Donde existe Moolaade existe la tradición, y en el nombre de la tradición se dictan normas, se hacen leyes, se marcan territorios. Se nos silencia y domina, se nos encierra, nos venden y compran, se nos mutila.

En el nombre de la tradición se acusa, nos enfrentan. A algunas se nos viste de poder para dañarnos, para controlarnos y para enfrentarnos entre nosotras mismas.

En el nombre de la tradición, morimos.

El entorno de Moolaade es simple. Su mundo es sencillo, rutinario, marcado por la costumbre y por la seguridad de lo conocido. Marcado año tras año. Marcado principalmente para las mujeres.

Moolaade también es poder, es un derecho de asilo ancestral. Dentro de este mundo sencillo hay una fuerza latente; la de la protección entre mujeres conscientes, entre las que buscan sobrevivir, entre las que juntas dicen “nunca más”. Entre mujeres que rompen con la tradición con la sencilla fuerza de la unión.

Para ellos Moolaade es miedo; para ellas es protección, es lucha, amor, futuro, es esperanza…

Cuando la tradición nos hace daño, es momento de plantearse si hay que dejarla atrás. Es cuando se debe poner una cinta entre las jambas de la puerta y gritar fuerte: ¡No pasarán, en mi nombre, no!

La ablación, circuncisión o mutilación genital femenina (MGF) es una tradición que ha arrastrado a más 125 millones de mujeres (según datos de UNICEF), casi todas menores, a la barbarie.

Consiste en la extirpación total o parcial de los genitales externos femeninos. Está presente no solo en países africanos como se cree, sino también en Asia, Malasia, India, la selva amazónica, e incluso Europa. Son más de 30 países en los que esta práctica sigue vigente a pesar de que el Consejo de Derechos Humanos de la ONU adoptó una resolución sobre la eliminación de la MGF definiéndola como “un acto de violencia contra mujeres y niñas”.

Se considera que a través de la ablación, la niña da el paso a mujer y mientras no sea sometida a la intervención, no estará lista para casarse. La edad en que suele practicarse es entre los 10 y 14 años, y suele realizarse sin ningún tipo de control sanitario y en pésimas condiciones de higiene. Los cuchillos ni siquiera se limpian de una mutilación a otra, incluso aunque pasen años entre ellas. Solo en casos contados, es personal especializado el encargado de cometer esta práctica.

Esta tradición no es exclusivamente una cuestión de religión como se supone (es más, ninguna religión fomenta esta práctica), sino que nace de la tradición y el poder; el poder de los hombres por del control de “sus” mujeres, asegurando así una fidelidad obligada al eliminar el placer sexual. Este motivo psicosexual promueve la castidad, la fidelidad y asegurarse la virginidad de las mujeres antes del matrimonio. Se considera además, que gracias a esto, el placer sexual del hombre durante las relaciones es mayor.

Siguiendo con las cuestiones de poder, debemos destacar también el de las mutiladoras sobre el resto de las mujeres, puesto que adquieren un nivel jerárquico superior dentro de los poblados al adquirir el título de curanderas y comadronas. Algunas de ellas viajan a Inglaterra, Francia, Alemania o España, para asegurarse que las niñas residentes en estos países se sometan a esta tortura. También es una cuestión de poder económico: las mutiladoras cobran por sus servicios, y en países con escasos recursos y grandes familias que mantener, muchas de ellas, a pesar de estar en contra, se ven “obligadas” a mantener vigentes estas prácticas.

En algunas zonas también se considera que los genitales femeninos son antiestéticos y poco higiénicos, por lo que su eliminación supondría un valor al atractivo estético de la joven casadera.

Las mujeres que viven en zonas donde la mutilación sigue practicándose, tienen dos caminos; o se enfrentan a ella, o se enfrentan a la marginación, discriminación o repudio de la familia y poblado si se rebelan. Por otro lado, si debido a la ablación no pueden engendrar hijos, estas mujeres también serán repudiadas por sus maridos  y serán sustituidas por otras.

A pesar de que la MGF está aún muy arraigada en determinadas sociedades, cada vez son más las que la rechazan, y varios países han aprobado leyes que penalizan estas prácticas.