Este texto es un fragmento de

Fronteras

Javier Bauluz, Daniela Pastrana, Nicolás Castellano, Juan José Téllez

Amor y muerte en Lesbos

Los gritos de terror se escuchan en la noche de luna. Las olas embravecidas golpean las piedras y el bote lleno de refugiados procedente de la costa de Turquía. Nico y Fiorella se lanzan por el oscuro barranco, los gritos arrecian al compás del oleaje. Los socorristas voluntarios españoles esquivan las piedras y los árboles hasta llegar al lugar preciso de la isla griega de Lesbos donde evitar otra tragedia. Sus compañeros amarran una cuerda a los vehículos y, en medio del caos y los llantos, empiezan a sacar a los bebés y a los niños más pequeños.   

Varios voluntarios europeos, con la ayuda de algunos fotoperiodistas con sus cámaras al hombro, forman una cadena humana y van pasándose a las empapadas y asustadas criaturas de mano en mano, hasta llevarlas a la lejana cima. Mientras ayudan a subir a las cincuenta personas de la lancha, se escucha el motor de otra, apenas unos segundos antes de que se estrelle contra las rocas. Vuelven los gritos y el chocar de las olas que amenazan con hacer volcar la lancha contra la costa. Los socorristas voluntarios de  ProActiva Open Arms y un médico palestino consiguen que el medio centenar de nuevos recién llegados desembarquen, una vez más, ilesos.

Arriba del barranco el miedo se convierte en llanto y en frío. Los más pequeños tiritan entre los focos de un par de vehículos y la luz de la luna mientras son envueltos en mantas térmicas donadas por miles de ciudadanos y ciudadanas de todo el mundo. Una niña de cinco años, empapada y sin poder moverse por el shock, mira fijamente al fotoperiodista desconocido que, acuclillado en el barro del camino, la tiene en sus brazos. Le habla en una lengua desconocida pero tranquilizadora y la acaricia enérgicamente para darle calor con sus manos y su cuerpo, mientras durante cuarenta eternos minutos espera intranquilo a que la madre surja del negro mar.

Uno a uno van apareciendo sus cuatro hermanitos, que son reunidos entre el caos reinante. Finalmente una mujer con los ojos llenos de lágrimas se abalanza sobre ellos y los junta en un largo abrazo. El fotoperiodista le entrega a su hija e intenta tomar la imagen que resume el dolor, el miedo, la esperanza y el amor en ese abrazo universal, al que se suma el padre unos segundos después.

Esa imagen permanecerá en la memoria del reportero, incapaz de captarla con su cámara a causa de la emoción que le impide ajustar la luz y congelar ese breve momento que se extingue ante la urgencia de envolver a los hermanos en mantas térmicas, meterlos en una furgoneta que los lleve a un pequeño campo de voluntarios llegados desde toda Europa, donde les darán ropa seca, agua, algo caliente para entonar el cuerpo y muchos abrazos y sonrisas.

Un día más en Lesbos.



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