida cotidiana de la mano de una creciente tecnificación de la medicina. Y, en todo este proceso, la Psiquiatría ha tenido un papel protagonista. Un ejemplo premonitorio de la afamada novela de Huxley, ha sido la medicalización de la infelicidad con antidepresivos. Las ventas crecientes de antidepresivos hacen evidente que la medicalización de la infelicidad sea una realidad. Podríamos especular sobre cual es el soma hoy en día, pero no hace falta mirar demasiado lejos: así, la prescripción de antidepresivos se triplicó en España entre 1994 y 2003. Dos antipsicóticos, el aripiprazol (Abilify®, Otsuka, Bristol-Myers Squibb) y la quetiapina (Seroquel®, AstraZeneca), y un antidepresivo (la Duloxetina, Cymbalta®, Eli Lillly) están entre los diez fármacos más recetados en los EE.UU en la actualidad (http://www.businessinsider.com/10-best-selling-blockbuster-drugs-2012-6?op=1). Parece que las personas prefieren ser enfermos que infelices. ¿Acaso nos hemos vuelto todos locos?

No puedo dejar de comentar aquí el excelente artículo de Jeremy Howick Are we all going insane?, en el que recuerda el experimento realizado en los años 70 por el psicólogo David Rosenhan, de la Universidad de Columbia. El bueno de David escogió un grupo de ocho personas normales y los envió, a cada uno, a un hospital psiquiátrico diferente. Su única consigna era decir que estaban oyendo “voces perturbadoras” pero, por lo demás, su comportamiento debía ser normal. Siete de ellos fueron diagnosticados de Esquizofrenia y uno de psicosis maníaco-depresiva, y fueron obligados a recibir tratamiento farmacológico durante el ingreso. Ningún sanitario sospechó que podían estar simulando. Sin embargo, algunos de los pacientes ingresados pensaban que eran periodistas realizando algún tipo de misión secreta. Una vez ingresados, intentaron hacer creer a sus psiquiatras que ya no oían esas voces, pero los psiquiatras les negaron el alta hospitalaria, que solo se les concedió tras reconocer que eran enfermos psiquiátricos, que iban a tomar tratamiento para su enfermedad mental, y que estaban mejorando con la medicación que, sin saberlo sus perspicaces doctores, estaban tirando por el retrete.

Alles Frances, el “padre” del DSM-IV se preguntaba en una entrevista publicada en El País el 28 de Septiembre de 2014 (http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/09/26/actualidad/1411730295_336861.html), parafraseando su último libro publicado, si no nos estarían convirtiendo a todas las personas en enfermos mentales. Otro gurú, pero de la economía, Uwe Reinhardt, señalaba ya en 1990 que si el gasto sanitario de los EE.UU seguía aumentando, EE.UU acabaría siendo como un gran hospital en el que solo habría sanitarios, enfermos, o ambos3. Así, podríamos pensar que la soma-medicación masiva de la población general ya ha comenzado, al menos en algunos países desarrollados. ¿Se nos habrá ido de las manos la medicalización3 de los problemas de la vida cotidiana?

La gente se medica cada vez más, y usa las medicaciones de manera peligrosa o les da un uso para las que no fueron creadas. Por ejemplo, algunos adolescentes o incluso adultos usan los potenciadores cognitivos para mejorar su rendimiento en una suerte de “doping” cognitivo (http://www.elmundo.es/papel/historias/2016/03/06/56d96f5d268e3e52588b460d.html); otros han fallecido por usar el viagra® o fármacos similares para aumentar su rendimiento sexual. La industria farmacéutica, por supuesto, se frota las manos y se muestra encantada en poder desarrollar píldoras de la felicidad, dada su creciente demanda por el público general (“Doctor, yo lo que no quiero es sufrir”, es una frase que oímos con demasiada frecuencia en consulta). Además, el acceso a la medicación es cada vez más sencillo dada la banalización del acto prescriptor, y a que, lo que no se consigue en un país, se puede conseguir en otro, a un módico precio y en tu propia casa en un tiempo record gracias a Internet.

Pero, ¿vamos realmente hacia un mundo feliz? La tesis que se sostiene en el presente ensayo es que la felicidad o aquello que, nunca mejor dicho, se nos vende como “felicidad”, se ha convertido en uno de los valores básicos fundamentales de los países occidentales, y la Medicina, en general, y la Psiquiatría o la salud mental, en particular, están siendo instrumentalizadas, usadas como un medio para llegar a ese fin (felicidad). Puede que el ser humano siempre haya buscado la felicidad, como defiende Luis Rojas Marcos en Nuestra Felicidad. Pero nunca como ahora se nos ha “vendido” algo a lo que se llama felicidad, aunque no lo sea. Nunca, como ahora, hemos podido comprar algo a lo que llaman felicidad.

