1. La curiosidad
«La curiosidad no es pecado —replicó—. Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...»
Joanne Kathleen Rowling
«La curiosidad no es pecado —replicó—. Pero tenemos que ser cautos con ella, claro...»
Joanne Kathleen Rowling
Variable, tiempo variable. Era lo único que podía sacar en claro de la previsión meteorológica para el día que nacía. Un sol, una nube y gotas de lluvia; ese era el icono plasmado sobre el centro de la península Ibérica. Madrid supuestamente estaba debajo de aquella superposición de pantallas.
Así seguro que el hombre del tiempo no se equivocará jamás, o sol, o nubes o lluvia, podía poner granizo ya de paso.
Sirius se asomó por la ventana de su recién estrenado habitáculo para, aparte de soltar un improperio, exclamar.
— ¡Y dónde está el sol!.
El día amanecía espeso, como un manto de algodón sucio, descuidado por el paso del tiempo, que alguien no ha acertado a cardar por algunas zonas; hasta dónde alcanzaba la vista sólo se distinguían nubes completamente lisas y uniformes, emulando a olas inversas del mar, con zonas rasgadas que serían las que descargaban lluvia en ese mismo instante, pensó.
Se vistió como pudo y puso rumbo, un día más, hacia su monótono trabajo.
Con el color del pelo cenizo rubio, unos ojos azules oscuros pero tristes y su más de metro ochenta de estatura, hacían deSirius Rigel un chico atractivo. No llegaba a ser, lo que se dice,un Adonis, aunque ciertamente era bastante guapo, levantaba miradas entre algunas chicas y cuchicheos entre ciertas amigas, tenía una nariz que recordaba levemente a la que lucían los antiguos griegos en las monedas de cobre de la época; los labios no eran ni muy carnosos ni muy finos, y la barba desaliñada de tres días le daban un aspecto, cuanto menos, interesante. Pero poco le importaba esto a Siri, así le gustaba que le llamasen sus amigos; hacía dos semanas que se había mudado de ciudad por cuestiones de trabajo, se había alejado de la gente a la que quería, para empezar a abrirse paso en una importante empresa de investigación; se había alejado de su familia y de su tierra, de sus amigos y de su rutina. No estaba lo que se dice en un momento álgido en lo referente al estado anímico, y para acabar de rematarlo, su novia, ahora ex-novia, le había dejado al segundo día de llegar a su nuevo destino, la capital de España. Ahora mismo lo mejor que podía hacer era centrarse en el trabajo que, aunque aburrido, no le disgustaba. Era el último eslabón en la cadena de un proyecto pionero en Europa, dedicado al análisis de riesgos e impacto de la modificación del genoma humano. A Siri siempre le gustaba comentar con sus amigos su nuevo trabajo, el nombre impactaba y reportaba muchas horas de conversación, sólo con nombrarlo ya parecía algo importante, pero en realidad su trabajo consistía en sentarse delante de un ordenador y acatar las órdenes, que le llegaban a cuenta gotas desde los estratos superiores; unos estratos que, dicho sea de paso, se volvían más difusos a medida que Siri intentaba saber para quien trabajaba en última instancia.
Al contrario de lo que proyectaba, Siri era un joven solitario y muy independiente, los avatares de la vida, como múltiples desengaños amorosos, trabajos frustrados y decepciones de amistades idolatradas, habían hecho que su corazón se fundiese con el hielo, acatando todo desde la razón y soledad. Evitaba pedir ayuda, lo consideraba de seres inferiores, pensaba que uno mismo puede resolver cualquier cosa que se proponga, el conocimiento estaba ahí, sólo había que saber buscarlo, y tener la capacidad de ser suficientemente autodidacta como para asimilarlo y superar cualquier reto. Si algo le superaba a él, él mismo buscaba la manera de superarlo a posteriori.
