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Vas caminando por la calle y sientes en las mejillas el calor producido por el sol que te ciega y que consigue que vayas avanzando casi a tientas. De repente los abres del todo porque te encuentras con un amigo. Os saludáis con dos besos pero notas algo raro. Te clava su mirada de esa manera en que lo hace la gente que tiene algo importante que contar y, en cuanto tiene oportunidad, te lo suelta: alguien a quien conoces acaba de morir. En ese momento el corazón deja de latir por un instante.
Es una sensación extraña porque miles de personas mueren cada día, lo vemos en la tele y no sentimos nada. Pero si quien se va es alguien a quien ponemos nombre y cara porque hemos compartido algún momento, por nimio que fuera, entonces nos quedamos helados.
Pues eso es lo que quería expresar, Aurora, me he quedado helada cuando han venido a buscarme a la habitación para llevarme a la sesión con el grupo de apoyo y me han dicho que hoy era el último día del plazo para que exteriorizase lo que pasó. Ni siquiera contigo lo he hablado, ¿cómo iba a hacerlo con una panda de desconocidos a los que veo tres veces por semana? Estoy harta de estar encerrada en esta clínica donde lo único que puedo hacer es deambular en pijama de un lado para otro o mirar por la ventana. Sabes lo que es porque también estás aquí, sólo que tú no te quejas.
Quiero marcharme e ir a ver a mis abuelos, y decirles que estoy bien, pero los médicos consideran que aún no estoy preparada. Dicen que es imposible que pueda salir ahí fuera porque ni siquiera soy capaz de hablar de lo que pasó. ¿Cómo voy a serlo? Ángel viene a verme todas las semanas y, no sólo me recuerda todo aquello que quiero olvidar, sino que también me habla mal de la única persona que me ha cuidado. Vicky siempre ha estado a mi lado, ella fue la que me consoló cuando perdí mi primer diente, la que secó mis lágrimas cuando rompí con mi primer novio y la que ha estado gastando su tiempo en gestionar mis asuntos mientras yo me encuentro aquí. No la creo capaz de hacer todas esas cosas que Ángel dice que hace. De todas formas él siempre ha sido un mentiroso, a la vista están los hechos.
Sí, ya sé, quieres que te cuente por qué estampé mi coche contra ese muro. ¿Por qué no hablarte de ese día? De todas formas acabo de hacerlo ante toda esa gente y todavía sigo entera:
Había sido una noche de esas en las que no paras de dar vueltas en la cama. Apenas conseguí dormir, me levanté a beber agua dos veces y, por lo tanto, tuve que ir cinco veces a hacer pis. Luego pensé que bebiendo una infusión calentita podría conciliar el sueño y lo único que conseguí fue volver al baño otras cinco veces más. Al final apagué el despertador antes de que sonase y me levanté a preparar café.
Tenía unas ojeras tan marcadas que apenas conseguí disimularlas con el maquillaje. Cuando Vicky se levantó me miró compasiva y se ofreció a mentir por mí en el trabajo, pero siendo yo la encargada no podía dejar de ir, quedaba poco más de un mes para la Navidad y estábamos a tope.
Desde la urbanización en la que vivo en la afueras de Zaragoza hasta el centro comercial “Puerto Venecia” sólo hay media hora de camino, pero la circunvalación que tengo que atravesar siempre está atestada de coches, así que suelo salir pronto de casa. Vicky volvió a insistir en ayudarme de alguna manera, y, ya que yo no estaba dispuesta a mentir en mi trabajo, esta vez dijo que me llevaba ella, pero decliné su ofrecimiento porque no me gusta depender de nadie.
Llovía muchísimo cuando me puse en camino. Me sorprendo al recordar ahora cosas que estaban bloqueadas en mi mente hasta hace unos días. Puedo acordarme hasta del más mínimo detalle, como de que, al salir de casa, me encontré a mi casera vestida con aquel jersey de cuadros escoceses que combinaba con el de su gata, a la que había sacado de casa en su paseo matinal. ¿Cómo se puede pasear a una gata con correa? Sólo mi casera es capaz de hacer semejante cosa.
Saqué el coche del garaje y puse a tope la calefacción. Al empezar a maniobrar me di cuenta de que no me sentía cómoda al conducir con ese abrigo que llevaba puesto, pero ya era tarde para parar a quitármelo, iba con el tiempo justo.
Tomé la circunvalación y empezó a sonar en la radio Insomnio, de Mandi Moreno, una canción que parecía que hablaba para mí:
Sabes que te quiero, sabes que me muero,
sabes que no duermo y que no puedo escapar,
porque tú, que te me cuelas,
y yo no te puedo olvidar.
Yo no podía olvidar lo que me dolía, lo que había visto. Cada vez que me trasladaba a ese momento me ponía a llorar.
Veo que te acercas, luego te me escapas,
y me siento sola, tú me dejas sin más,
porque tú, eres tan libre,
que yo no te puedo atrapar.
No teníamos un tipo de relación de esas tan liberales, en la que cada uno hace lo que quiere sin tener que dar explicaciones, pero tener una relación tampoco implica estar atrapado, una pareja no es una cárcel.
