El rostro pintado en el lienzo destella en la penumbra de la habitación. Sus rasgos son llamaradas de color que abrasan tus ojos y te conmueven el alma. No reconoces el rostro, no es con certeza el de una persona real a quien amas o desprecias, pero lo has pintado tú, con tus manos hábiles; con tus dedos que huelen a barniz y a trementina; con la energía inagotable de tus brazos, que son delgados y flexibles como juncos, pero con la potencia suficiente para impregnar de vida una tela blanca, para alumbrar en ella las figuras que crea tu imaginación fecunda o las que tu mirada extrae de los ámbitos en los que habitas.
Quizás ese rostro sea fruto de tu fantasía y por eso no lo reconoces. Quizá sea el esbozo de los rasgos primarios de una persona de carne y hueso que, poco a poco, irá cobrando presencia en el lienzo al ritmo de tus pinceles, y entonces sí lo reconocerás. Quizá sea el rostro del hombre al que amas, de la hermana que te consuela, de la amiga que te admira por tu arte, de un sobrino adorado, de una damisela de la vecindad, de una heroína, de un sabio. Quizá sea tu propio rostro el que va a surgir sobre la tela cuando hayas avanzado en la composición de las líneas, las tonalidades y los contornos.
Un sentimiento de placidez te invade cuando contemplas el lienzo que aguarda el siguiente trazo. Te sientes feliz y calmada frente a la obra iniciada.
Pero no es un sentimiento definitivo, porque nunca lo son los delirios nocturnos. De repente, una arcada de calor te sube por la garganta y nubla los rasgos del rostro esbozado en la tela. Tú no sabes pintar, clama en tus oídos una voz implacable. Tú no tienes arte en las manos, no puedes pintar un retrato, no sabes pintar.
Tiras los pinceles e intentas huir de la habitación, huir de tu impericia, del dolor agudo que atenaza tus piernas y arde en tu pecho y tus brazos.
Un gusano metálico horada los muros y serpentea alrededor de tu cuerpo, saturando el espacio de la alcoba con sus anillos infinitos, absorbiendo el aire que respiras, multiplicando tus sofocos y tus miedos. Yo no soy esa mujer, no soy la que pinta, no soy la rara, no soy la loca.
Tienes que huir, buscar una puerta, un agujero en la pared y escapar del gusano y de la angustia, tienes que regresar al mundo que tú controlas, retornar a la realidad y ser la persona que tú eres.
Yo no soy la rara, la extravagante. Yo no sé pintar.
Centras todas tus energías en escapar, pero detrás de los muros que te atrapan el mundo no existe, tu mundo se ha derrumbado y no existe ningún ser humano en el que refugiarte. Estás enredada en la nada. Atrapada sin remedio en la nada.
Una ráfaga de frío eriza tu piel empapada en sudor. Tiembla tu cuerpo de calor y de frío.
Esa no eres tú. No eres tú la que pinta. No eres tú la que está sola. No es tu mundo el que ha desaparecido.
¡Despierta! ¡Despierta! ¡Despierta!