A pesar de la cantidad de amigos y conocidos que profesaba sólo una cantidad pequeña, muy pequeña, lo conocían realmente. Muy pocos sabían que si se enfadaba, lo mejor era dejarle solo, durante el tiempo que necesitase para pensar, su método de defensa ante las adversidades consistía en crear un escudo invisible y aislarse del mundo, con el fin de poder olvidar el problema. El caso más peliagudo se le presentó hacía unos cuatro años, a sus 22 primaveras se había enamorado, loca y perdidamente, de una chica que estudiaba traducción e interpretación de francés, era una morena en toda regla, piel aceituna, ojos oscuros como el tizón y un estilo más que notable para vestir y comportarse. Su vida giró en torno a ella durante los ocho meses que estuvieron juntos hasta que un día, de la noche a la mañana, ella se dio cuenta de que prefería vivir la vida de soltera y dejó a Siri hundido en una oscuridad que nunca antes había sentido, ese fue un punto de inflexión en su estado anímico, fue como madurar de golpe y asimilar que la vida no siempre es justa. Su corazón se hizo añicos y, para conseguir rehacer su vida, aisló por completo a la chica que tanto había querido, dejó de mantener cualquier tipo de contacto con ella, sus amigas y cualquier cosa que le recordara. Durante ese proceso de cicatrización, su corazón se hizo de cristal, frío e impenetrable cual diamante, pero por mucho que intentase olvidar, él sabía que una diminuta esquirla en forma de recuerdo le acompañaría el resto de su vida. Cuatro años tardó en olvidar a esa chica y en poder volver a mantener una conversación con ella, fue el periodo más largo del que tuvo que hacer uso de su autodefensa.
Ahora otra novia le había dejado, si pudiera poner en una lista a todas ellas ordenándolas de mayor a menor en intensidad de sentimientos… quizá ésta última ocuparía el segundo o tercer puesto. Ya había puesto en marcha su plan de olvido aislándola de su vida, pero por mal que lo estuviese pasando ahora, en su fuero interno sabía que su pena no tardaría más de unos pocos días en desaparecer. Con tal estado anímico, se obligó a hacer cosas nuevas, empezó a ir a un gimnasio, compró dos libros nuevos y, lo que más le gustaba, investigaba por su cuenta cualquier rama de la ciencia. Esa característica era innata, la curiosidad que profesaba por todo cuanto le rodeaba hacía, que Sirius Rigel, poseyera unos conocimientos de cultura general muy superior a la media, era conocedor de multitud de datos aparentemente inservibles para casi cualquier situación.
Aunque suene a tópico, esa curiosidad mató al gato, y podría decirse que la vida de Sirius cambió drásticamente esa misma tarde. Ya de vuelta a casa, se sentó delante de su portátil y comenzó a investigar, primero un poco de astronomía, su gran pasión, después algo de ecuaciones diferenciales, vocacional en él. Tocó algo de biología molecular, inmunología e incluso historia reciente de Madrid. Una vez saciada su ansia investigadora científica, pasó a un tema más banal, la ascendencia de las órdenes que recibía a diario. Había pasado todo el día indagando: pasando por su analista, su jefe, el gerente y los socios de la empresa, hasta ahí había sido fácil, cuestión de unos minutos, después la cosa se volvió un poco más ardua y pensó en dejarlo para entretenerse al día siguiente. Mediante el buceo por la inmensidad de Internet había conseguido la lista de accionistas (por métodos no muy ortodoxos) de la empresa, Sirius suponía que encontraría un listado de empresas bastante conocidas y que le llevaría mucho tiempo averiguar cuál de ellas financiaba su departamento, de las treinta y cinco empresas que formaban aquella lista sólo había tres que no le sonaban absolutamente de nada. No obstante, como buen matemático que era (se había sacado la carrera en cuatro años sin esforzarse demasiado) su deformación profesional y lógica, le obligaron a empezar la investigación por el principio, sin guiarse de intuiciones vanas. Descartó en un primer momento empresas con un volumen de crédito que él consideraba insuficiente como para poder financiar todo lo que su departamento gastaba: experimentos, soporte informático, personal de seguridad, instalaciones especiales, material de alta tecnología, etc. La lista se quedó en 15 empresas, seguían siendo demasiadas, entonces en un acto arriesgado decidió eliminar a todas las empresas nacionales.
