Este texto es un fragmento de

Sangre Pública

Felipe E. Mansilla



Introducción


El reloj de la ciudad marcaba las veintidós horas con veinticinco minutos. Una leve llovizna caía sobre la metrópolis como presagio de las tempestades que estaban por desatarse. Hacía casi una década, la muerte de sus padres había marcado inexorablemente el futuro de su vida al no saber quién los había asesinado, y desde ese momento solo existía una persona responsable de todo su sufrimiento. Se levantó de la cama cuando llegaron los guardias de seguridad para llevarlo al desayuno, se vistió, hizo una serie de flexiones y abdominales y salió ordenadamente de la celda para tomar su lugar en la fila de presos que caminaban en silencio al comedor central de la cárcel. En unos pocos meses más tendría finalmente su venganza; mientras tanto, afuera de ese recinto amurallado, el estacionamiento del centro comercial poco a poco se iba quedando vacío.

Las puertas de las tiendas comerciales habían cerrado hacía aproximadamente una hora y por sus pasillos solo circulaban guardias de seguridad, hombres y mujeres que tras terminar su jornada de trabajo se disponían a regresar a sus hogares o clientes que a último minuto habían decidido ver una película de estreno o beber unos tragos en las terrazas del cuarto piso. El aparcamiento del Shopping Bulnes contaba con tres niveles subterráneos y capacidad para más de 1.500 vehículos. Ahí, en medio de una inmensidad de rectángulos delimitados por un intenso color amarillo del nivel –1, desde hacía más de doce horas, se encontraba estacionada una camioneta Ford Escape negra, sin patentes u ocupantes en su interior. O por lo menos eso era lo que a simple vista cualquier persona que pasara cerca de ella podría apreciar sin esfuerzo. Varias horas más tarde representantes de la Fiscalía Metropolitana y del gobierno regional informarían lo contrario a los medios de comunicación.




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