Tú no sabes lo que quiero,
ya no puedo pedir más,
si te crees que estoy mintiendo
sólo déjate llevar.
Y yo me dejé llevar para vengarme, aunque fuera a mi manera. ¿Por qué no? Era lo justo en este caso aplicar la Ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Pero si era lo que tenía que hacer, ¿por qué me sentía tan mal?
Cuéntame en qué estás pensando,
no haces más que dudar,
si no vienes yo me largo,
estoy cansada de esperar.
A veces esperas, llega, y no era lo que estabas buscando. Como la charla del día anterior, todo lo que me dijo no era lo que me esperaba.
No te pienses que soy tuya,
no me puedes amarrar,
si te crees que me tenías,
nene te lo montas mal.
No se tiene a nadie, pero ello no significa que no te duela el alma cuando lo pierdes.
Cuántas veces has creído,
que besaba el suelo y yo
sigo mi propio camino,
y esto es un infierno y no. . .
Se sentía superior, pero la única razón por la que yo estaba debajo era porque él me pisaba y yo le dejaba. No quise permitírselo más.
Tú no sabes lo que quiero,
ya no puedo pedir más,
si te crees que estoy mintiendo
sólo déjate llevar.
Cuéntame en qué estás pensando,
no haces más que dudar,
si no vienes yo me largo,
estoy cansada de esperar.
¿Dónde está la delgada línea que separa el tiempo de espera de cortesía de la decepción?
Cuando me acercas tus labios
vuelve mi desolación,
luego me tiemblan las manos,
me haces sentir viva y yo. . .
Pero una persona no es sólo aquella con la que hablaste en vuestra última conversación, sino aquella que ha estado a lo largo de todas las conversaciones que habéis tenido. Y yo me sentía sola, y me sentía mal por no haber pensado en frío antes de actuar.
Hace días que no duermo,
el insomnio es mi motor,
imagino que te veo,
me haces perder el control.
La canción provocó que aflorasen todas las emociones que había estado reprimiendo durante la noche. Y sin poder evitarlo, rompí a llorar. Estaba tan desconsolada y tan nerviosa que no me di cuenta de que el coche de delante frenó en seco, y perdí el control. Quise corregir mi trayectoria y evitar el golpe, pero fue demasiado tarde porque no vi que venía un coche por mi izquierda, y acabé estampándolo contra la mediana.
Eso es todo lo que recuerdo, pero lo que pasó ya da igual. Ahora estoy casi lista para salir de aquí y lo importante en este momento es decidir si voy a creer lo que me han contado, y qué voy a hacer al respecto.
Vas caminando por la calle y sientes en las mejillas el calor producido por el sol que te ciega y que consigue que vayas avanzando casi a tientas. De repente los abres del todo porque te encuentras con un amigo. Os saludáis con dos besos pero notas algo raro. Te clava su mirada de esa manera en que lo hace la gente que tiene algo importante que contar y, en cuanto tiene oportunidad, te lo suelta: alguien a quien conoces acaba de morir. En ese momento el corazón deja de latir por un instante.
Es una sensación extraña porque miles de personas mueren cada día, lo vemos en la tele y no sentimos nada. Pero si quien se va es alguien a quien ponemos nombre y cara porque hemos compartido algún momento, por nimio que fuera, entonces nos quedamos helados.
Pues eso es lo que quería expresar, Aurora, me he quedado helada cuando han venido a buscarme a la habitación para llevarme a la sesión con el grupo de apoyo y me han dicho que hoy era el último día del plazo para que exteriorizase lo que pasó. Ni siquiera contigo lo he hablado, ¿cómo iba a hacerlo con una panda de desconocidos a los que veo tres veces por semana? Estoy harta de estar encerrada en esta clínica donde lo único que puedo hacer es deambular en pijama de un lado para otro o mirar por la ventana. Sabes lo que es porque también estás aquí, sólo que tú no te quejas.
Quiero marcharme e ir a ver a mis abuelos, y decirles que estoy bien, pero los médicos consideran que aún no estoy preparada. Dicen que es imposible que pueda salir ahí fuera porque ni siquiera soy capaz de hablar de lo que pasó. ¿Cómo voy a serlo? Ángel viene a verme todas las semanas y, no sólo me recuerda todo aquello que quiero olvidar, sino que también me habla mal de la única persona que me ha cuidado. Vicky siempre ha estado a mi lado, ella fue la que me consoló cuando perdí mi primer diente, la que secó mis lágrimas cuando rompí con mi primer novio y la que ha estado gastando su tiempo en gestionar mis asuntos mientras yo me encuentro aquí. No la creo capaz de hacer todas esas cosas que Ángel dice que hace. De todas formas él siempre ha sido un mentiroso, a la vista están los hechos.
Sí, ya sé, quieres que te cuente por qué estampé mi coche contra ese muro. ¿Por qué no hablarte de ese día? De todas formas acabo de hacerlo ante toda esa gente y todavía sigo entera:
Había sido una noche de esas en las que no paras de dar vueltas en la cama. Apenas conseguí dormir, me levanté a beber agua dos veces y, por lo tanto, tuve que ir cinco veces a hacer pis. Luego pensé que bebiendo una infusión calentita podría conciliar el sueño y lo único que conseguí fue volver al baño otras cinco veces más. Al final apagué el despertador antes de que sonase y me levanté a preparar café.
