Este texto es un fragmento de

El efecto Carmena

Roberto Bécares

1

 

“Lo consiguieron porque no sabían que era imposible”

Jean Cocteau

 

— Oye, ¿y qué hacemos si viene ahora la poli y nos pilla bebiendo en la calle?

 

— Pues tú diles que eres concejal reserva. 



Son las 02.30 de la mañana del 25-M, y estos treinteañeros con ojeras no parecen haber derribado al rodillo de las mayorías absolutas del PP, a la tabla de salvación de Mariano Rajoy en Madrid. Están exhaustos. Se han dejado el pellejo en una campaña donde su mayor arma no fue el poder del aparato del partido —no tenían—, ni la publicidad —el presupuesto, 159.000 euros, apenas llegó para una cifra irrisoria de carteles—, ni los mítines —casi no hubo—, sino la ilusión. La suya, y la de la gente, miles de madrileños que sintieron algo propio en el proyecto y colaboraron desinteresadamente para propagar por cada rincón de la ciudad el 'efecto Carmena', que al inicio era una ola de esperanza y al final un tsunami imparable.



Es un día donde han hecho historia y los jóvenes, lejos de los dispendios de otros partidos, beben mahous compradas a un chino en plena calle. No lo hacen por gusto, sino porque en el bar El Juglar no cabe un alma. Es el único abierto en el barrio de Lavapiés, la cuna sobre la que se meció Ahora Madrid cuando no era Ahora Madrid, sino un grupo de personas que descubrió en la Puerta del Sol, en el 15-M, que el mundo no se cambiaba invadiendo una plaza. Se cambiaba haciendo política. Formando parte del sistema. Cuatro años después, el grito había cambiado: «¡Que sí, que sí, que sí nos representan!».

 

Al inicio de la campaña, quince días atrás, que la exjueza Manuela Carmena obtuviera solo un edil menos que Esperanza Aguire (20 por 21) y pudiera gobernar (con el apoyo del PSOE) era algo impensable. La mayoría de encuestas pronosticaban un nuevo golpe en la mesa de la presidenta del PP de Madrid. La catarsis convierte el bar, lleno, asfixiante, en una estafeta de abrazos y sonrisas. Por allí hay integrantes de Ahora Madrid y de Podemos, como Iñigo Errejón, secretario político de la formación morada, que apura un gin-tonic mientras se suma al grito unánime: «¡Esa, esa, esa, Manuela alcaldesa!».

 

A su lado está Rita Maestre, politóloga, número cinco de Ahora Madrid, coordinadora de campaña con sólo veintiseis años. «Lo ha hecho muy bien», coinciden varias personas de la candidatura. Sus funciones sobrepasaron lo meramente político. Si había que tuitear, tuiteaba. Si había que retirar una lona, la retiraba. Que se había acabado la cerveza tras un mitin, iba a por más.

 

A veinte kilómetros de allí, Manuela Carmena, alcaldesa in pectore, lleva durmiendo un buen rato en su casa de Arturo Soria. Su marido, Eduardo, y su hijo, Manuel, no pueden despegarse de la televisión. Antes, en una cocina repleta de montoneras de papeles, apuntes de campaña, estudios, leyes, presupuestos municipales, habían hablado del éxito conseguido, de la locura de ambiente que encontraron en la Cuesta de Moyano, donde una muchedumbre de carmenistas vivió el desenlace electoral. Con toda naturalidad, tras beberse un vaso de leche, la exjueza les suelta: «Bueno, chicos, me voy a la cama, hasta mañana». Se va a dormir como una noche cualquiera mientras 563.292 madrileños veían su sueño cumplido, y esta vez el sueño ni era olímpico (o sí), ni fracasó.

 

A Carmena, jubilada, dedicada a leer, a sus nietos, a sus amigos, a sus excursiones en bici al extranjero, a sus estudios de cómo mejorar la gestión pública, a la tienda solidaria que tiene en Malasaña, le costó meses tomar la decisión. «Mamá, si no coges este tren ahora, lo perdemos todos, tienes que ser tú», le venía a repetir Manuel, arquitecto como su padre y que sirvió de enlace entre la campaña del sector joven de la candidatura y la paralela de los numerosos amigos de la exjueza, entre los que estaba José Luis de Zarraga, en su día gurú demoscópico de José Luis Rodríguez Zapatero.

 

«Si había alguien que podía ganar al PP era ella, yo lo tenía claro», señala su amiga del alma, el tercer pie de Carmena, Marta Higueras, que tenía veintidós años años cuando la conoció en los juzgados de Plaza Castilla, donde juntas acabaron con las astillas (sobornos a los funcionarios) y donde iniciaron un viaje que les ha dejado a la puerta del Palacio de Cibeles.

 

Dos personas más fueron clave para convencer a la exjueza de que liderara este partido instrumental que entonces era (y sigue siendo) un tótum revolútum entre Podemos, Ganemos, Equo, ex políticos de IU, líderes de plataformas vecinales, de movimientos okupas, anticapitalistas... Una, su amigo el psicólogo clínico del Hospital La Paz Javier Barbero, que acudió a ella hace treinta años para pedirle ayuda. Le empujó la fama de defensora de los derechos humanos que se había granjeado aquella jueza de vigilancia penitenciaria. Ese día le ayudó con aquellos presos que querían ir al entierro de un familiar. Desde entonces, amigos para siempre. La otra, Jesús Montero, hombre fuerte de Pablo Iglesias en Madrid, que convenció a Juan Carlos Monedero de que no tenía que presentarse para alcalde de Madrid, algo que el fundador de Podemos sopesó, «pero no era lo que tenía que hacer, porque él tenía que estar en el futuro en el núcleo duro con Pablo en el Congreso». Este sociólogo inició, con el líder de Podemos, una operación secreta que llamó One Girl para tratar de que Carmena dijera que sí.

