Este texto es un fragmento de

Barreiros. La automoción en España: hombres, empresas, vehículos

Mario Gamarra de Artaza

Prólogo

Hacía muchos años que España había dejado de ser una gran nación. En su trágica decadencia había una característica manifiesta que era el llegar tarde a todos los sitios. Llegó tarde a la ciencia, a la técnica, a la democracia y llevada de esa inercia vital, llegó también tarde a la Revolución Industrial del siglo xix.
Su presencia en Europa en el siglo citado fue la de un país hundido en un atraso secular, miserable y hambriento, envidioso e indolente. Era el resultado de varios siglos de dominio de una iglesia intransigente y de reyes y gobernantes ineptos o enfermos. Con este escaso bagaje, a todas luces indiscutible, España entró en el siglo xx. Una vez más en su larga historia reaccionó y, partiendo casi de la nada, consiguió montarse «a horcajadas» en el carro de la modernidad.
Entre los lentos avances de la humanidad aparece el primero: la locomoción. El hombre prehistórico había encontrado la manera de prescindir de sus cortas piernas y de sus brazos para moverse. Había descubierto el vehículo por excelencia; el caballo, al que domesticó y usó durante miles de años. No contento con el hallazgo, empezó a soñar con otros artilugios mecánicos con los que pensaba que iba a correr más y mejor.
Pasan miles de años. Hay un largo entreacto y, al final, aparecen partiendo del empirismo los avances de la ciencia. Watt y la fuerza expansiva del vapor. Cugnot y su armatoste sin raíles al que tuvo la osadía de llamar automóvil, y ya a fines del siglo xx, después de muchos fracasos, aparece el carricoche de Daimler Benz y su milagroso motor de explosión. El hombre entra en el siglo xx pletórico de ideas e ilusiones y así, en un corto plazo, sus inventos iban a cambiar la faz de la tierra. España participó en el festín y se abrió camino a codazos para salir de su ostracismo.
Los primeros balbuceos en la asignatura de la automoción en la España del siglo xx se dieron en su mayoría en Cataluña. Entre los pioneros se encontraba don Emilio de la Cuadra Albiol con sus coches eléctricos. Pronto produjo versiones de bencina. Como curiosidad, el malagueño Francisco Anglada montó unos talleres en Andalucía para fabricar automóviles con motor de gasolina probablemente franceses, pero el vehículo se construía en el Puerto de Santa María. Los andaluces no querían ser siempre los criados de los catalanes.
En poco tiempo, este nuevo invento fue popularizándose sobre todo en Cataluña. Aparecían nuevos modelos todos los años, aunque en su mayoría eran coches efímeros y de producción escasa. Muchos morían con el prototipo nada más nacer. Pronto se puso de manifiesto que un automóvil con mayúsculas requería de buenos diseños, tecnología, grandes inversiones y, lo más importante, una industria auxiliar preparada, mano de obra especializada, y «un genio creativo dominando el terreno».
Partiendo de estas premisas, el futuro estaba reservado a unas pocas empresas que se constituirían a lo largo de unos cincuenta años (1904-1954). Todas ellas iban a cumplir con el desafío de la industrialización e iban a permitir tutear a los vanidosos europeos.
Era casi obligado que, para cumplir con las premisas citadas, se iba a necesitar del apoyo estatal. Así, traemos a la memoria las que, a mi parecer, fueron las más importantes por su proyección internacional, todo ello sin desdoro de otras más tardías como FASA, Ebro, etc.
En primer lugar figura Hispano Suiza: fundada en Barcelona en 1904, fue el orgullo de la industria española y rival internacio­nal de Rolls-Royce. ENASA-Pegaso, fundada por Franco en 1946 como empresa nacional para la industrialización de España. SEAT, Sociedad Española de Automóviles de Turismo en 1949, con el mismo origen y con el fin de cambiar la alpargata hispánica por el 600. Y por último, en 1954, Barreiros Diésel. S.A. Los creativos que les dieron la vida fueron el ingeniero suizo Mark Virkgit, el ingeniero español Wifredo Ricart, la firma italiana Fiat con sus licencias, y, al final, Eduardo Barreiros, un autodidacta genial salido de la nada. Sus empresas se crearon con sus propios medios y llegó a tener 24.000 empleados.
De entre los citados he elegido a uno de los más importantes por su mérito y su importancia internacional: Eduardo Barreiros. A él y a sus hombres les he dedicado este libro de memorias. Forman parte de la obra varios capítulos aparentemente ajenos al tema básico. A mi entender, son necesarios para completar la buena información del lector sobre temas relacionados con el mundo de la automoción. Así «La prehistoria del automóvil», donde en plan jocoso el autor describe cómo hemos llegado desde los primitivos neandertales, con los pies hechos unos zorros por caminar descalzos, hasta el veloz Porsche de nuestros días. Otro capítulo se refiere a la industria pesada en la España del siglo xix para ver como los pioneros de entonces participaban en las mejoras de los grandes procedimientos metalúrgicos europeos. Los aceros Bessemer para la industria, las locomotoras de vapor en competencia con las firmas europeas, los motores para la industria naval, los trenes de laminación para la chapa de acero, las máquinas herramientas, etc., y todo sobre una tierra yerma agotada por siglos de abandono. La obra de aquellos hombres iba a ser el mejor legado de casi todo lo que hoy tenemos, es decir, la herencia necesaria para poder hacer las cosas sin tener que partir casi de cero.





Comprar

Recompensa
+ XP
Acumulas XP y estás en nivel
¡Gracias!