Este texto es un fragmento de

El secreto de Pozonegro

David Verdejo

Adjudicación del caso «Ángela Parch 26072016-30032017»

 

“¿Es que nadie sabe que hay allá abajo? ¿Es que  nadie escucha sus gritos, sus llantos y sus lamentos cada noche, cada día y  cada mañana desde hace tanto tiempo? Ellos descansan en la oscuridad,  soportando los cimientos del templo sobre sus infantiles hombros, sin conocer  la luz del sol, más que el sufrimiento. Sólo saben el significado de la palabra  dolor, de las llagas en cada mano y cada pie, el sabor de la sangre que brota  de sus lenguas castigadas por mordérselas con sus propios dientes de leche.  ¿Nadie va a detenerlo? ¿Es que nadie va a pararlo?”

 

— ¿Estas fueron sus últimas palabras?

Clara sostenía un folio amarillento, escrito a máquina, bajo un antiguo tubo fluorescente que parpadeaba cada quince segundos, haciendo de aquella minúscula estancia un lugar agobiante. Un ventilador sobre la estantería de media altura giraba sin aliento hacia los lados de un modo obsesivo, al son del zumbido de un solitario y sediento mosquito incansable. El sargento miraba por la ventana de madera cuyos cristales cubiertos por una fina capa de polvo ocultaban la luz del atardecer que de la calle se colaba. “El invierno es duro, pero el verano mata” decía.

—Si —. Respondió, permaneciendo con sus gruesas manos en la espalda y la mirada perdida en algún punto entre la primera capa de vidrio vertical y la segunda. El zumbido de aquel insecto se hizo más penetrante a medida que pasaban los minutos y el oxígeno de la sala se consumía.

— ¿Donde la encontraron?

—En la rivera, cerca de la carretera vieja que va al molino, hacia la capital. En primavera se desborda, llenando las orillas de musgo verde y brillante… ahora está más seca que el alma del diablo — lamentó.

—Pero, según el informe, ella murió en un polígono industrial de Córdoba, ¿verdad?

En ese instante, alguien entró en la sala.

—Buenas noches, ¿es usted la nueva? —Preguntó al aire con los ojos como grandes castañas rodeadas de un halo oscuro que la miraban con detenimiento.

Clara decidió ponerse en pie de inmediato y saludar a ese pequeño hombre que había lanzado la pregunta.

—Teniente Clara Campoamor, a su servicio.

El hombre chistó, forzando una mueca imperativa a modo de sonrisa y colocando los dedos pulgares entre el cinturón y su prominente barriga que amenazaba volcarse hacia delante en cualquier momento.

—Vaya, vaya… ese apellido me suena, ¿sus padres lo hicieron a propósito, señorita?

Clara suspiró hacia dentro en un alarde de paciencia aprendida con los años y decidió no responder. El hombre dejó de sonreír y se dio la vuelta diciendo:

—Mi sargento, ¿la llevo a su mesa o qué?

—Sí, mi teniente, haga el favor… pero antes, déjeme que la diga un par de cosas —Respondió girando sobre sí mismo y acariciándose la comisura de los labios para arrastrar una babilla blanquecina formada por el sudor de su rostro curtido e inflado —. Espéreme fuera.

El hombre cerró la puerta tras de sí, dejándolos solos de nuevo. La luz del tubo tintineaba provocando molestias en los ojos de Clara que no dudó en hacer patente al apretarlos con los dedos. El sargento miró hacia el techo.

—Es una mierda, lo sé. A este pueblo abandonado de la mano de Dios nadie le hace ni puto caso, pero para construir un campo de futbol si hay dinero, teniente y, por lo que a mí respecta, ya he tirado la toalla.

Clara cesó en un empeño de reventarse los globos oculares y bajo la mano despacio para enfocar la mirada hacia su superior que se acercaba lentamente. Al encontrarse a diez centímetros nariz con nariz, este le dijo:

—Haga caso a Ramiro, no es mal tipo ¿sabe? tan sólo es un poco torpe con las relaciones sociales, usted ya me entiende.

No, Clara no le entendía y prefería no intentarlo. Bastante tenía con entender que hacía allí, en un lugar llamado Alarife, como para esforzarse en comprender a un tipo enjuto y barrigón que se reía de su apellido.

—Sí, mi sargento —. Y agarró el pomo de la puerta cuando escuchó la última frase:

—Una última cosa, mi teniente: sobre su mesa encontrará más expedientes.

Clara tragó saliva sintiendo la garganta secarse por momentos.

— ¿Quiere decir que hay más?

—No, pero hay muchas lagunas en este caso… Ramiro le pondrá al corriente.




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