Este texto es un fragmento de

Vivencias de un diputado desde el hemiciclo

Pedro Arrojo Agudo

ROMPIENDO MOLDES

Así empezó todo

“Es usted la primera diputada de color en el Congreso de los Diputados…”. “Perdone, de color no… soy negra. Todos tenemos un color u otro; usted es blanca y yo soy negra…”. 

“Discúlpeme, no quería molestarla…”. Una periodista había empezado a entrevistar a Rita Bosaho, nuestra diputada por Alicante, en las escaleras de las Cortes, junto a los leones, justo detrás de mí, que en aquellos momentos me afanaba en recoger firmas del grupo parlamentario para presentar nuestra primera Proposición de Ley, con las medidas de emergencia social que creíamos esenciales y urgentes. Recién se había constituido el Congreso y, al acabar el pleno, habíamos salido a abrazarnos, emocionados, con varios cientos de personas que nos esperaban fuera, coreando el ¡¡¡SÍ SE PUEDE!!! Luego, sin dejar de cantar hasta la afonía, habíamos llenado las escaleras del Congreso para hacernos aquella foto, no sé si histórica, pero seguro que inolvidable. 

Aquel primer pleno de la legislatura, en todo caso, sí creo que fue histórico. Por primera vez entrábamos en las Cortes 69 diputados y 23 senadores de Podemos y sus Confluencias, con indumentarias insoportablemente normales, que en la calle habrían pasado inadvertidas, pero que en el Congreso y en el Senado, en aquellos momentos, muchos entendieron como indignas y provocadoras. Todo el mundo recordará aquella mirada de Rajoy, no sé si de asombro o desprecio, cuando pasaba delante de él Alberto Rodríguez, nuestro diputado canario, con sus dos metros coronados de rastas. Los medios publicaron esta y muchas otras fotos, junto a los múltiples comentarios de la jornada, algunos especialmente groseros e insultantes, como los que se referían a nosotros  como “piojosos y malolientes”. Otros fueron hasta graciosos: “¿se creerán que si dejan sus chaquetas en los percheros se las vamos a robar?”. Lo cierto es que la mayoría de nosotros, sin saber que existían esos espacios con perchas para dejar lo que se quisiera, acabamos poniendo nuestras prendas de abrigo en el respaldo de nuestros escaños. O los múltiples comentarios que suscitó mi bufanda multicolor que, por cierto, mantuvo hasta el final, por lo que me dicen, la incertidumbre sobre mis tendencias sexuales.

Entrábamos en las Cortes gente normal, que no pretendíamos profesionalizarnos en la política, sino rendir un servicio de representación genuina de la gente normal que nos había votado para intentar cambiar las cosas. Gente normal que fuimos calificados por algunos medios como los “sans culottes”, los “sin calzones”, del siglo XXI, evocando el apelativo despectivo con el que las élites denominaron en la Francia del XVIII a los trabajadores, comerciantes, campesinos y artesanos que entraron al parlamento, tras la Revolución Francesa, con sus indumentarias habituales.

Aquel día, como tantos otros después, fue intenso. Respetando el margen que deja la normativa vigente, los sesenta y nueve diputados y diputadas de Podemos y de las Confluencias, hicimos nuestra promesa de acatamiento de la Constitución, con una frase propia, rematada, creo recordar, por un “nunca más este país sin sus gentes”; o algo así. Esa heterodoxa y variopinta fórmula de promesa/juramento, motivó la ira sostenida y bronca, durante toda la sesión, de la bancada popular. Cada intervención desde nuestros escaños levantaba un tremendo abucheo de sus Señorías populares, que en muchos casos, cuando la voz era débil, apenas si dejaba oír lo que se decía. Recuerdo perfectamente la extraña mezcla de perplejidad y emoción que sentí en aquel Pleno. ¿Aquello era el Congreso de los Diputados? Me impactó aquel ejercicio público de mala educación, por parte de quienes parecían evidenciar, con arrogancia, su profunda convicción de que el Congreso era suyo. También recuerdo la forma como intervino Yolanda Díaz, nuestra diputada gallega, en aquel contexto tan agresivo. Cuando le tocó el turno, se levantó; como en los demás casos, rugió la horda; ella dirigió serena y rotunda su mirada a la bancada popular, y durante diez o doce segundos aplastó con su silencio el alboroto de sus Señorías, como si de críos de la escuela se tratara; y una vez silenciado el hemiciclo, con voz potente de mujer poderosa, hizo su promesa, rematada con un “o pobo é quem máis ordena”. Impresionante.

