Este texto es un fragmento de

Fracturas del alma

Marian Molina

Mediterráneo

A modo de rastrillo, abro mi mano izquierda y la sumerjo en la fresca y clara agua del Mediterráneo. Lentamente la sumerjo una y otra vez, recreándome en ver como cada última gotita, de cada uno de mis dedos, se escurre hasta ahogarse en la inmensidad. Al ritmo y con el vaivén de las olas que ya empieza a marearme, en esta barquichuela desde la que no diviso el horizonte, mi corazón late cada vez más fuerte porque navego sin remos, sola, sin salvavidas, perdida. Para volver a calmarme, llevo hasta mi oído derecho la caracola que sujeto fuertemente y oigo tu voz: “Marina..., Marina..., Marina...”. Otra vez estoy a la deriva hasta que te vuelva a ver.



¿Quién?
Después de tanto tiempo y tantas experiencias con ellos, pasé a estar con ellas. Para mi sorpresa, ellas no eran tan diferentes a ellos, sólo había cambiado el nosotros por nosotras, pero todo era igual. Así que tuve que volver al origen de toda confusión: YO.



El traje
Cada día, durante incontables años, después de ducharse, se recoge el pelo con delicadeza, se maquilla meticulosamente, se perfuma sutilmente, desayuna con tranquilidad y se pone el mismo traje de impostora del que ya nunca conseguirá desembarazarse.



Invisible 
A veces paso el día llorando porque nadie me ve.



Mandela: palabra y concordia
Siempre hay un momento en el que pongo mis manos sobre las suyas temblorosas y, en ese instante, somos la misma persona. Somos uno en la lucha y en la victoria al miedo. No entiendo su lengua ni veo si su rostro es blanco o negro, pero su corazón angustiado me habla en silencio, palpita libertad. Ciega de nacimiento, llegué a Melilla para trabajar como voluntaria hace ya casi un año. Es mi personal tributo al gran Mandela.




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