En el año 1208 llegó al mundo un pequeño niño que sería conocido como Jaime I de Aragón. Sus papás eran María de Montpellier y Pedro II de Aragón, personas muy importantes en la Edad Media. Los dos tenían muchos amigos, pero también enemigos. 

Cuando Jaime tenía 5 años, murió su papá, y su enemigo Simón de Montfort lo secuestró. En ese momento Jaime fue nombrado rey de Aragón. El pequeño estuvo viviendo en Monzón (Huesca), al norte de la Península Ibérica, en un bonito castillo donde lo protegían los caballeros de la orden del Temple.

Al principio no le gustaba llevar su corona porque había sido de su padre y era enorme, así que se le caía y le quedaba en el cuello como un collar; además los pinchos de la corona le molestaban. Lo que más le gustaba a Jaime era jugar con sus protectores, los caballeros del Temple. Los caballeros llevaban ropa blanca con cruces rojas y de tanto jugar con ellos aprendió a luchar con una espada y a sujetar un escudo. 

 

Los reyes tienen que tomar decisiones de Estado, hacer leyes y cobrar impuestos. A Jaime era lo que menos le gustaba porque lo vestían muy serio, con ropa que le picaba y lo llevaban a reuniones con muchos viejos que decían ser nobles y eclesiásticos. En esas reuniones tenía que tomar decisiones que no comprendía porque le enseñaron a firmar documentos antes que a leer. Lo único que quería era que pasara rápido para poder ir al patio del castillo con los caballeros templarios y jugar con su espada, su escudo y su yelmo. 

Cuando Jaime fue más mayor, su tío-abuelo, el conde Sancho Raimúndez, lo ayudó a entender las cuestiones de gobierno. 

Los años pasaron y en 1221 cuando Jaime cumplió 13 años fue casado con Leonor de Castilla, hija de Alfonso VIII de Castilla. Años más tarde conquistó el Reino de Valencia y Mallorca, que estaban en manos de los musulmanes, y eso le dio el nombre de «El Conquistador».