Recuerdo también a Carolina Bescansa, con Rafael recién nacido, en su escaño y en las reuniones. En ningún momento se oyó chistar a la criatura, tanto si estaba con su madre, como si pasaba a brazos de las diputadas y diputados de su entorno, que se lo disputaban, cuando Carolina requería su apoyo. Gran escándalo para muchos y muchas: “¡mira que llevarse a esa pobre criatura al Congreso! para llamar la atención, claro está… “. En esos momentos me venían a la memoria parecidas escenas y reacciones, hace ya mucho, cuando entraron los Verdes al Parlamento Alemán y me invitaron a estar con ellos durante una semana, en Bonn, como representante del movimiento pacifista en España. 

En suma, rompíamos moldes, haciendo más real la representación de la calle en el Parlamento. Nada más y nada menos. Hoy sin embargo, estoy seguro de que nadie se extraña de que gente normal, vestida como se viste a diario, gane un escaño y se exprese con normalidad en el Parlamento. Eso ha pasado a ser normal; como lo es que el agua salga del grifo cuando lo abrimos… Pero no deberíamos olvidar que esas normalidades son en realidad conquistas que hubo que pelear.

A los pocos días, empecé a plantearme cómo trabajar la redacción de una nueva Ley de Aguas, desde la coherencia de esa Nueva Cultura del Agua, que incluso la Directiva Marco europea demandaba y demanda. Lógicamente, los contenidos esenciales los tenía claros, tras cientos de horas de reunión con los movimientos sociales o en la Fundación Nueva Cultura del Agua (FNCA), en congresos o desarrollando ponencias y conferencias. Si se hubiera tratado de hacerlo en el menor tiempo posible, estaba claro que debería haberme encerrado a trabajar con un pequeño equipo asesor de amigas y amigos de la FNCA. Sin embargo, lo que siempre tuve claro, desde un principio, era que no se trataba sólo de hacer buenas leyes, sino que era tan importante su contenido como la forma de hacerlas.

De manera que, al igual que hice luego con todas mis Proposiciones de Ley, me propuse convocar una pequeña asamblea ciudadana del agua, con colectivos y movimientos, para desarrollar una estrategia participativa de elaboración de la Ley. Siguiendo los pasos que me indicaron, pedí permiso a la Mesa del Congreso, solicitando una sala de reunión. “¿Qué se propone usted hacer, Señoría?", me dijeron a los pocos días. “¿No pensarán ustedes transformar este Congreso en un espacio para realizar asambleas populares?” Quedé un tanto perplejo y tardé un par de segundos en reaccionar. “Bueno, en realidad… sí, nos gustaría que el Congreso, fuera un espacio donde poder convocar asambleas populares…; bueno, no solo eso, pero eso también…”, respondí. El desagrado que provocaba la simple petición de un espacio para hacer una asamblea ciudadana en el Congreso, era tan evidente, que acabé sugiriendo: “Pero bueno, si no me dan permiso, no hay problema; convocaremos la asamblea en cualquier plaza cercana al Congreso, y probablemente tengamos más éxito”. “No, no”, me contestaron, “aún no se ha decidido nada; en breve le contestaremos”. En efecto, a los pocos días me llegó el permiso solicitado. Pues bien, hoy es normal convocar asambleas ciudadanas en el Congreso, ya sea por un Grupo Parlamentario o por iniciativa de los movimientos sociales. Y ese tipo de asambleas las promueve no sólo el Grupo Confederal, sino el Grupo Socialista, el de Ciudadanos o cualquier otro. Basta que un Diputado o Diputada lo solicite y se responsabilice. Al igual que es normal que salga agua del grifo. Pero, insisto, no deberíamos olvidar que esas normalidades hubo que trabajarlas y conquistarlas.



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