La Manga del Mar Menor, agosto de 2022
El hombre de acento extranjero se sentía inquieto, sus gestos le delataban. Mientras recorría en coche los kilómetros que separan la capital de la Región de Murcia y La Manga del Mar Menor no podía parar de pensar en qué sería lo que tenía que decirle aquel hombre. Decidió parar a comer en Cabo de Palos, ya que había acudido antes de lo estipulado. Le apasionaba la comida de su país, pero la gastronomía española le había enamorado. Engulló un caldero en La Tana como si se acabase de fugar de un campo de concentración, ante el asombro del camarero.
Al terminar se dirigió al final de ese cordón litoral que es La Manga del Mar Menor, una maravilla de la costa española cubierta de hormigón por la codicia de unos pocos, donde se encontraba la casa de quien había requerido su presencia. Recorrió el largo pasillo rodeado de vegetación -ficus, galanes de noche, abetos y rosales- y un mayordomo le condujo a la parte trasera del chalet, al borde de la playa, desde la que se disfrutaba de unas maravillosas vistas al Mar Mediterraneo.
El hombre al que esperaba no tardó en aparecer, acompañado del mayordomo que se había presentado como Norberto y portaba una bandeja con dos vasos y una botella de ginebra. Allí, bajo el entoldado y disfrutando de la brisa, la conversación fluía a la vez que la bebida desaparecía. La complicidad entre ambos era notoria, la de dos buenos amigos, o al menos dos personas que se conocen bien y se fían el uno del otro. El hombre extranjero, relajado por la charla y el alcohol, se mostraba ahora tranquilo y confiado. La verdad es que el español había librado de más de un problema al de acento extranjero, hicieron buenos negocios en su día, así que pese a los nervios que le produjo su llamada no pudo evitar acudir a verle. Seguramente se trataba de un asunto menor, ayudaría a un viejo amigo y se ganaría un buen dinero, que falta le hacía. Eso no era volver al negocio, nunca volvería al negocio.
- ¿Hablamos de lo que te ha traído aquí? -dijo el anfitrión, con el rostro enrojecido por la ginebra.
Su invitado asintió y se incorporó en el sillón, mostrando interés por lo que iba a escuchar. Conforme su viejo amigo hablaba, el gesto del hombre extranjero fue mutando a la incredulidad, el miedo y el asombro.
- Eso que me dices es una auténtica locura. ¡Imposible, eso es lo que es! -dijo, muy nervioso y levantándose repentinamente.
Su interlocutor mantenía la calma y contoneaba rítmicamente su vaso de licor.
- Lo decían en El Padrino, ¿no? -dijo tras unos segundos de reflexión-. Si algo nos ha enseñado la historia, amigo, es que se puede matar a cualquiera.
La noticia
Saúl Huertas llevaba años sin sentir nada. Ni un mínimo atisbo de ilusión, empatía o motivación asomaba ya a su rostro. Su mirada , que fue profunda y vivaracha, era entonces ojerosa y hastiada, marcada por el dolor y el sufrimiento. La de alguien que no se atrevía a morir pero que no tenía ganas de vivir, que veía pasar los días con pereza y resignación, a la espera de que se cumpliera el destino irremediable de todo ser humano. Y, a poder ser, más pronto que tarde.
Y sin embargo, le faltaba poco para convertirse en el ejemplo vivo de que se puede salir del pozo más hondo, incluso cuando lo ha cavado uno mismo. En el año 2022 Saúl Huertas decidió por fin dejar de cavar, escuchar las voces que le reclamaban en lo alto y agarrarse a una de las cuerdas que durante años le había ido tendiendo la vida. Quizá, si no lo hubiera hecho, ya no habrían llegado más, y habría seguido hundiéndose hasta sellar su propio ataúd. Hasta poner fin a la insoportoble monotonía en que se había convertido su vida. Hasta acallar, por fin, el horror de la culpa que le oprimía el pecho y le angustiaba cada hora.
