Este texto es un fragmento de

Venezuela a la distancia

Joanna Ruiz Méndez

INTRODUCCIÓN

¿Qué sucede cuando a un país le han desbaratado la historia y le han convertido la ilusión de futuro en un enredijo de nada? ¿Qué pasa si, en ese mismo país, las decisiones sencillas se han vuelto pequeñas odiseas diarias y tortuosas? ¿Qué ocurre si a ese país le han abierto tantas heridas que se desangra y se desangra y se desangra?

La respuesta no es difícil: la gente huye.

Huye por aviones, dejando los ahorros en un pasaje que solo contempla un destino: el de ida. Huye en buses atravesando largos trayectos en los que sufren los huesos, los músculos, la comodidad, la mente y el alma. Huye a pie, llevando a cuestas lo que aguante la espalda y el temple, dejando un poco de vida en cada paso.

Muchos huyen sin una ruta definida, con la esperanza en un golpe de suerte o en la historia de un amigo al que le fue bien. Otros planifican la huida con más calma, pero sin certezas. Muchos piensan que es temporal, que esta decisión podría ser ese pequeño aleteo de mariposa que produzca un cataclismo en el país que dejan y que finalmente pondrá todo en su lugar. Algunos, menos optimistas, saben que al irse están diciéndole adiós a la vida que hasta ahora habían conocido, que no hay vuelta atrás.

Muchos no han regresado. Otros nunca volverán. La migración venezolana se ha convertido en una realidad dolorosa, incómoda y desmesurada que tomó por sorpresa a Latinoamérica y al mundo. Una de las tantas cifras que han tratado de medir el impacto de este fenómeno apunta a que cuatro millones de venezolanos se encuentran fuera de su tierra. Si este número es acertado o no, es lo de menos: a estas alturas nadie duda que es uno de los movimientos migratorios más relevantes del siglo XXI.

¿Qué sucede cuando a un país llegan miles de migrantes que han huido para, quizás, nunca volver? ¿Qué pasa si los extranjeros vienen a cambiar dinámicas que habían existido por años y trastocan muchos elementos que, hasta ese momento, habían conformado la vida cotidiana de los ciudadanos? ¿Qué ocurre si estos nuevos territorios no están preparados para asimilar los cambios que van a experimentar de manera inevitable?

La respuesta no es fácil: los escenarios son múltiples.

Hay países que abren sus puertas de par en par. Otros eligen mecanismos legales para disminuir el flujo migratorio. Otros transitan un trayecto difuso entre la solidaridad y el temor. Todos, sin embargo, deben enfrentarse al reto porque los migrantes siguen llegando de forma permanente, con prisa y sin pausa, con la firme creencia de que fuera de su país estarán mejor.

Los migrantes venezolanos ya se han convertido en habitantes de ciudades ajenas que, a fuerza de voluntad, necesidad y tiempo, han convertido en propias. En Bogotá, Ciudad de Panamá, Quito, Lima, Santiago e incluso Madrid se han multiplicado los puestos de arepas, se ha empezado a mezclar la jerga local con “chamos” y “chéveres”, se han comenzado a escuchar voces que revelan la tragedia, la añoranza y las historias de un colectivo que ya ha sido marcado, de forma definitiva, por el movimiento y por el desarraigo.

Venezuela a la distancia compilará doce historias de vida de migrantes venezolanos para entender qué ha significado en sus vidas el haber dejado su país. La experiencia de la migración puede tomar múltiples formas. Para muchas personas, significa un retroceso en sus vidas personales y profesionales. Otros consiguen, en este cambio de geografía, una existencia más alineada a sus sueños y anhelos. La mayoría, no importa cuáles hayan sido sus experiencias, empieza a construir su identidad con base en ese colectivo errante que ha hecho del mundo su nuevo territorio.

¿Qué hace un migrante cuando carga a cuestas esta experiencia colectiva? ¿Qué debe hacer para poder entenderla? ¿Qué pasa cuando se le ha convertido en herida?

Puede suceder que se una más a sus compatriotas y empiece a generar nuevos espacios para mantener viva la llama de la venezolanidad que los habita. A veces, corta los lazos para no recordar los motivos que lo hicieron salir, para no alimentar la nostalgia.

En ocasiones, decide contar las historias de otros migrantes venezolanos. Le apuesta a la memoria colectiva para que ningún relato se pierda y para que este fenómeno inédito en la historia de su país jamás se olvide.

Esa migrante soy yo. 



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