DRAMA #1
Cinco en punto. La tetera comenzó a silbar. A sabiendas de que Beth ya estaba allí, Ana abrió la puerta. No se dijeron nada.
Su estudio era caótico, la morada de una artista. Cuadros sin terminar, acuarelas y libros por todos lados. En la cocina se advertía cierto tufo a quemado. El sofá-cama, rodeado de latas de pintura, yacía escondido bajo una decena de mantas, como si las manchas que lo adornaban fuesen tan vergonzosas que hubiese que taparlas a toda costa.
Beth eligió una silla, la que parecía más entera, y se sentó a observar como Ana preparaba las pastas danesas y el té de frambuesa (cuyo sabor pudo deducirse por el intenso aroma).
Necesito saber que va a pasar.- Dijo una de ellas, quizás Beth. No se sabe con exactitud cuál de las dos fue, pues ambas sentían la terrible urgencia de solver el problema.
Ana fijó la mirada en su taza humeante. El momento había sido evitado durante varios días. No obstante, era necesario esclarecer lo ocurrido.
Contábase por toda la facultad que la doctora Ana Romero, catedrática de Literatura Inglesa, había tenido un affaire con una alumna de primer año, la señorita Elizabeth Rojas. Lo más notable del asunto es que Romero, de treinta y pocos años, estaba apunto de casarse con el mismísimo rector de la universidad: don Juan Pedro Cruz. Todo el asunto podría haber pasado desapercibido, de no ser por Gaspar Gomez. Este era el alumno predilecto de Romero, y había confesado ya su amor por la doctora en más de una ocasión. Gomez estaba apunto de graduarse y al oír tal cosa como que Ana Romero tenía tutorías con una novata, decidió ponerse a investigar. Fue entonces cuando descubrió todo el pastel, literalmente. Las sorprendió compartiendo un trozo de tarta en el departamento. Nada sospechoso, a primera instancia. De no ser por el hecho de que estaban ambas en paños menores. Corriose entonces la voz por media ciudad de que la profesora era lesbiana. Gomez amenazó con avisar a Cruz de lo ocurrido si no se tomaban ciertas medidas. Y así pasaron tres días, hasta que finalmente las damas se reunieron en el apartamento de la de más edad.
Los ojos de Beth se inundaban de impotencia mientras la mano experta de Ana secaba sus lágrimas. Con la otra mano rozaba sus piernas. Se miraban tan intensamente que algunos podrían haber visto chispas, incluso fuegos artificiales entre aquellas mujeres. Se deseaban con un amor puro. No esos fogosos amores de universidad. Se trataba de una relación mutualista. Se protegían. Se daban calor. Se hablaban. Se entendían a la perfección.
Fue en ese momento íntimo cuando sonó el timbre. No cabía duda alguna: se trataba de Gaspar Gomez.
La puerta se abrió y entró el Rey de Roma. Soberbio, mezquino, orgulloso. De pelo castaño engominado, ojos verdosos y rostro infantil. Un cínico.
Quiero quince mil euros.
Las dos damas se miraron impasibles. Habían llegado a un acuerdo tácito para salvaguardar su amor: se haría a cualquier precio.
Para el próximo viernes. Tengo una fiesta y quiero ponerme guapetón, ya saben. Bueno, puede que no lo sepan, siendo las dos unas bolleras.
Pocos sabían que Ana era su debilidad. Había memorizado su tesis doctoral, además de haber hojeado todos sus artículos y reseñas. Gaspar Gomez había suspirado por ella desde el primer día de clase. El descubrir sus actividades lésbicas le había causado más de un dolor de cabeza y una punzada en el corazón (si es que de amores podía siquiera padecer el susodicho). Ante esta situación, optó por la picardía heredada del linaje familiar: la mala política. Pretendía sacar tajada del asunto y cuanto más gorda, mejor. No se limitaría al dinero, había ideado todo un entramado de favores para el resto de su vida académica.
Gomez traía consigo dos copias de un contrato y una pluma plateada. Pidió que le sirviesen una copa de algo caro y comenzó a explicar una por una las condiciones del trato.
- ¿Lo has entendido novata? Ni una tutoría más. Como vuelva a verte por la facultad... ¡No sé que te hago!
Relájate, bravucón. - Dijo Ana mientras dejaba una copa de algo barato en la mesilla.
Entre las obligaciones de la doctora figuraban la de aprobarle todos los trabajos del presente curso, así como los exámenes y eliminar del listado todas sus faltas de asistencia. Al igual que Beth, no debía vérsela con su amante y debía abonar la cantidad impuesta antes del viernes siguiente. Si se incumplía alguna condición, Gomez acudiría al rector de la universidad y le contaría lo ocurrido. En el caso de que no le creyese, mostraría las fotos que había tomado con su teléfono móvil el día del pastel.
No tomaste fotos, ¡trolero! - Gritó Beth
Sí que lo hice.
Enséñalas.
Ambos forcejeaban mientras Ana divagaba mentalmente. “¿En qué momento...?” se preguntaba. “¿En qué momento decidí enamorarme de una alumna novata?”
En un acto de furia arrancó la pluma de las manos de su amante y la clavó en la espalda de Gaspar Gomez, que con una mueca de dolor cayó al suelo desfallecido.
Joder, Ana. - Dijo Beth, casi atragantándose de la emoción- ¿Lo has matado?
Mala hierba nunca muere, cariño. Voy a llamar a mi prometido.
¿Y qué vas a hacer?