Total, todo el presupuesto de I+D+i de España apenas cubriría con los gastos totales de lo que estamos haciendo.
Un total de diez empresas quedaron en el tintero. Pero una sensación extraña le hizo fijarse en que ninguna de las tres empresas que no conocía estaban en esa lista, por el nombre deberían ser americanas y japonesas. No supo muy bien porqué lo hizo, pero en contra del raciocinio que le había acompañado en los últimos años, incluyó en la lista a esas tres desconocidas, motivado por una simple corazonada. Algo olía mal y no estaba seguro de dónde estaba la mierda.
Se puso manos a la obra y rastreó las dos primeras empresas de la lista para ver en que gastaban sus dólares y yenes respectivamente. Le llevó cerca de tres horas descubrir que estaba perdiendo el tiempo, eran las 4 am y tenía sueño, al día siguiente trabajaba, mejor dicho, entraba dentro de cuatro horas. Debía irse a dormir. Pero antes de apagar el portátil su mirada se posó en la última empresa de papel que unas horas antes había rescatado de la criba.
—¿Y por qué no? —se dijo para sí mismo.
Tengo que dejar de hablar sólo y en voz alta.
Tenía la costumbre de hablar sólo desde hacía unos años, la Universidad le había trastocado la cabeza, estaba convencido.
Tecleó como un loco para intentar descubrir algo antes de que los ojos se le cerrasen y se cayese encima del teclado por agotamiento. Poco a poco se fue despejando. No estaba preparado para lo que iba a encontrar.
Diez minutos después tenía los ojos como platos.
Media hora más tarde apagó el ordenador y garabateó unas cosas en la libreta de la cocina “SGM-SWW”. En estado de shock preparó un café y salió a la calle, necesitaba despejarse antes de ir al trabajo. No podía dormir.
Así seguro que el hombre del tiempo no se equivocará jamás, o sol, o nubes o lluvia, podía poner granizo ya de paso.
Sirius se asomó por la ventana de su recién estrenado habitáculo para, aparte de soltar un improperio, exclamar.
— ¡Y dónde está el sol!.
El día amanecía espeso, como un manto de algodón sucio, descuidado por el paso del tiempo, que alguien no ha acertado a cardar por algunas zonas; hasta dónde alcanzaba la vista sólo se distinguían nubes completamente lisas y uniformes, emulando a olas inversas del mar, con zonas rasgadas que serían las que descargaban lluvia en ese mismo instante, pensó.
Se vistió como pudo y puso rumbo, un día más, hacia su monótono trabajo.
