Este texto es un fragmento de

Hasta el potorro

Carla Guinot

Pues sí, efectivamente, era eso: se anulan las clases y se nos darán directrices el lunes siguiente. ¿Y qué hago yo? Pues me voy de cañas con dos de mis compañeras para comentar la jugada.

Y ahí estábamos las tres, birra en mano, en el bar de la gasolinera donde habitualmente vamos a comer, eso sí, con una distancia muy inusual entre nosotras, arreglando el mundo sin tener ni puta idea de lo que se nos venía encima… Nuestra última ronda antes del confinamiento, ¡Y sin saberlo! Si llegamos a intuirlo, siquiera, habría llegado a casa en taxi…

De hecho, en ese mismo bar, tenía yo organizado un fiestón temático para celebrar mi 37 cumpleaños (en cuanto esto acabe, liamos la de San Quintín). Intenté tranquilizar a la dueña:

—¡No te preocupes! Yo no anulo nada, tú ve preparando el karaoke y las botellas.

Pues bien, ese mismo día, en el que mis dos hijos no fueron al colegio, y aprovechando que el papá tenía vacaciones (se nos había dado aviso de no ir al cole si se podía quedar uno en casa), y después de nuestras disertaciones en el bar, fui a comprar provisiones, cual ama de casa en apuros, sin olvidarme del papel higiénico. Ya teníamos de reserva, pero, viendo que iba a ser un bien preciado en los días siguientes, me hice con un «pack» de 24. Me dirigí a casa sin saber que no volvería a salir a la calle hasta pasados unos felices, eternos e insoportables días… 

Al llegar a mi humilde morada, después de mis dos cañitas de pre confinamiento y mi compra «express», estaba la comida en la mesa (qué gustazo) y todo listo para la gran pregunta: 

—¿Nos van a confinar?

Ya sabéis la respuesta…

—¡¡¡Qué guay!!! ¡¡¡En casa todos y sin dar palo al agua!!! 

Y como celebración, para cenar, un McDonald's a domicilio, con todos los extras disponibles online (somos más de «Burrikin», pero los juguetes del colega Ronald eran más molones).

Se nos viene (tambores): ¡¡EL PRIMER FIN DE SEMANA!!

Todos en casa, expectantes, a ver si el lunes íbamos o no al currele. 

El día entero las noticias en la televisión nacional, que no vemos nunca por su falta de programación de interés aunque, cómo esto es tan pequeño, siempre mola ver al vecino hablando en las noticias o a algún colega paseando detrás del periodista de a pie, como en un pueblo, ¡lo mismo!

Confirmado: se cierran los colegios hasta nueva orden. ¡¡¡TOOOOOMA!!! ¡Ni por nevadas de órdago cierran aquí los colegios! Si lo hacen ahora es que la cosa es grave, que te cagas. Mi pobre maridín tenía que ir a trabajar el lunes. Vaya, angelito… ¿Y si se contagia? Bueeeeno, hay que mantener la calma… 

¡¡¡Los colegios cierran y no tengo que madrugar el lunes!!!

Los grupos de WhatsApp de los alumnos tiraban cohetes; te preguntaban si era verdad o era un fake; la locura en forma de alegría desmesurada era alucinante. Los grupos de WhatsApp de padres, de los que me piro porque parece realmente que a clase de primaria estemos yendo nosotros y a los cumpleaños nos inviten también a nosotros, sin olvidarnos de la cantidad de tiempo libre que parece que tienen y que no sé de dónde mierda sacan, debían estar al rojo vivo pensando: 

—¿Y ahora qué coño hago yo con el niño en casa? 
—¡¡Pues conocerlo un poco más, tonto del culo!! 

También se crearon grupos de profesores (no adelanto, pero se llenan de recursos educativos online que nos pasarán factura) que, en inicio, eran para una mejor organización en este caos que se nos avecinaba y que ya podéis imaginar en qué se acaban convirtiendo… 

Ahora sí vamos a comprobar cómo andamos de TIC (nuevas tecnologías lo llaman, ¡como si fueran taaaan NUEVAS! En fin). Y entonces empieza mi parte favorita, o al menos en inicio: 

LOS MEMES

—¡¡Vivan los memes!! 

Hay que loar a toda esa gente que tiene tiempo para hacerlos, por la razón que sea, y hacernos reír y llorar. Los hay realmente penosos, pero yo tampoco los haría mejor y, además, nos ayudan a todas y a todos a pasar, con su ingenio, ratos de carcajadas desenfrenadas (acompañadas de un «traguín», y lo sabéis) y tener una excusa para participar en esos grupitos de WhatsApp de los que nos habíamos descolgado o en los que no nos hacían ni puto caso, al mismo tiempo que colman nuestros perfiles en redes sociales de su grandiosidad y sus consecuentes «likes» que tanto necesitamos para sentirnos realizadas (menuda mierda, de verdad).

Respiremos.

Que la población se encuentra en un estado anormal (sí, he elegido bien la palabra, allá vosotros con las interpretaciones). Que no tenemos ni pajolera idea de lo que vamos a hacer, ni cómo lo vamos a hacer ni cuánto va a durar. Pero nos lo tomamos con humor, o eso, al menos, los primeros días.

¡Pero tranquilos todos! La incertidumbre no va a ser lo peor del confinamiento ¡no! He vivido en mis propias carnes la desesperación, frustración y mogollón de: ¿en serio? De: ¿me estás tomando el pelo? De: ¿se puede ser más gilipollas? Y un largo etcétera de expresiones «poligoneras» que no sabía que se podían utilizar en tan gran cantidad de situaciones. Bueno, sí lo sabía, pero no lo había puesto en práctica de manera tan seguida.

Sorprendida por la disfunción intelectual de la humanidad, o parte de ella, empezaba el periplo, la odisea, y las náuseas permanentes de saber que formo parte de esta «raza humana».



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