Este texto es un fragmento de

Réquiem de un hipócrita

J. Gómez

Parábola contemporánea

La parábola se dispara, los soldados del sexo se mantienen firmes al sargento reeducación. Cascos vacíos para los peces que mueren en las redes de los grandes hermanos. Arden los campos de la dignidad mien­tras el héroe copula con la bastarda y sus seguidores admiran como su alma despojada de dignidad es reventada ante el gran titán masculino. Los dedos marcan los compases que escriben cartas de amor a los egos enaltecidos de ojos sangrantes por lascividad. Infinita y basta la cor­dura loca del loco cuerdo. El acharolado traje de la vasta prostituta so­ciedad siempre fue veneno. La manzana siempre estuvo podrida. Pero, ¿qué importa? !Ah, quiero lamer sus labios escarlata del prohibido lau­rel! Saben a traición, a dolor. ¡Deseo nadar en el mar fluido del rencor, la desesperación y el arrepentimiento! Vidas suicidas de castidad cru­cificada. Es la única forma que conozco... quizás...

¿Ilusión?

La ánfora de la moral reboza y el Hades está vacío. Ingratos de papiro, vuestras mentiras embaucan las creencias del dogma. ¿Sabiduría? Y el maestro dijo; la sabiduría se encuentra solo en las almas podridas que erran por los páramos de la insípida tridimensionalidad. Y el maestro se arrojó al acantilado de Saturno en su último intento por ser sabio. Allí yace mientras su dios devora sus sabios intestinos. Al otro lado Sísifo se regocija desde la locura masturbatoria que la piedra le brindó a su insignificante existencia. Los discípulos lloran asomados por el acantilado. Lágrimas magulladas por el olvido escribirán los tiempo pasado. El tiempo relativo huyó de su realidad dejando su pálida y pa­liativa realidad a la suerte de la santa hoz, la muerte. Aquella a quién sus insignificantes bocas podridas de hojas perennes llamaron alguna vez maestra y ahora votan y gritan en pos de la elección. Quieren vivir. La mentira salió a flote. No hay paraíso.

Mentes. ¿Acaso son otro producto más?

Mundos, plurales y abruptos de tolerancias enajenadas incapaces de hacer fornicar ni a uno de los míseros valores que pregonan. Falsos de­mócratas de nariz roja y de calle, representad vuestro teatro, los espec­tadores están con los ojos abiertos. Cesáreas intelectuales. Sus nalgas están deseosas de sentir vuestra más erecta dialéctica. El candor sexual se palpa, las armas están cargadas, ¡disparen! Esnifen la paz, engancha. Puro dogma sin cortar. ¡Benditas y burocráticas adicciones!, hacéis tanta falta como el ególatra y contaminado oxigeno que mantiene en pie al sauce inmortal. ¿A qué esperáis para llevaros con vosotras el cán­cer de la prodigiosa racionalidad que nos asfixia? Las valquirias de la desesperación llaman al creador y miran con sus ojos sus mentiras, las cuales se ven reflejadas en el espejo de la civilización.

¿Acaso no bastó con el paraíso que también tuviste que crear el infierno?.

Humanos. La cúspide de la involución.



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