Sin dejar de señalar los cambios necesarios en las políticas sobre cambio climático, y nuestro poder como ciudadanos para impulsarlos, en este trabajo nos interesan las acciones que podemos adoptar en el ámbito personal o familiar para reducir nuestra huella de carbono, y para mitigar los daños del calentamiento global sobre nuestras vidas y las de nuestras comunidades.  Nos concentramos, por lo tanto, en aquello que depende de decisiones personales y familiares propias, sin estar determinado por políticas públicas.  

El tener o no tener un auto propio, por ejemplo, está tan sujeto a la disponibilidad de transporte público, en condiciones que nos permitan cumplir con nuestros deberes, que nuestro margen de libertad en la materia es limitado. Esto es especialmente cierto después de la pandemia, que impuso restricciones y creó justificadas reservas sobre el uso de los medios de transporte colectivo. Todo el que pueda debería prescindir del vehículo privado, por supuesto, pero se trata de una decisión fuertemente condicionada por factores externos. Por el contrario, en general tenemos la potestad de decidir por nuestra cuenta qué comemos, cómo nos vestimos, cómo usamos el tiempo libre y cómo nos informamos. 

Aun en esos ámbitos, necesitamos saber cuáles son las opciones que se nos presentan para minimizar nuestra huella de carbono. Además, nos conviene comprender cuáles son las razones que sustentan cada opción, no solo para nuestros propios fines sino también para poder explicarlas a quienes nos rodean. Convencer a nuestro círculo de relaciones de modificar hábitos de consumo y conducta es parte de nuestra responsabilidad ambiental.

El conjurar los efectos del calentamiento global requiere una enorme determinación colectiva, que tiene que materializarse en muy poco tiempo si queremos salvar al planeta y a nuestra propia especie de una espantosa devastación. Ojalá el lector encuentre en estas páginas algunas claves para ser parte de esa salvación.