Lupton defiende abiertamente que el bienestar físico, mental y emocional se han convertido en imperativos culturales en nuestras sociedades consumistas, y como tal, tienen que ser buscados y consumidos. El ejemplo más patente es la creación del pujante instituto de la felicidad patrocinado por Coca-cola. ¿A nadie le llama la atención que los congresos de la felicidad sean promocionados por Coca-Cola? La “felisalud” se ha convertido en un simple objeto de consumo. Las razones para ello seguramente son complejas. Pero nada es gratuito en esta historia. Como por ejemplo que Huxley escriba su gran novela en 1932, o que la definición “totalitaria” de salud de la OMS vea la luz en 1946. No podemos olvidar que, mientras los pensadores de la Ilustración señalaron al bienestar humano como su objetivo, en 4 años de guerra se destruyó la fe en el progreso, la evolución, la razón y la propia historia. De alguna manera, la OMS equiparó su concepto de salud al de bienestar absoluto (o felicidad). Y la salud es, hoy en día, uno de los valores básicos de las personas, al menos en las sociedades modernas y posmodernas. Pero esto no siempre ha sido así. Hace apenas 400 años, durante la era medieval en Europa, un valor más importante que la salud era la vida moral del sujeto, en el sentido de que se entendía que la vida física, terrenal, en la cual se entiende la salud, era una simple preparación para la vida en el “más allá”. De hecho, los médicos hemos sustituido en relevancia para la sociedad a los curas, tal y como nos acusaba Ivan Illich en su Némesis médica. Y los nuevos centros comerciales han sustituido a las iglesias y mezquitas como lugares de culto donde adorar al Dios supremo de las sociedades capitalistas.

El hecho de que la salud se haya convertido en el valor “supremo” por un número creciente de personas en la actualidad tiene que ver, entre otros factores, con la progresiva secularización de las sociedades. Pero no solo. Otro factor es el desarrollo de la medicina, cuyos avances, tras la 2ª Guerra Mundial, han permitido la prolongación de la vida y, sobre todo, de la calidad de la misma. De hecho, hoy probablemente estamos viviendo un momento de transición en el que el peso de las enfermedades llamadas “agudas” está siendo traspasado al de las enfermedades “crónicas”. Así, por ejemplo, hoy por hoy, un gran número de enfermedades infecciosas como el sarampión, rubéola, la polio, etc., que causaban millones de muertos en los albores del siglo XX, están prácticamente erradicadas. De hecho, lo que hoy es noticia, es el fallecimiento de un menor no vacunado por difteria, una enfermedad prácticamente erradicada en nuestro país.

El desarrollo de la Medicina ayudó a la promoción de la salud y a la prevención, lo que abrió una puerta a la mercantilización, que ha sido bien aprovechada por la industria farmacéutica. Y no solo. El auge que estamos viviendo sobre aplicaciones móviles y diferentes dispositivos electrónicos enfocados hacia la salud parecen ser simplemente la punta del iceberg de lo que está por venir.

La idea de la felicidad ha ocupado la mente de las personas desde que existe aquello que llamamos Cultura. Tal y como nos recuerda Gustavo Bueno, Aglao Psofidio, que vivía cultivando un pequeño huerto, era el hombre más feliz de la tierra según el oráculo de Delfos, para asombro de otros coetáneos, más ricos y poderosos. Pero las bases ideológicas del mundo feliz hacia el que nos dirigimos se gestan a finales del siglo XVIII, cuando se pasa de una idea de felicidad a un ideal de felicidad. Así, Kant (1724-1804) señalaba que “la felicidad constituye el motivo pragmático del vivir”.

Los llamados “Estados del Bienestar” tienen su origen probablemente en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776), en la que se estableció que la “búsqueda de la felicidad es un derecho inalienable de todos los hombres”. Más relevante aún fue la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de la Asamblea nacional francesa de 1789, en la que se culmina la transición del dualismo cartesiano al derecho natural, y en la que, a pesar del cientifismo y positivismo que caracterizará al siglo XIX, lo que cobra especial relevancia es la secularización del pensamiento cristiano, la transición de un “sujeto divino”, religioso, a un “sujeto humano”. En la misma, quedan reflejados los principales derechos de las personas: libertad, seguridad, propiedad, y resistencia a la opresión, y tácitamente, el derecho a ser feliz.

