INTRODUCCIÓN
Cuando volvemos a Elche, parece que todo sigue igual que cuando éramos pequeñas. Nuestras madres nos reciben como las hijas pródigas que somos, perdidas en la capital y llamando demasiado de vez en cuando. Pero todo ha cambiado desde que éramos unas mañacas y nuestras madres trabajaban de sol a sol, bien en la fábrica, bien en casa.
Gloria se crió en la guardería del colegio que su madre y sus compañeras lograron que abriera tras muchas peticiones y presión. Su patio de juego de los viernes al mediodía era la fábrica en la que trabajaban sus padres. La entrada donde almacenaban las pilas de cajas de zapatos de piel se convertía en su cancha de baloncesto y sus columpios eran las cintas transportadoras de plantillas sin acabar. Su primera paga fue el euro que le regalaba el jefe de la fábrica cuando se portaba bien, lo que significaba transportar cajas vacías de un lado a otro en una suerte de fuerte improvisado para mantenerla ocupada un rato.
Bea se crió junto a la máquina de aparar que su madre tenía en casa, entre olor a cemen (cola para aparado) y el sonido de la Singer traqueteando día y noche, en competición con la de la vecina. A veces ayudaba a su madre cortando hilos o poniendo cola, y disfrutaba acompañándola al portal cuando el encargado traía más faena o la paga de la semana en un sobre marrón, pero nunca quiso aprender a aparar.
La madre de Gloria cambio más de 30 años como envasadora por un empleo como kelly. Ahora, es trabajadora de la limpieza. La madre de Bea decidió abandonar el calzado tras casi 25 años como aparadora para estudiar unas oposiciones y trabajar en el ayuntamiento.
Nosotras nos preguntamos, ¿qué lleva a una mujer a abandonar su oficio de toda la vida? ¿En qué condiciones trabajan -y trabajaron- mujeres como nuestras madres para querer alejarse tanto de lo que ha definido su trayectoria laboral? Y sobre todo, ¿cuál es el futuro que le espera a una industria que no cuida a su fuerza laboral más importante?
Cada vez más jóvenes de Elche no solo no tienen interés por trabajar en el negocio que define la industria local, sino que reniegan activamente de él y buscan otros puestos que les permitan una mayor estabilidad, en los que se reconozcan sus derechos y se premie su valía. El trabajo en el calzado no tiene prestigio y no se asocia al famoso ascensor social. ¿Cómo llega una industria tan históricamente ligada a nuestra historia como ciudad -antes del zapato estuvo la alpargata- a dejar de ser considerada una opción de futuro por las jóvenes?
Quizá tenga bastante que ver que muchos de nuestros amigos de otras zonas de España ni siquiera sepan cómo se hace un zapato o qué es una aparadora, uno de los puestos con más demanda dentro la industria. No existe reconocimiento en Elche, ni fuera de la ciudad.
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Cuando volvemos a Elche, parece que todo sigue igual que cuando éramos pequeñas. Nuestras madres nos reciben como las hijas pródigas que somos, perdidas en la capital y llamando demasiado de vez en cuando. Pero todo ha cambiado desde que éramos unas mañacas y nuestras madres trabajaban de sol a sol, bien en la fábrica, bien en casa.
Gloria se crió en la guardería del colegio que su madre y sus compañeras lograron que abriera tras muchas peticiones y presión. Su patio de juego de los viernes al mediodía era la fábrica en la que trabajaban sus padres. La entrada donde almacenaban las pilas de cajas de zapatos de piel se convertía en su cancha de baloncesto y sus columpios eran las cintas transportadoras de plantillas sin acabar. Su primera paga fue el euro que le regalaba el jefe de la fábrica cuando se portaba bien, lo que significaba transportar cajas vacías de un lado a otro en una suerte de fuerte improvisado para mantenerla ocupada un rato.
Bea se crió junto a la máquina de aparar que su madre tenía en casa, entre olor a cemen (cola para aparado) y el sonido de la Singer traqueteando día y noche, en competición con la de la vecina. A veces ayudaba a su madre cortando hilos o poniendo cola, y disfrutaba acompañándola al portal cuando el encargado traía más faena o la paga de la semana en un sobre marrón, pero nunca quiso aprender a aparar.
La madre de Gloria cambio más de 30 años como envasadora por un empleo como kelly. Ahora, es trabajadora de la limpieza. La madre de Bea decidió abandonar el calzado tras casi 25 años como aparadora para estudiar unas oposiciones y trabajar en el ayuntamiento.
Nosotras nos preguntamos, ¿qué lleva a una mujer a abandonar su oficio de toda la vida? ¿En qué condiciones trabajan -y trabajaron- mujeres como nuestras madres para querer alejarse tanto de lo que ha definido su trayectoria laboral? Y sobre todo, ¿cuál es el futuro que le espera a una industria que no cuida a su fuerza laboral más importante?
Cada vez más jóvenes de Elche no solo no tienen interés por trabajar en el negocio que define la industria local, sino que reniegan activamente de él y buscan otros puestos que les permitan una mayor estabilidad, en los que se reconozcan sus derechos y se premie su valía. El trabajo en el calzado no tiene prestigio y no se asocia al famoso ascensor social. ¿Cómo llega una industria tan históricamente ligada a nuestra historia como ciudad -antes del zapato estuvo la alpargata- a dejar de ser considerada una opción de futuro por las jóvenes?
Quizá tenga bastante que ver que muchos de nuestros amigos de otras zonas de España ni siquiera sepan cómo se hace un zapato o qué es una aparadora, uno de los puestos con más demanda dentro la industria. No existe reconocimiento en Elche, ni fuera de la ciudad.
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