Lo mismo.
Cinco en punto. La tetera comenzó a silbar. A sabiendas de que Beth ya estaba allí, Ana abrió la puerta. No se dijeron nada.
Su estudio era caótico, la morada de una artista. Cuadros sin terminar, acuarelas y libros por todos lados. En la cocina se advertía cierto tufo a quemado. El sofá-cama, rodeado de latas de pintura, yacía escondido bajo una decena de mantas, como si las manchas que lo adornaban fuesen tan vergonzosas que hubiese que taparlas a toda costa.
Beth eligió una silla, la que parecía más entera, y se sentó a observar como Ana preparaba las pastas danesas y el té de frambuesa (cuyo sabor pudo deducirse por el intenso aroma).
Necesito saber que va a pasar.- Dijo una de ellas, quizás Beth. No se sabe con exactitud cuál de las dos fue, pues ambas sentían la terrible urgencia de solver el problema.
Ana fijó la mirada en su taza humeante. El momento había sido evitado durante varios días. No obstante, era necesario esclarecer lo ocurrido.
Contábase por toda la facultad que la doctora Ana Romero, catedrática de Literatura Inglesa, había tenido un affaire con una alumna de primer año, la señorita Elizabeth Rojas. Lo más notable del asunto es que Romero, de treinta y pocos años, estaba apunto de casarse con el mismísimo rector de la universidad: don Juan Pedro Cruz. Todo el asunto podría haber pasado desapercibido, de no ser por Gaspar Gomez. Este era el alumno predilecto de Romero, y había confesado ya su amor por la doctora en más de una ocasión. Gomez estaba apunto de graduarse y al oír tal cosa como que Ana Romero tenía tutorías con una novata, decidió ponerse a investigar. Fue entonces cuando descubrió todo el pastel, literalmente. Las sorprendió compartiendo un trozo de tarta en el departamento. Nada sospechoso, a primera instancia. De no ser por el hecho de que estaban ambas en paños menores. Corriose entonces la voz por media ciudad de que la profesora era lesbiana. Gomez amenazó con avisar a Cruz de lo ocurrido si no se tomaban ciertas medidas. Y así pasaron tres días, hasta que finalmente las damas se reunieron en el apartamento de la de más edad.
Los ojos de Beth se inundaban de impotencia mientras la mano experta de Ana secaba sus lágrimas. Con la otra mano rozaba sus piernas. Se miraban tan intensamente que algunos podrían haber visto chispas, incluso fuegos artificiales entre aquellas mujeres. Se deseaban con un amor puro. No esos fogosos amores de universidad. Se trataba de una relación mutualista. Se protegían. Se daban calor. Se hablaban. Se entendían a la perfección.
Fue en ese momento íntimo cuando sonó el timbre. No cabía duda alguna: se trataba de Gaspar Gomez.
La puerta se abrió y entró el Rey de Roma. Soberbio, mezquino, orgulloso. De pelo castaño engominado, ojos verdosos y rostro infantil. Un cínico.
Quiero quince mil euros.
Las dos damas se miraron impasibles. Habían llegado a un acuerdo tácito para salvaguardar su amor: se haría a cualquier precio.
Para el próximo viernes. Tengo una fiesta y quiero ponerme guapetón, ya saben. Bueno, puede que no lo sepan, siendo las dos unas bolleras.
Pocos sabían que Ana era su debilidad. Había memorizado su tesis doctoral, además de haber hojeado todos sus artículos y reseñas. Gaspar Gomez había suspirado por ella desde el primer día de clase. El descubrir sus actividades lésbicas le había causado más de un dolor de cabeza y una punzada en el corazón (si es que de amores podía siquiera padecer el susodicho). Ante esta situación, optó por la picardía heredada del linaje familiar: la mala política. Pretendía sacar tajada del asunto y cuanto más gorda, mejor. No se limitaría al dinero, había ideado todo un entramado de favores para el resto de su vida académica.
Gomez traía consigo dos copias de un contrato y una pluma plateada. Pidió que le sirviesen una copa de algo caro y comenzó a explicar una por una las condiciones del trato.
- ¿Lo has entendido novata? Ni una tutoría más. Como vuelva a verte por la facultad... ¡No sé que te hago!
Relájate, bravucón. - Dijo Ana mientras dejaba una copa de algo barato en la mesilla.
Entre las obligaciones de la doctora figuraban la de aprobarle todos los trabajos del presente curso, así como los exámenes y eliminar del listado todas sus faltas de asistencia. Al igual que Beth, no debía vérsela con su amante y debía abonar la cantidad impuesta antes del viernes siguiente. Si se incumplía alguna condición, Gomez acudiría al rector de la universidad y le contaría lo ocurrido. En el caso de que no le creyese, mostraría las fotos que había tomado con su teléfono móvil el día del pastel.
No tomaste fotos, ¡trolero! - Gritó Beth
Sí que lo hice.
Enséñalas.
Ambos forcejeaban mientras Ana divagaba mentalmente. “¿En qué momento...?” se preguntaba. “¿En qué momento decidí enamorarme de una alumna novata?”
En un acto de furia arrancó la pluma de las manos de su amante y la clavó en la espalda de Gaspar Gomez, que con una mueca de dolor cayó al suelo desfallecido.
Joder, Ana. - Dijo Beth, casi atragantándose de la emoción- ¿Lo has matado?
Mala hierba nunca muere, cariño. Voy a llamar a mi prometido.
¿Y qué vas a hacer?
Lo mismo.