 

Lo cuenta Montero dos días antes de las elecciones, en el mitin del humilde barrio de Adelfas, donde Carmena, en el cierre de campaña, habla de que nadie se quede sin un techo, de ayudar a los más desfavorecidos, de milagro. «Vamos a ganar, en el PP están acojonados, tienen encuestas que nos dan por encima», afirman convencidos en la candidatura. Unos enormes altavoces escupen 'Freed From Desire', un hit de música dance de finales de los noventa que trae reminiscencias a las 200 personas que quedan tras el mitin, integrantes y colaboradores del partido, la mayoría entre treinta y cuarenta y cinco años, que empiezan a saltar como locos. Aquella canción les pilló en la época de salir a bares y a discotecas. Son de la generación puente entre la analógica de sus padres y la completamente digital que va a dar pronto sus primeros pasos en la Universidad. La generación que, según Albert Rivera, debe protagonizar la regeneración democrática, algo que ya empieza a intuirse: Iglesias, Pedro Sánchez, el propio Rivera...

 

Al acabar la música a medianoche, algunos recogen. Lo primero son las mesas de los periodistas, compradas en el Ikea. «¿Pero retiráis vosotros las mesas? ¿esto qué es?», bromea un informador. «¿Qué quieres? Somos el 15-M», responde uno de los integrantes de Ahora Madrid que estuvo en Sol y que hace año y medio era una de las 30 personas que empezaban a pergeñar la posibilidad de montar un partido. Se reunían en librerías, como Traficantes de Sueños, o en el espacio autogestionado La Tabacalera. O, si hacía bueno, en la calle. De ahí nació Municipalia, luego Ganemos, y más tarde Ahora Madrid. Meses de discusión. De trabajo en red. De elaborar manifiestos que leían unos pocos. «El 15-M nos enseñó a ser animales políticos», dice Carolina Pulido, abogada de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y ahora edil reserva.

 

«Allí entendimos que por encima de cualquier lucha, de cualquier intento por cambiar las cosas, estaba la lucha por la democracia», precisa el hacker Pablo Soto (apodado P2P), uno de los cerebros de Ahora Madrid. Soto ha llorado todos los días de campaña. De emoción. Por la ilusión de saber «que estábamos tratando de ayudar a la gente que había que ayudar». «Una de las claves ha sido la emotividad», razona. A pocos días de las elecciones, un puñado de personas aparecieron en Gran Vía con unas letras enormes dibujadas sobre cartulinas, formando el nombre de Manuela. Cortaron la calle. Los grupos de Telegram de la candidatura echaban humo. «¿Quiénes son?». Nadie lo sabía. «La entrega de la gente fue algo difícil de controlar, era tan espontánea que se nos fue de las manos», recuerda Pepa López, jefa de prensa de Carmena sobre, por ejemplo, la avalancha de dibujos que más de mil artistas hicieron de Carmena y que inundaron las redes sociales. En el mitin del cine Palafox, quizá el más multitudinario, una señora se llevó el vaso de agua de donde había bebido la exjueza. Había nacido una estrella del rock que viajaba en metro mientras Aguirre se estancaba, sobre todo después del debate de Telemadrid. «A veces ha parecido que la radical era ella», señala un reputado ex dirigente del PP. 

 

Y precisamente porque la emotividad no suele ser un factor determinante en la ecuación política, nace este libro con el único afán de dar testimonio, basándose en notas tomadas desde el nacimiento de Municipalia y en decenas de entrevistas, de lo logrado por estos tipos que despertaron un 15-M y que cuatro años después consiguieron algo imposible precisamente porque no sabían que lo era.



Pero no todo fue un camino de rosas. Carmena se hundió a mitad de campaña tras salir a la luz los problemas judiciales de su marido con su estudio de arquitectura. Y anteriormente, el partido estuvo a muy poco de no formarse, de no salir adelante. «Durante 24 horas el pacto entre Ganemos y Podemos estuvo roto», recuerda sobre las negociaciones de las primarias Pablo Carmona, historiador, anticapitalista, otro de los fundadores, que acudió al acto de investidura con una camiseta comprada en el Decathlon. Algo estaba cambiando.

 

«Yo lidero un grupo de personas», le dejó claro a su equipo durante la campaña Carmena, que cuando aceptó el reto, con sus gestos, nunca de su boca, hizo saber a todos que no quería grupos, ni pugnas. «Es que a ella no le gustan los partidos políticos», explica Higueras. Pero, claro, esto es política, y aquí hay intrigas, y luchas de poder. Ya gobiernan Madrid. Ese era el objetivo. Aunque ya han tenido su primera crisis de gobierno, tras la dimisión del edil de Cultura Guillermo Zapata por sus crueles comentarios antisemitas y contra víctimas de la violencia. Y además ahora deben decidir si crear o no una estructura orgánica de Ahora Madrid, si serán un partido político al uso, «y ese tema a tratar va a ser la guerra», admite un miembro de la candidatura. 



Hay, sin embargo, más cosas en juego, y están relacionadas entre sí. «Esto es el inicio de algo muy importante; es el momento de volver a reencontrarnos con la democracia». Lo dice Monedero, manteniendo la mirada, buscando el silencio, como quien trata de visualizar el futuro, en el Palacio de Cibeles, minutos antes de que Carmena sea investida alcaldesa. «Está claro que hay muchas miradas observando a ver qué ocurre aquí», señala otro importante miembro de Podemos, una formación que podría pivotar sobre la capital de España su asalto al Gobierno en las próximas elecciones de noviembre.  

 




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