Saúl Huertas no había sido siempre el tipo depresivo y desganado que era a los 32 años. Alto, de ojos negros llamativamente grandes, pelo rizado y mentón prominente, desde niño destacó por dos talentos especialmente desarrollados: personalidad y capacidad de liderazgo suficientes para convencer a un hincha del Elche de acudir al Rico Pérez cada fin de semana, y un don extraordinario para domar un balón a su antojo y llevarlo hasta un tejido de red al final de una llanura verde. Así, cuando a los 17 años debutó con el primer equipo del Real Murcia a nadie le sorprendió. Y cuando un año más tarde firmó su primer contrato profesional en la entidad grana, a razón de 300.000 euros anuales, todo el mundo aplaudió tan lógica decisión. La rúbrica de aquel contrato, sin embargo, fue el inicio de sus desgracias.
Hoy, en las largas noches en vela, recordaba aquel día feliz, la mirada orgullosa de su padre y el fuego extinto de la pasión todavía vivo en su corazón. Eso le llevaba a pensar en todo lo que vino después, el camino de errores, tropiezos y desdichas que le había convertido en un miserable. Y más que a ninguna otra cosa le llevaba a recordar a su padre, su lucha por ayudarle, que una y otra vez se estrelló contra el sólido muro de su soberbia necedad juvenil. "Saúl, eres muy joven para manejar esa cantidad de dinero", "Saúl, estás yendo por el mal camino", "Saúl, eres un drogadicto, déjanos ayudarte". No, no y no. Dicen que no hay nada comparable en esta vida a no estar en paz con tus fantasmas, pocas cosas igual de irremediables, y Saúl Huertas contaba más de una deuda con ellos. La más grande de todas, la promesa que le hizo al viejo en su lecho de muerte: que dejaría todo aquello atrás y volvería a disfrutar de la vida y el fútbol.
Porque el fútbol es lo que más había gozado en su vida. Cuando a los 21 años el magnate chino Wang Jinyuan pagó su claúsula de rescisión para reflotar al gigante hundido en el que acababa de desembarcar, el AC Milan, la relación con su padre ya estaba deteriorada. Era el Pelusa de Vistalegre, apodo que le pusieron de juvenil en alusión al pelo rizado y la calidad de su pierna izquierda -aunque físicamente era más parecido al belga Marouane Fellaini-, no tenía por qué dar explicaciones a nadie. Y no lo hizo, dilapidó su físico y su fortuna hasta acabar retirado y en la ruina a los 28 años, poco antes de acudir visiblemente drogado al funeral de su padre, del que su tio le sacó a rastras no sin antes romperle el pómulo de un puñetazo. Fue el mismo día en el que Lionel Messi marcó el gol que le daba a Argentina su primer Mundial desde 1986.
Había tocado fondo. Con la ayuda de un amigo pudo pagarse la clínica de desintoxicación y dejar atrás algunas adicciones, todas menos el alcohol. Volvió a Murcia, donde seguía siendo el joven que había maravillado con la camiseta grana, se estableció en la vieja casa de sus padres en el tradicional barrio de Vistalegre, se tituló como entrenador de fútbol profesional y encontró trabajo en un periódico local, como analista de la redacción de deportes. Cuatro años habían pasado desde aquellos días. Cuatro años de soledad, rutina, culpa y desesperanza.
Eran las 21:00 del día 31 de agosto de 2022. La redacción estaba desierta, con todos sus compañeros apurando las vacaciones y él a cargo de un par de becarios a los que había mandado a casa. Le gustaban esas horas, y solía coger las vacaciones en otra fecha del año porque ya no tenía a nadie con quien compartirlas. No dependía de nadie. En la soledad de la redacción se podía permitir sacar sobre el escritorio la sempiterna botella de Red Label -o cualquier whiskey escocés-, su más fiel acompañante, y no tener que pegar tragos a la petaca escondido como un delincuente. Con los dos becarios se bastaba para sacar la información adelante, agosto era un mes tranquilo en las redacciones de deportes. Entrenamientos, bolos de pretemporada por la Región y el mercado de fichajes, lo único que ponía un poco de salsa en el menú. Y aquel había sido un verano aburrido incluso en ese aspecto, de ahí las expectativas que generaba aquel caluroso 31 de agosto.