Con el color del pelo cenizo rubio, unos ojos azules oscuros pero tristes y su más de metro ochenta de estatura, hacían deSirius Rigel un chico atractivo. No llegaba a ser, lo que se dice,un Adonis, aunque ciertamente era bastante guapo, levantaba miradas entre algunas chicas y cuchicheos entre ciertas amigas, tenía una nariz que recordaba levemente a la que lucían los antiguos griegos en las monedas de cobre de la época; los labios no eran ni muy carnosos ni muy finos, y la barba desaliñada de tres días le daban un aspecto, cuanto menos, interesante. Pero poco le importaba esto a Siri, así le gustaba que le llamasen sus amigos; hacía dos semanas que se había mudado de ciudad por cuestiones de trabajo, se había alejado de la gente a la que quería, para empezar a abrirse paso en una importante empresa de investigación; se había alejado de su familia y de su tierra, de sus amigos y de su rutina. No estaba lo que se dice en un momento álgido en lo referente al estado anímico, y para acabar de rematarlo, su novia, ahora ex-novia, le había dejado al segundo día de llegar a su nuevo destino, la capital de España. Ahora mismo lo mejor que podía hacer era centrarse en el trabajo que, aunque aburrido, no le disgustaba. Era el último eslabón en la cadena de un proyecto pionero en Europa, dedicado al análisis de riesgos e impacto de la modificación del genoma humano. A Siri siempre le gustaba comentar con sus amigos su nuevo trabajo, el nombre impactaba y reportaba muchas horas de conversación, sólo con nombrarlo ya parecía algo importante, pero en realidad su trabajo consistía en sentarse delante de un ordenador y acatar las órdenes, que le llegaban a cuenta gotas desde los estratos superiores; unos estratos que, dicho sea de paso, se volvían más difusos a medida que Siri intentaba saber para quien trabajaba en última instancia.
Al contrario de lo que proyectaba, Siri era un joven solitario y muy independiente, los avatares de la vida, como múltiples desengaños amorosos, trabajos frustrados y decepciones de amistades idolatradas, habían hecho que su corazón se fundiese con el hielo, acatando todo desde la razón y soledad. Evitaba pedir ayuda, lo consideraba de seres inferiores, pensaba que uno mismo puede resolver cualquier cosa que se proponga, el conocimiento estaba ahí, sólo había que saber buscarlo, y tener la capacidad de ser suficientemente autodidacta como para asimilarlo y superar cualquier reto. Si algo le superaba a él, él mismo buscaba la manera de superarlo a posteriori.
A pesar de la cantidad de amigos y conocidos que profesaba sólo una cantidad pequeña, muy pequeña, lo conocían realmente. Muy pocos sabían que si se enfadaba, lo mejor era dejarle solo, durante el tiempo que necesitase para pensar, su método de defensa ante las adversidades consistía en crear un escudo invisible y aislarse del mundo, con el fin de poder olvidar el problema. El caso más peliagudo se le presentó hacía unos cuatro años, a sus 22 primaveras se había enamorado, loca y perdidamente, de una chica que estudiaba traducción e interpretación de francés, era una morena en toda regla, piel aceituna, ojos oscuros como el tizón y un estilo más que notable para vestir y comportarse. Su vida giró en torno a ella durante los ocho meses que estuvieron juntos hasta que un día, de la noche a la mañana, ella se dio cuenta de que prefería vivir la vida de soltera y dejó a Siri hundido en una oscuridad que nunca antes había sentido, ese fue un punto de inflexión en su estado anímico, fue como madurar de golpe y asimilar que la vida no siempre es justa. Su corazón se hizo añicos y, para conseguir rehacer su vida, aisló por completo a la chica que tanto había querido, dejó de mantener cualquier tipo de contacto con ella, sus amigas y cualquier cosa que le recordara. Durante ese proceso de cicatrización, su corazón se hizo de cristal, frío e impenetrable cual diamante, pero por mucho que intentase olvidar, él sabía que una diminuta esquirla en forma de recuerdo le acompañaría el resto de su vida. Cuatro años tardó en olvidar a esa chica y en poder volver a mantener una conversación con ella, fue el periodo más largo del que tuvo que hacer uso de su autodefensa.
Ahora otra novia le había dejado, si pudiera poner en una lista a todas ellas ordenándolas de mayor a menor en intensidad de sentimientos… quizá ésta última ocuparía el segundo o tercer puesto. Ya había puesto en marcha su plan de olvido aislándola de su vida, pero por mal que lo estuviese pasando ahora, en su fuero interno sabía que su pena no tardaría más de unos pocos días en desaparecer. Con tal estado anímico, se obligó a hacer cosas nuevas, empezó a ir a un gimnasio, compró dos libros nuevos y, lo que más le gustaba, investigaba por su cuenta cualquier rama de la ciencia. Esa característica era innata, la curiosidad que profesaba por todo cuanto le rodeaba hacía, que Sirius Rigel, poseyera unos conocimientos de cultura general muy superior a la media, era conocedor de multitud de datos aparentemente inservibles para casi cualquier situación.
