El día que los perdimos
Tal vez si no eres madrileño, ya sea de nacimiento o de adopción, no puedas llegar a comprender del todo este texto.
Hoy es 11 de marzo.
Los 11 de marzo sucede un fenómeno bastante emotivo en Madrid,: si coges cualquier tren puedes notar un silencio que aquellos que vivan en la capital saben que es del todo irreal, como irreal es lo que sufrimos aquel día.
Corría el 11 de marzo de 2004, habían transcurrido tres años del atentado de las Torres Gemelas en Nueva York, nuestro Presidente del Gobierno nos había metido en una guerra contra Dios sabe quién y nadie supo nunca por qué.
Todos, por desgracia, sabemos lo que ocurrió el 11 de marzo: una serie de atentados en los trenes de Cercanías de la ciudad acabó con la vida de 193 personas. 193 de los nuestros.
Madres, padres, amigos, hermanos, hijos de conocidos o simplemente desconocidos de tren. Esta última categoría es la más sorprendente de todas. Aquellos que hayáis viajado asiduamente en la red de Mmetro o Cercanías de Madrid conocéis esa sensación, esas personas con las que has compartido innumerables viajes sin saber su nombre, su edad, su estado civil ni su trabajo. Esas personas con las que solo compartís una cosa en la vida: ese tren.
Aquel 11 de marzo, y desde entonces todos hasta ahora, desde entonces todos hasta siempre, a los madrileños se nos escaparon muchas cosas. Se nos escapó la seguridad que pensábamos nuestra, se nos escapó el miedo unilateral a ETA (esos a quienes, tachándonos de imbéciles, algún desalmado quiso culpar de algo que no era suyo), se nos escapó el miedo a manifestarnos, pero sobre todo se nos escaparon ellos, los nuestros. Solo una cosa no se nos escapó, una que desde hace siglos poseemos en Madrid: el sentimiento de familia.
Aunque hemos crecido mucho como ciudad, es difícil encontrar a una persona en Madrid que no se sienta cómoda, sin llegar a tirarme(nos) excesivas flores. Nos caracterizamos por ser gente bastante sociable, con ganas de conocer a gente de otros sitios y muy acogedores. Como la mayoría de los ciudadanos de Madrid no son lo que se viene denominando de toda la vida como "gatos", es decir, hijo y nieto de madrileños, cuidamos a los demás como si fueran nuestros. Y eso, exactamente eso, es lo que pasó ese 11 de marzo.
Miles de historias se amontonan en la memoria de aquel día, miles de héroes anónimos que ayudaron sin descanso a aquellos que habían sufrido la peor parte. Los vecinos de la calle Téllez tirando mantas por las ventanas para cubrir a los heridos, aquel conductor de autobús de la línea 85 que cuando vio cortado su servicio puso su autobús y su destreza al servicio de un deber superior: transportar heridos al hospital; aquel joven que subió las escaleras corriendo para escapar de la masacre, dejó su mochila en la calle y volvió tras sus pasos desoyendo a la policía para salvar a la gente. También el bombero que lloraba desconsolado por no haber podido salvar una vida más.
Los ciudadanos de Madrid se comportaron aquél día con un nivel que sus representantes ni sueñan ni han soñado nunca con alcanzar. El pueblo por encima de sus dirigentes en España, como tantas veces.
El día 12 de marzo de 2004 se ha quedado para siempre grabado en mi memoria. En mi mente de 12 años quedó para siempre ese Madrid brutalmente silenciado por las bombas, ese Madrid que se levantaría días después para gritar contra la guerra y el terrorismo, porque Madrid es especial, Madrid siempre se levanta.
Recuerdo ver a gente llevar flores a Atocha desde entonces. Recuerdo como mi hermana iba a Atocha todas las tardes por aquella época. Recuerdo, también, las caras de mis profesores no sabiendo explicarnos qué pasaba. Recuerdo a mis padres al llegar a casa. Recuerdo las explosiones.
Pero sin duda el momento que con más fuerza recuerdo es el día 12 de marzo de 2004. La gente llorando en el metro. Lloraban porque nos los habían arrebatado,
a madres,
padres,
amigos,
hermanos,
hijos de conocidos
o simplemente desconocidos de tren.
Porque nos habían arrebatado a nuestra familia,
A los nuestros.