El último día de mercado es al hincha y al periodista deportivo lo que el de los Reyes Magos a un chaval de 10 años. Y más en aquel Real Murcia del año 2022 que de la mano -y la cartera- del multimillonario ruso Adri Volkov, afrontaba su primera participación europea, en la Europa League, tras finalizar sexto la campaña de su regreso a Primera División. La estrella del año anterior, el joven media punta croata Andrej Kusanovic, se iba a quedar sin ficha por discrepancias con el dueño de la entidad, y se esperaba tanto su salida como un fichaje de relumbrón en las últimas horas de mercado. Si bien no habían trascendido nombres, y Saúl había tocado todas las puertas habidas y por haber tanto en agencias de representación como en el mismo club, el elegido era un jugador importante según había dicho el propio Volkov, que aseguró que se estaba esperando al último día "por una oportunidad irrechazable".
De niño adquirió la costumbre de seguir los últimos compases del mercado de fichajes, en primera instancia a través del transistor y con el ordenador tras la llegada de internet. Casi siempre, antes de que se distaciaran, junto a su difunto padre. Así vivió los grandes momentos que siempre dejaba ese mágico día, desde la llegada de Rivaldo al FC Barcelona procedente del Deportivo de La Coruña a la de Ronaldo Nazario al Real Madrid, ambos al filo de la media noche. Era un día, él lo vivió desde dentro en su etapa de futbolista, de un estrés tremendo para clubes, jugadores implicados y agentes de jugadores, porque no siempre las historias acaban en un final feliz. En el verano de 2015, por ejemplo, David De Gea no fichó por el Real Madrid porque el fax no llegó dentro de los límites temporales establecidos y Steve McManaman, que posteriormente ficharía por el Real Madrid, pasó una noche en Barcelona a la espera de firmar su contrato con los culés. El inglés no sabía que solo se trataba de una bala en la recámara por si la operación de Rivaldo no llegaba a buen puerto, por lo que horas después se marchó "muy decepcionado, porque Barcelona es una ciudad muy bonita". Las cloacas del fútbol son así de hijas de puta, Steve, y en aquella decepción no hiciste más que abrir la tapa y olisquear el hedor.
Así que si el 31 de agosto se había convertido en uno de los días preferidos por Saúl Huertas, en el que podía disfrutar en soledad de la redacción sin que nadie le molestase a la vez que le permitía mantenerse ocupado hasta tarde alejando el temido momento de meterse en la cama, apagar la luz y esperar a que la deprimente realidad de su vida se le echase encima de manera implacable, las últimas horas del 31 de agosto de aquel año las afrontaba con un interés especial. Solo esperaba que ese jugador que estaba por venir no siguiese los pasos de otros que también llegaron a la vega del Segura con la aureola de estrellas. En el Real Murcia, históricamente y en especial en las últimas décadas, han tenido más fortuna los jugadores que llegaron sin hacer ruido y con poca repercusión mediática que otros, como Fernando Baiano, Henok Goitom, Alen Peternac o Mario Rosas, que llegaron con gloria y se fueron sin colmar las expectativas generadas. Aunque igual alguno contribuyó a la economía local con su presencia en pubs y discotecas, pensó, que eso bien sé cómo se hace, todavía se acuerdan en Milán.
Así se encontraba, recordando esos momentos y ojeando el periódico en el ordenador, con su teléfono móvil a mano para que no se le escapase nada y algo achispado por el efecto del Red Label. La prensa seguía copada por las grandes noticias de aquellos días: el inminente lanzamiento de la misión llamada a llevar al hombre a Marte, el último caso de corrupción que afectaba al partido del gobierno y sobre el que el presidente, cómo no, aseguraba "no saber nada", y el tema que había tenido al país en vilo todo el verano y parecía resuelto: un hombre, natural de A Coruña, había sido detenido como supuesto autor de 20 agresiones sexuales en toda la costa española durante el verano. Las pesquisas policiales apuntaban a que tenía acceso a escopolamina por prescripción médica -principio de parkinson-, una droga que somete la voluntad del consumidor y que se había encontrado en el organismo de algunas víctimas. Lo bastardo que podía llegar a ser el ser humano.