Aunque suene a tópico, esa curiosidad mató al gato, y podría decirse que la vida de Sirius cambió drásticamente esa misma tarde. Ya de vuelta a casa, se sentó delante de su portátil y comenzó a investigar, primero un poco de astronomía, su gran pasión, después algo de ecuaciones diferenciales, vocacional en él. Tocó algo de biología molecular, inmunología e incluso historia reciente de Madrid. Una vez saciada su ansia investigadora científica, pasó a un tema más banal, la ascendencia de las órdenes que recibía a diario. Había pasado todo el día indagando: pasando por su analista, su jefe, el gerente y los socios de la empresa, hasta ahí había sido fácil, cuestión de unos minutos, después la cosa se volvió un poco más ardua y pensó en dejarlo para entretenerse al día siguiente. Mediante el buceo por la inmensidad de Internet había conseguido la lista de accionistas (por métodos no muy ortodoxos) de la empresa, Sirius suponía que encontraría un listado de empresas bastante conocidas y que le llevaría mucho tiempo averiguar cuál de ellas financiaba su departamento, de las treinta y cinco empresas que formaban aquella lista sólo había tres que no le sonaban absolutamente de nada. No obstante, como buen matemático que era (se había sacado la carrera en cuatro años sin esforzarse demasiado) su deformación profesional y lógica, le obligaron a empezar la investigación por el principio, sin guiarse de intuiciones vanas. Descartó en un primer momento empresas con un volumen de crédito que él consideraba insuficiente como para poder financiar todo lo que su departamento gastaba: experimentos, soporte informático, personal de seguridad, instalaciones especiales, material de alta tecnología, etc. La lista se quedó en 15 empresas, seguían siendo demasiadas, entonces en un acto arriesgado decidió eliminar a todas las empresas nacionales.
Total, todo el presupuesto de I+D+i de España apenas cubriría con los gastos totales de lo que estamos haciendo.
Un total de diez empresas quedaron en el tintero. Pero una sensación extraña le hizo fijarse en que ninguna de las tres empresas que no conocía estaban en esa lista, por el nombre deberían ser americanas y japonesas. No supo muy bien porqué lo hizo, pero en contra del raciocinio que le había acompañado en los últimos años, incluyó en la lista a esas tres desconocidas, motivado por una simple corazonada. Algo olía mal y no estaba seguro de dónde estaba la mierda.
Se puso manos a la obra y rastreó las dos primeras empresas de la lista para ver en que gastaban sus dólares y yenes respectivamente. Le llevó cerca de tres horas descubrir que estaba perdiendo el tiempo, eran las 4 am y tenía sueño, al día siguiente trabajaba, mejor dicho, entraba dentro de cuatro horas. Debía irse a dormir. Pero antes de apagar el portátil su mirada se posó en la última empresa de papel que unas horas antes había rescatado de la criba.
—¿Y por qué no? —se dijo para sí mismo.
Tengo que dejar de hablar sólo y en voz alta.
Tenía la costumbre de hablar sólo desde hacía unos años, la Universidad le había trastocado la cabeza, estaba convencido.
Tecleó como un loco para intentar descubrir algo antes de que los ojos se le cerrasen y se cayese encima del teclado por agotamiento. Poco a poco se fue despejando. No estaba preparado para lo que iba a encontrar.
Diez minutos después tenía los ojos como platos.
Media hora más tarde apagó el ordenador y garabateó unas cosas en la libreta de la cocina “SGM-SWW”. En estado de shock preparó un café y salió a la calle, necesitaba despejarse antes de ir al trabajo. No podía dormir.