MAR
En lo azul descubro su pulso
desnudo
un crepitar lejano
en un latido blanco
de frescura nívea
que salta sobre el mismo pulso.
El Sol y yo
junto a los peces
perdidos sobre la fuerza
del mar
que vuelve la espuma
sobre su dominio.
SUEÑO DE ROBINSONES
CUÉNTAME
Cuéntame con tus ojos
los días en que recuerdas
los felices besos y abrazos.
Los paseos de la mano o agarrados a la cintura
los cafés con leche condensada,
mirando tus manos y tu blusa abierta,
arrojando perfume.
Cuéntame si no es mejor así,
la pasión de la letra en una canción
que entorna tus ojos y muerde tus labios.
Cuéntame que no deseas exhalar el éxtasis de caricias
mientras miras, a lo lejos
cómo un ejército de deseos
llama a las puertas de tus oídos.
Cuéntame y no sucumbas al olvido
que recite el alma del viento los sonidos
para que embriagados de vino
nos amemos eternamente,
en un amor
a sangre y fuego.
En lo azul descubro su pulso
desnudo
un crepitar lejano
en un latido blanco
de frescura nívea
que salta sobre el mismo pulso.
El Sol y yo
junto a los peces
perdidos sobre la fuerza
del mar
que vuelve la espuma
sobre su dominio.
SUEÑO DE ROBINSONES
‘Me llamo Adam Carter, nací en Hope Cove, al sur de Thurlestone, Inglaterra. Mi padre y mi abuelo, eran marinos, como mi bisabuelo y su padre, mi tatarabuelo.’
Después de un sueño, así comenzaba a escribir John Porter una novela sobre el mar y los hombres que trabajaban en él. Este novel escritor, me hizo recordar que en cierta ocasión, mi abuelo me contó que a un amigo suyo, llamado Gerard y a su hijo Jean, se los tragó un temporal y acabó con sus vidas. Hablábamos de barcos, de sueños, ficciones, tal vez, quimeras. Hay historias que jamás se separan de uno toda vez que las ha conocido o vivido, también en cierta forma, pero no ya del todo como propias, cuando uno las ha oído o se las han contado otros. Siempre, las que uno ha vivido, esas, te acompañan y el tiempo, a veces, las va modulando, como lo hace el mar con los acantilados, hasta forjarlas más difusas, quizá veladas, tal vez incluso, para borrarlas temporalmente. Sin embargo, las otras, las que han sido contadas u oídas, esas, permanecen intactas tal y como te las contaron o las oíste. Como si ese mar no las hubiese tocado, ni erosionado. Como si el tiempo no hubiese pasado por ellas y tal vez, quisiera parecer que hubiesen ocurrido ayer, para no ser olvidadas nunca, ni ser turbadas por quien las oye.
Así es como algunas conversaciones se mantienen en el tiempo inalteradas para quien las escucha y vuelven a ser recordadas pasados los años. Como yo recordaba, o quiero imaginar escribir ahora, a propósito de ciertos libros leídos, o vistos en la infancia y también soñados.
‘¿Un libro? Mejor llévate dos o tres, o los que tú quieras. A tu edad puedes leer tanto como desees. La única condición que te pondré para que puedas llevártelos, es que una vez los hayas leído, vengas a verme y hablemos de ello. Eso, permitirá que puedas llevarte otros’.
Esa fue la respuesta de mi abuelo cuando le pregunté acerca de si me prestaba un Robinson Crusoe de Ramón Sopena. Tendría yo diez años por entonces y aquella portada…
CUÉNTAME
Cuéntame con tus ojos
los días en que recuerdas
los felices besos y abrazos.
Los paseos de la mano o agarrados a la cintura
los cafés con leche condensada,
mirando tus manos y tu blusa abierta,
arrojando perfume.
Cuéntame si no es mejor así,
la pasión de la letra en una canción
que entorna tus ojos y muerde tus labios.
Cuéntame que no deseas exhalar el éxtasis de caricias
mientras miras, a lo lejos
cómo un ejército de deseos
llama a las puertas de tus oídos.
Cuéntame y no sucumbas al olvido
que recite el alma del viento los sonidos
para que embriagados de vino
nos amemos eternamente,
en un amor
a sangre y fuego.