Entre dimes y diretes ya eran las 21:45 y llevaba sin probar bocado desde el medio día. En estas situaciones solía tirar de una pizza a domicilio del Pizza Express o un cerdo con puerros en el chino de los chinos, pero llevaba todo el día encerrado en la redacción, le apetecía estirar las piernas y tomar un poco el aire. La pequeña redacción del Diario Thader, un medio de solo cinco años de vida que capeaba la crisis del sector con audacia -cómo le gustaba decir a Agatha, su directora- o sueldos de miseria -la manera preferida de Saúl-, se encontraba situada en la segunda planta de un edificio localizado en el castizo barrio de San Antón, junto al jardín que un día ocupó la vieja fábrica de seda. Desde allí dudaba poco a la hora de almorzar y cenar, cuando se daba la ocasión de hacerlo en el trabajo. O bien el tradicional Mesón Guinea, a escasos 5 minutos a pie, o el Restaurante Napoli, que en muy poco tiempo se había ganado la merecida fama de hacer las mejores pizzas de la ciudad. Además había hecho buenas migas con su dueño, Luca Baresi, probablemente el napolitano más napolitano que uno se podía encontrar.
Luca era un hombre de mediana edad, poco mayor que Saúl, de pelo largo y entrecano recogido en una coleta. Lucía perilla recortada. Su origen napolitano quedaba patente en un tatuaje en su antebrazo izquierdo, en el que grabó la camiseta del Napoli con el 10 de Diego Armando Maradona. Su origen del extrarradio de la ciudad en su verbo arrabalero, directo y contundente, que hacía probable conocer un par de nuevos insultos italianos en cada visita al restaurante. A Saúl le cayó bien por dos razones: en primer lugar porque era de verdad, un tipo transparente que decía lo que pensaba, y en segundo porque pese a ello, siendo un enfermo del fútbol e italiano para más inri, nunca le preguntó por su caída en desgracia tras firmar por el AC Milán. Quizá porque Saúl tampoco indagó en las razones de Luca para acabar en Murcia, aunque sospechaba que su vida en Italia no fue especialmente cómoda.
El bochorno estival, implacable en la ciudad de Murcia, le golpeó nada más salir del edificio. Si algo aborrecía de su ciudad era ese contraste entre el gélido microclima de la oficina con su aire acondicionado y los 30 grados, ya cayendo la noche, que tocaba soportar aquellos días. Ni en diez vidas se acostumbraría, ni a llegar sudado tras recorrer los 200 metros que separaban su redacción del Napoli. Por algo no se cruzó ni a un alma al recorrerlos, y es que como cada fin de semana de agosto Murcia parecía una ciudad fantasma debido a la diáspora de sus habitantes a la costa de la Región.
La estampa en el Napoli no era muy distinta, con sus mesas de manteles rojos y blancos vacías, una escena poco habitual, y Luca Baresi sentado en una de ellas, ante el enorme mural que mostraba una panorámica de la ciudad italiana con la inscripción "vedi Napoli e poi muori" -ve Nápoles y después muere-.
- ¡Mi Pelusa, me alegras la noche!- dijo Luca mientras revelaba en una gran sonrisa que no estaba mintiendo.
- Pues va a ser por poco tiempo, tengo que subir rápido a la redacción que ya sabes el día que es hoy-. Ponme una de magra con tomate o cómo sea que lo llaméis en tu pueblo, anda. Y una caña.
- ¡Ragú napolitano, stronzo, deja de llamar magra con tomate a mi ragú o ve a una taberna murciana a que te sirvan!- exclamó, mientras se retiraba airado a cumplir con el pedido.
Era tan fácil sacarlo de sus casillas. A Saúl le divertía gastarle ese tipo de bromas, tras las que la ira de Luca era directamente proporcional a la relación de la misma con Nápoles e Italia. Afortunadamente no se conocían en 2012, porque si llegan a ver juntos la final de la Eurocopa en la que España vapuleó a la Azzurra por 4 goles a 0, la cosa difícilmente habría acabado bien.
A los pocos minutos Olivia, la única camarera presente aquel día en el local, le sirvió un abundante plato de ese sabroso guiso napolitano. Una carne tierna estofada en sus propios jugos con vino y salsa de tomate. No había empezado a degustarla cuando Luca volvió a aparecer para sentarse a su lado.
-Pronto empieza la temporada, se te acaba lo bueno- dijo, mientras dejaba sobre la mesa un plato de aceitunas y dos rebanadas de pan con ajo y aceite para acompañar el ragú.