Tenía unas ojeras tan marcadas que apenas conseguí disimularlas con el maquillaje. Cuando Vicky se levantó me miró compasiva y se ofreció a mentir por mí en el trabajo, pero siendo yo la encargada no podía dejar de ir, quedaba poco más de un mes para la Navidad y estábamos a tope.
Desde la urbanización en la que vivo en la afueras de Zaragoza hasta el centro comercial “Puerto Venecia” sólo hay media hora de camino, pero la circunvalación que tengo que atravesar siempre está atestada de coches, así que suelo salir pronto de casa. Vicky volvió a insistir en ayudarme de alguna manera, y, ya que yo no estaba dispuesta a mentir en mi trabajo, esta vez dijo que me llevaba ella, pero decliné su ofrecimiento porque no me gusta depender de nadie.
Llovía muchísimo cuando me puse en camino. Me sorprendo al recordar ahora cosas que estaban bloqueadas en mi mente hasta hace unos días. Puedo acordarme hasta del más mínimo detalle, como de que, al salir de casa, me encontré a mi casera vestida con aquel jersey de cuadros escoceses que combinaba con el de su gata, a la que había sacado de casa en su paseo matinal. ¿Cómo se puede pasear a una gata con correa? Sólo mi casera es capaz de hacer semejante cosa.
Saqué el coche del garaje y puse a tope la calefacción. Al empezar a maniobrar me di cuenta de que no me sentía cómoda al conducir con ese abrigo que llevaba puesto, pero ya era tarde para parar a quitármelo, iba con el tiempo justo.
Tomé la circunvalación y empezó a sonar en la radio Insomnio, de Mandi Moreno, una canción que parecía que hablaba para mí:
Sabes que te quiero, sabes que me muero,
sabes que no duermo y que no puedo escapar,
porque tú, que te me cuelas,
y yo no te puedo olvidar.
Yo no podía olvidar lo que me dolía, lo que había visto. Cada vez que me trasladaba a ese momento me ponía a llorar.
Veo que te acercas, luego te me escapas,
y me siento sola, tú me dejas sin más,
porque tú, eres tan libre,
que yo no te puedo atrapar.
No teníamos un tipo de relación de esas tan liberales, en la que cada uno hace lo que quiere sin tener que dar explicaciones, pero tener una relación tampoco implica estar atrapado, una pareja no es una cárcel.
Tú no sabes lo que quiero,
ya no puedo pedir más,
si te crees que estoy mintiendo
sólo déjate llevar.
Y yo me dejé llevar para vengarme, aunque fuera a mi manera. ¿Por qué no? Era lo justo en este caso aplicar la Ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Pero si era lo que tenía que hacer, ¿por qué me sentía tan mal?
Cuéntame en qué estás pensando,
no haces más que dudar,
si no vienes yo me largo,
estoy cansada de esperar.
A veces esperas, llega, y no era lo que estabas buscando. Como la charla del día anterior, todo lo que me dijo no era lo que me esperaba.
No te pienses que soy tuya,
no me puedes amarrar,
si te crees que me tenías,
nene te lo montas mal.
No se tiene a nadie, pero ello no significa que no te duela el alma cuando lo pierdes.
Cuántas veces has creído,
que besaba el suelo y yo
sigo mi propio camino,
y esto es un infierno y no. . .
Se sentía superior, pero la única razón por la que yo estaba debajo era porque él me pisaba y yo le dejaba. No quise permitírselo más.
Tú no sabes lo que quiero,
ya no puedo pedir más,
si te crees que estoy mintiendo
sólo déjate llevar.
Cuéntame en qué estás pensando,
no haces más que dudar,
si no vienes yo me largo,
estoy cansada de esperar.
¿Dónde está la delgada línea que separa el tiempo de espera de cortesía de la decepción?
Cuando me acercas tus labios
vuelve mi desolación,
luego me tiemblan las manos,
me haces sentir viva y yo. . .
Pero una persona no es sólo aquella con la que hablaste en vuestra última conversación, sino aquella que ha estado a lo largo de todas las conversaciones que habéis tenido. Y yo me sentía sola, y me sentía mal por no haber pensado en frío antes de actuar.
Hace días que no duermo,
el insomnio es mi motor,
imagino que te veo,
me haces perder el control.
La canción provocó que aflorasen todas las emociones que había estado reprimiendo durante la noche. Y sin poder evitarlo, rompí a llorar. Estaba tan desconsolada y tan nerviosa que no me di cuenta de que el coche de delante frenó en seco, y perdí el control. Quise corregir mi trayectoria y evitar el golpe, pero fue demasiado tarde porque no vi que venía un coche por mi izquierda, y acabé estampándolo contra la mediana.
Eso es todo lo que recuerdo, pero lo que pasó ya da igual. Ahora estoy casi lista para salir de aquí y lo importante en este momento es decidir si voy a creer lo que me han contado, y qué voy a hacer al respecto.