Aunque la felicidad y el bienestar no son términos equivalentes, tal y como señala Gustavo Bueno, su uso en el entorno de la salud al menos como sinónimos, como veremos posteriormente, está generalizado. El concepto de felicidad es mucho más antiguo, mientras que “Como fenómeno social, político y económico, el fenómeno del bienestar solo comienza a dibujarse en el siglo XVIII”. Con la revolución Industrial, apareció una nueva clase social, el trabajador, el proletario de Marx, que lucha por mejorar su nivel de vida y, tras la Primera Guerra Mundial, se consiguió no solo el sufragio universal, sino un amplio programa de protección social o Estado del Bienestar. El ideal del bienestar fue inicialmente incorporado al New Deal de Roosevelt y, posteriormente en plena Segunda Guerra Mundial, en Inglaterra, al Plan Beveridge. Dos siglos antes, Goethe nos hablaba de la felicidad y sobre todo de la infelicidad en su obra epistolar y semi-autobiográfica Las penas del joven Werther, publicada en 1774. Y poco después, la revolución francesa, enmarcada por dos revoluciones americanas –la norteamericana, iniciada en 1776 y la hispanoamericana, que se inicia en 1808- termina por asentar las bases ideológicas (fraternidad, igualdad, libertad) de los “Estados de Bienestar”. La felicidad, poco a poco, se va convirtiendo en un fin en sí misma y, de hecho, en la declaración de independencia de los EE.UU, se incluye dentro de los “derechos inalienables […] la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Poco a poco se fue asentando una búsqueda de una “felicidad pública”, como queda reflejado con la fundación de la Orden de la Felicidad en 1843 en Francia. Incluso antes, durante el siglo XVIII, ya se empiezan a dar los primeros síntomas de la medicalización del parto, como era la preocupación de las matronas por el creciente y abusivo uso de instrumentos durante el parto. Pero la búsqueda de la felicidad entendida como bienestar solo se expande tras la II guerra mundial, entre otras razones con la mejora de la economía capitalista y con la comercialización de aquello que nos dicen que es la felicidad. Es entonces cuando, tal y como señala Bueno “los fenómenos de la felicidad comienzan a institucionalizarse orientándose hacia el bienestar y hacia la mejora de la calidad de vida. En esta atmósfera de fenómenos felicitarios y de búsqueda de la felicidad pública, en función de la mejora de la calidad de vida, respira la mayor parte de los hombres, mujeres y hermafroditas de la sociedad de mercado poscomunista. De este clima brotan los millones de lectores de libros de autoayuda para la conquista de la felicidad, basados, en una parte importante, en predicar el ajuste que debe mediar entre el consumidor y las calidades de vida, cada vez más altas, a las que puede tenerse acceso”.

La literatura sobre la felicidad es ingente y su conceptualización, nada sencilla, tal y como señala Gustavo Bueno. La misión del presente libro no es debatir sobre qué es la felicidad, sino elucubrar sobre si estamos yendo o no hacia un mundo feliz. La obra de Bueno puede ser un buen punto de partida para los lectores interesados en profundizar en el concepto de felicidad. Aquí, es importante señalar que en el ensayo se usarán los términos felicidad y bienestar de manera intercambiable. Pero el desarrollo de la búsqueda de la felicidad no puede entenderse sin la colaboración de la Medicina y, particularmente, de la Psiquiatría y Psicología. Y del contexto socio-cultural en el que se desarrolla la Medicina. Como veremos posteriormente, las sociedades occidentalizadas posmodernas han sido denominadas sociedades capitalistas post-fordistas. Este tipo de sociedades se caracterizan por la influencia que ejerce el capitalismo sobre los procesos de creación de identidad, las prácticas sociales, y la cultura. Así, todo el mundo es “mercantilizable”, y la identidad se construye a través de lo material, de manera que, como reza el refrán, “tanto tienes, tanto vales”. Tengo, luego existo.

En este contexto, es difícil entender la Medicina actual sin que tengamos presentes tres grandes conceptos: medicina del deseo (wish-fulfilling Medicine), medicalización (medicalization), y creación de enfermedades (disease mongering). Aunque estos tres conceptos son similares, no son equivalentes y su desencadenamiento progresivo –la medicalización cobró importancia en los años 70, y ya es un “clásico” de la Sociología y de la Medicina; en los 80 se comenzó a hablar de medicina del deseo; y por último, el término “creación de enfermedades” toma cuerpo con el inicio del siglo XX, cuando se indexa en el PUBMED el primer artículo usando el término disease mongering- no es sino el reflejo del cariz comercial que está tomando la Medicina en la actualidad. Es posible que el hecho de que se hable ya abiertamente de la “creación de enfermedades” no sea sino el reflejo de la preocupación de los profesionales sobre los derroteros que está tomando la Medicina en la actualidad, y su instrumentalización en aras de conseguir algo que se nos vende como felicidad. Quizás ha llegado la hora de que nos quitemos las caretas. ¿Estaremos yendo hacia un mundo feliz? ¿O vivimos ya en él?





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