- Pues sí, pero hay ganas de ver lo que pueden hacer los chavales en Europa- respondió. Aunque el tema de Kusanovic no me gusta nada. Es Boban reencarnado, la misma elegancia, la misma finura. Con 23 años. Y lo vamos a dejar ir, o peor, en la grada, por la codicia de su padre y la soberbia de Volkov.
- Es el puto Boban, no lo has podido definir mejor. Los gestos técnicos son muy parecidos, y además tiene la misma mala leche- dijo secándose el sudor con una servilleta.
- El carácter de Boban era para echarle de comer aparte, ¿eh?-. No sé si te acuerdas de la de 1990. Con la Guerra de los Balcanes a punto de estallar, se formó una batalla campal en un Estrella Roja de Belgrado - Dínamo de Zagreb. Los jugadores se quedaron en el vestuario, todos menos Boban, capitán del Dínamo. Le lanzó una patada voladora a uno de los policias antidisturbios, que se estaba cebando con un aficionado croata. Es un héroe nacional.
- Un escalón de locura por encima entonces, sí- respondió riendo el italiano.
Saúl rebañó con un trozo de pan la poca salsa que quedaba en el plato.
- Me marcho, Luca. A ver en qué queda la cosa, pero alguien tiene que venir, no quedan ni dos horas y yo tengo que enterarme de lo que se cuece. Voy a hacer un par de llamadas. ¡Y enciende el aire acondicionado, que esto es un horno!
Las 22:30. Nada. Ni un mensaje en su WhatsApp, ni una llamada perdida, ni un correo electrónico. Entre las muchas cosas que Volkov había mejorado con respecto a la anterior directiva se contaba la discrección con la que llevaban todo lo relacionado con el club, más en comparación con el circo de años precedentes, en los que se filtraba hasta el nombre del nuevo empleado de la limpieza. Cada anuncio, desde el precio de los abonos o los partidos que se disputarían en pretemporada a las renovaciones o fichajes de jugadores, lo conocían los periodistas a través de un comunicado oficial o en la misma sala de prensa de Nueva Condomina. El Saúl aficionado lo agradecía: era una prueba de seriedad y fiabilidad, de trabajo bien hecho. El Saúl periodista, en cambio, tenía la Espada de Damocles de su jefa Agatha muy presente cada día. Y su jefa Agatha quería noticias exclusivas, primicias, contenido diferencial sobre la competencia, y con eso no se refería a buenas entrevistas, reportajes trabajados o análisis tácticos certeros de cada partido.
Resignado, se dispuso a actualizar las últimas novedades en la página web. No estaba siendo un 31 de agosto especialmente movido, solo se habían producido traspasos menores a excepción de la llegada de Paulo Dybala al FC Bayern de Munich tras una excepcional carrera en la Juventus de Turín. Además, el ex murcianista Wellington Silva regresaba al Arsenal años después de su marcha, depués de convertirse a sus 29 años en una de las revelaciones de la temporada en la Premier League. Pero el futuro de Kusanovic y el nombre de su sustituto, la "oportunidad irrechazable" que anunció Volkov, seguían sin revelarse.
Las 23:59. Nada. Volkov iba a tener que tragar y darle ficha al croata o sufrir mucho hasta enero, sin su mejor jugador ni un sustituto en condiciones. Se sirvió el último lingotazo de whisky antes de empezar a recoger para marcharse a casa y entonces sonó, al fin, el teléfono. Definitivamente la ruda vibración de un móvil podía ser el sonido más armónico del mundo en determinadas situaciones.
Era Joaquín Ledesma, un antiguo compañero de colegio que había acabado trabajando como administrativo en la Liga de Fútbol Profesional. Llevaba todo el día dándole la tabarra con el asunto.
- ¿Te has enterado?- dijo, haciendo notar la excitación de su voz.
- Me he enterado de que como Volkov no se trague su inabarcable orgullo nos las vamos a ver tiesas este año. Una oportunidad irrechazable...
- Osea, que no te has enterado. El fax ha llegado en el último suspiro, todavía no lo ha publicado ningún medio. Y, Saúl, creo que irrechazable se queda corto- le interrumpió.
- Venga Ledesma, me tienes en ascuas.
Ledesma hizo una breve pausa. Sabía que su amigo iba a disfrutar mucho de la noticia.
- Es Lio Messi, Saúl. Ese loco de Volkov acaba de fichar a Lionel Messi para el Real Murcia.