DEP.
Tal vez si no eres madrileño, ya sea de nacimiento o de adopción, no puedas llegar a comprender del todo este texto.
Hoy es 11 de marzo.
Los 11 de marzo sucede un fenómeno bastante emotivo en Madrid,: si coges cualquier tren puedes notar un silencio que aquellos que vivan en la capital saben que es del todo irreal, como irreal es lo que sufrimos aquel día.
Corría el 11 de marzo de 2004, habían transcurrido tres años del atentado de las Torres Gemelas en Nueva York, nuestro Presidente del Gobierno nos había metido en una guerra contra Dios sabe quién y nadie supo nunca por qué.
Todos, por desgracia, sabemos lo que ocurrió el 11 de marzo: una serie de atentados en los trenes de Cercanías de la ciudad acabó con la vida de 193 personas. 193 de los nuestros.
Madres, padres, amigos, hermanos, hijos de conocidos o simplemente desconocidos de tren. Esta última categoría es la más sorprendente de todas. Aquellos que hayáis viajado asiduamente en la red de Mmetro o Cercanías de Madrid conocéis esa sensación, esas personas con las que has compartido innumerables viajes sin saber su nombre, su edad, su estado civil ni su trabajo. Esas personas con las que solo compartís una cosa en la vida: ese tren.
Aquel 11 de marzo, y desde entonces todos hasta ahora, desde entonces todos hasta siempre, a los madrileños se nos escaparon muchas cosas. Se nos escapó la seguridad que pensábamos nuestra, se nos escapó el miedo unilateral a ETA (esos a quienes, tachándonos de imbéciles, algún desalmado quiso culpar de algo que no era suyo), se nos escapó el miedo a manifestarnos, pero sobre todo se nos escaparon ellos, los nuestros. Solo una cosa no se nos escapó, una que desde hace siglos poseemos en Madrid: el sentimiento de familia.
Aunque hemos crecido mucho como ciudad, es difícil encontrar a una persona en Madrid que no se sienta cómoda, sin llegar a tirarme(nos) excesivas flores. Nos caracterizamos por ser gente bastante sociable, con ganas de conocer a gente de otros sitios y muy acogedores. Como la mayoría de los ciudadanos de Madrid no son lo que se viene denominando de toda la vida como "gatos", es decir, hijo y nieto de madrileños, cuidamos a los demás como si fueran nuestros. Y eso, exactamente eso, es lo que pasó ese 11 de marzo.
Miles de historias se amontonan en la memoria de aquel día, miles de héroes anónimos que ayudaron sin descanso a aquellos que habían sufrido la peor parte. Los vecinos de la calle Téllez tirando mantas por las ventanas para cubrir a los heridos, aquel conductor de autobús de la línea 85 que cuando vio cortado su servicio puso su autobús y su destreza al servicio de un deber superior: transportar heridos al hospital; aquel joven que subió las escaleras corriendo para escapar de la masacre, dejó su mochila en la calle y volvió tras sus pasos desoyendo a la policía para salvar a la gente. También el bombero que lloraba desconsolado por no haber podido salvar una vida más.
Los ciudadanos de Madrid se comportaron aquél día con un nivel que sus representantes ni sueñan ni han soñado nunca con alcanzar. El pueblo por encima de sus dirigentes en España, como tantas veces.
El día 12 de marzo de 2004 se ha quedado para siempre grabado en mi memoria. En mi mente de 12 años quedó para siempre ese Madrid brutalmente silenciado por las bombas, ese Madrid que se levantaría días después para gritar contra la guerra y el terrorismo, porque Madrid es especial, Madrid siempre se levanta.
Recuerdo ver a gente llevar flores a Atocha desde entonces. Recuerdo como mi hermana iba a Atocha todas las tardes por aquella época. Recuerdo, también, las caras de mis profesores no sabiendo explicarnos qué pasaba. Recuerdo a mis padres al llegar a casa. Recuerdo las explosiones.
Pero sin duda el momento que con más fuerza recuerdo es el día 12 de marzo de 2004. La gente llorando en el metro. Lloraban porque nos los habían arrebatado,
a madres,
padres,
amigos,
hermanos,
hijos de conocidos
o simplemente desconocidos de tren.
Porque nos habían arrebatado a nuestra familia,
A los nuestros.
DEP.